sábado, 3 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Veinte

No es un soñador, es una persona con problemas psiquiátricos. Hoy es domingo y se hace tarde. Es un día para no salir, para evitar a la gente. Da alergia la calle. El frío no ayuda, a pesar del enamoramiento del personaje por este invierno. Hoy es para comer, mirar una película. Sentir que el tiempo se muere un poco. Que se muere adentro nuestro. La gata tampoco parece muy entusiasmada con el domingo; se acuesta encima de mí, ya sea si estoy sentado, ya sea si estoy acostado. Me sigue a todas partes. A veces me la choco, a veces no la entiendo. Igual, la quiero. No importa esto. Es de noche, es tarde. Hay que prender el horno. La luz de la lámpara apenas nos toca; el filamento está gastado. También el encendedor, la piedrita falla. El fuego está en mis dedos, lo veo. Pero no alcanza. Una voz de mujer en la oscuridad, otra vez. Me dice que no sirve, que no se puede usar ese fuego. No la veo. Es apenas un recorte en la lobreguez del cuarto. Busco los fósforos. La caja pesa, está cargada. Pero no puedo agarrar ninguno; cada vez que los saco, se me caen. Finalmente, logro atrapar uno. Mis dedos tiemblan, estoy cerca del éxito. Prender la hornalla es como ganar una medalla olímpica. No comprendo cómo puede ser tan complicado. Intento raspar el sombrero rosado sobre el borde corrugado. No pasa nada. Pequeños jirones de cartón caen. Me desespero. Si no consigo el fuego, tendré que salir a buscarlo. La mujer no habla, espera. Me pregunto quién es, qué hace acá. Son más de las diez, no voy a conseguir un encendedor a esta hora. Doy vuelta la caja de fósforos, intento en el otro costado. No sirve, no funciona. Me angustio. Por qué me cuesta tanto lo que para otros es tan sencillo Es sólo prender el horno, o una hornalla. Ya no sé. Perdí el rumbo, me desvié del camino. Si no puedo con esto, como voy a seguir. Hay una mancha de café sobre la mesada. El personaje no deja de pensar. Ya se convierte en un cliché de sí mismo. Una referencia de una referencia de una referencia. Alguna vez, escuchó a un charlatán, con título de psicólogo infantil, decir que había una diferencia entre un niño que gusta de estar en soledad y un niño solitario. El primero, según decía, tiene una actitud positiva, dado que es bueno que el niño desarrolle momentos consigo mismo. El segundo, en cambio, debía ser tratado, porque un niño que no quiere estar con otros tiene alguna clase de trastorno. El niño solitario es un niño enfermo. Aunque no sea un niño, el personaje sigue siendo visto como un perturbado. Se pregunta hasta cuándo va a tener que seguir justificándose ante los demás. Ser solitario no es una enfermedad. Es una elección de vida.

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