martes, 27 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta y uno.

A la rata la vi, por lo menos, tres veces. Una vez, entrando desde el patio hacia la pieza. La otra, después de escuchar un ruido en el inodoro, me asomé y allí estaba, feliz y nadando. La tercera vez la vi salir del desagüe y olisquear entre el pasto; alcancé a tirarle un palo, pero no hice más que espantarla. Ella nunca la vio, es más, insistía con que no había ninguna rata; me repetía una y otra vez que era una alucinación, algo que se inventaba mi mente para escapar del aburrimiento. Le insistía y le insistía, pero ella siempre fue terca; por más que le dijera que tuviera cuidado, se burlaba de mí y de mis vulgares inventos. Llegamos a discutir muy duramente por el asunto; yo quería traer un gato, pero ella me decía que era un gasto inútil por una rata inexistente. Una tarde de agosto, abrimos juntos la puerta del patio y vimos a la rata paseando por allí. Se la señalé de inmediato, pero ella insistía en no verla. Como puede ser, le reprochaba, está enfrente tuyo. Pero ella dijo que no, que sólo veía el jazmín. Le pregunté qué jazmín, dado que no había ninguno en el patio. Ese, me respondió señalando a la rata. Comenzamos a discutir, creyendo ambos que el otro le estaba tomando el pelo. A partir de ese día, un gran rencor se incubó entre nosotros; discutíamos por casi todo y, por momentos, parecíamos dos desconocidos. Una tarde de octubre, no recuerdo cómo ni por qué, un amigo de ella nos visitó; tampoco recuerdo cómo ni dónde lo conoció ella a este amigo, pero lo cierto es que el tipo tenía un mambo místico bastante importante. Hablaba sobre la existencia de otras dimensiones, panteísmo, cosas así. En un momento, cuando la charla se estaba agotando, se me ocurrió contarle el incidente de la rata. El hombre me miró muy serio. Estábamos los tres en ronda, sentados en el patio. La contempló a ella y después a mí.
-Yo no estoy aquí en estos momentos- nos dijo, con absoluta solemnidad- estoy en un bosque alejado. Medito con los ojos cerrados. Cuando los abra, veré el bosque y ustedes ya no existirán para mí.
La observé a ella y estaba tan desconcertada como yo.
-Ustedes no son más que un pliegue- prosiguió el hombre- un pliegue de la realidad, son para el otro no más que una apariencia; ambos creen que el otro existe, que es igual y ve lo mismo, pero no perciben que el otro no es más que una imagen, como una calcomanía pegada en un vidrio. Pertenecen a dimensiones diferentes, a universos contrapuestos, pero por algún error cósmico, sus mundos se han pegado, se han amalgamado de una forma extraña y perturbadora. El episodio que me cuentas, ese de la rata, no es más que la primera muestra de la desintegración de esta aberración. El Universo está poniendo las cosas en su orden natural. Paulatinamente, esa imagen del otro que ven se irá apagando, hasta desaparecer por completo.
Cuando terminó de hablar, se produjo un silencio de varios minutos. El hombre se fue desvaneciendo de a poco.

Nosotros preferimos no hacer caso a sus palabras, ni siquiera comentamos el tema después del incidente. Proseguimos con nuestras vidas como si nada hubiera pasado; nos abocamos a la rutina, cada uno haciendo sus cosas. Yo por mi lado y ella por el suyo. Cada vez fuimos sabiendo menos lo que hacía, pensaba o quería el otro. Nos veíamos a la mañana muy temprano o a la noche muy tarde, nomás. Y en los últimos meses, ni eso.

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