Nos
rodea una sustancia indescifrable. Demasiado espesa para ser aire, demasiado
ligera para ser agua. Todo alrededor es oscuridad. Arriba, muy arriba nuestro,
se ve una tenue resolana. Imposible saber si es el sol o el reflejo de alguna
luz artificial. Me muevo con naturalidad, hacia arriba o hacia abajo. No camino,
ni floto. Es más bien como si nadara. En una dirección u otra, nado con
facilidad, acostumbrado a la negrura y a la sustancia que me envuelve. Pero hay
límites. Hacia abajo puedo tocar con mis dedos una superficie terrosa,
irregular, húmeda, solida. Se extiende interminable y no puedo atravesarla. Hacia
arriba, hay cierto punto en que, tampoco, puedo avanzar; la resolana comienza a
ser cada vez más luminosa, hasta cegarme completamente y hacerme caer. Entre esos
dos límites, me muevo sin restricciones. A mi alrededor, escucho voces, siento
manos, cuerpos palpitantes. La mayoría cae hasta chocar con el fondo. Allí,
suelo encontrarlos confundidos, desorientados, sin saber qué hacer. Los escucho
llorar. Me acerco y me cuentan sus historias, sus recuerdos, como llegaron
allí. Alguno me ha confesado qué hay más allá de la luz. Les doy mi mano y los
ayudo a subir; a veces se resbalan y vuelven a caer. Pero siempre logran salir.
Los acompaño hasta ese borde, esa frontera desconocida. Cuando el brillo me
encandila, se escabulle su mano de la mía. Y comienzo a caer, sin recordar con
demasiada claridad que ha ocurrido. Me resigno a lo que pasa a mi alrededor. Si
alguien se encuentra conmigo, es porque está en el fondo. Escucho un llanto. Me
llama la atención. Es un llanto diferente. Los otros llantos reflejan miedo,
desesperación, una angustia ligera. Este llanto no. Este llanto refleja una
tristeza profunda, una herida lacerante en medio del alma. Me acerco con algo
de temor. Le pregunto de dónde viene. Del fondo, me responde. No puede ser, le
digo, este es el fondo, todos vienen de arriba. No, me explica, este no es el
fondo, esto es arriba, yo vengo del fondo. Al parecer, el fondo no es este
suelo terroso; hay un fondo más profundo, más oscuro, un fondo que no puedo
percibir y al que no puedo acceder. Le pregunto qué quiere hacer, si quiere
seguir subiendo. Se entusiasma, dice que sí. Comenzamos a subir, lo hacemos con
mucha facilidad. Es evidente que ambos estamos acostumbrados a esto, a esta
oscuridad, a esta sustancia. La resolana comienza a brillar cada vez más. No nos
detiene. Estamos cerca, demasiado. Seguimos subiendo. La luz nos rodea
completamente. No siento su mano en la mía. Pero no caigo, sigo subiendo. Una blancura
absoluta me encierra. Intento mirar, pero no puedo. Estoy ciego. Me pregunto si
aún está cayendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario