sábado, 17 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y uno.

El hombre está sentado en silencio. El balcón de su departamento es pequeño; apenas entra la reposera y sus piernas estiradas. El atardecer del viernes muere entre los edificios, los cables, los postes, las palomas. Desde su décimo piso, la postal le resulta trillada. A pesar del calor, aun no se sacó sus guantes ni el saco violeta. El pelo verde se le pega, desprolijo, sobre la frente blanca. No exhibe la sonrisa por la cual se lo conoce. Sus ojos parecen apagados, opacos. No observa a la ciudad que muere a su alrededor. Intenta recordar. Se pregunta cómo empezó todo esto. Alguna vez tuvo una familia. Una hermosa mujer, dos hijos. Un varón y una nena, claro, como corresponde a la fantasía pequeñoburguesa. Todo era perfecto. O al menos lo perfecto que decían debía ser. Una casa en un barrio caro, dos autos, vacaciones al exterior. Una vida tranquila. No importaba con quién andaba la mujer. El amante era un empresario importante, él sólo un abogado. No debió importarle. Tampoco lo que hicieran los hijos. El varón prendía fuego linyeras, la nena se daba con lo que encontraba. Un arma y tres disparos, para que más. Desaparecer luego no era tan difícil. Escapó del Paraíso. No, no era así. No tenían dinero, o al menos no tanto. Ambos trabajaban. Él y su mujer eran empleados del Estado. Tenían una pequeña hija internada. La vida de la niña dependía de varias máquinas. Su mujer fue despedida sin justificación, acusada de ñoqui. Una noche, un apagón en el hospital mató a la hija. Las autoridades hablaron de pesada herencia y ahorro de energía. La mujer no lo aguantó; intentó tirarse debajo de un tren, pero las obras estaban paradas. Finalmente, se cortó las venas. Aún quedan algunas minúsculas manchas rojas en los azulejos del baño. No, tampoco era así. No tenía mujer e hijos. Tenía un novio. Eran felices, estaban por mudarse juntos. Una pareja ejemplar, bella, alegre, realizada. A la salida de un bar, un grupo de rugbiers los encaró y comenzó a insultarlos. Ellos no se sintieron intimidados y respondieron. Fue diez contra dos; recibieron una paliza terrible. Ambos terminaron en el hospital. Él salió a la semana, pero su novio no. Se fue apagando de a poco. No, no, tampoco era así. Él venía de una familia muy pobre, muy carenciada. De un sector vulnerable, dirían los funcionarios actuales. Como pudo, intentó abrirse camino, salir de allí, estudiar. En la facultad estaba esa noche que la gendarmería ingresó al barrio. A los tiros. Su padre fue herido, dos de sus hermanos detenidos y otro muerto. Cuando llegó, el silencio que había le espesó la sangre. Pero no, tampoco fue eso lo que pasó. Sus padres jubilados dejaron de recibir la medicación a través de PAMI y no podían pagarla. No resistieron mucho. Tampoco fue eso. Él viene del campo, de una familia de productores pequeños. La fumigación descontrolada con agrotóxicos mató a sus seres queridos. No. Tenía una Pyme, no, mejor trabajaba en una Pyme que cerró y quedó en la calle. El hombre observa a una paloma que se posa en la reja del balcón. Es una paloma común; un plumaje con varios tonos de gris y un reflejo verde en la cabeza. Su pico cargado de parásitos, sus ojos que parecen perdidos. Nada tiene de especial esa paloma. Es como cualquier otra que anda por ahí. Como aquellas que están posadas en las antenas. El hombre sonríe. No hay diferencia, entonces, entre él y cualquiera que camina por la calle en ese momento. En el fondo, todos nos parecemos, piensa. Intenta recordar y no puede. Su historia es difusa, pierde su linealidad. No hay una causa y una consecuencia. A veces ni él sabe por qué hace lo que hace. Sin embargo, le enseñaron que es un personaje y debe tener una motivación. Una razón concreta, verosímil, comprensible para haber empezado a hacer esos videos. Unos tontos videos en You Tube, no son más que eso. Simplemente divertirse no parece una buena excusa. Más ahora que se convirtió en un enemigo público. O que lo convirtieron en eso. Parece insensato, pero no hay una razón. La busca y la busca y no la encuentra. Se pregunta si la necesita. Lo único que hace es reírse de un gobierno que parece tomarnos el pelo todos los días. Un gobierno que alega que generar pobres y desempleo es la única forma de combatir la pobreza y el desempleo. Un gobierno que habla de dialogo y pluralidad, pero anula a todo aquel que ose criticarlo. Un gobierno que quiere proteger a los más débiles quitándole derechos a los más débiles. Un gobierno que señala como un costo todo aquello que no signifique ganancia voraz para los empresarios. Un gobierno que golpea la mesa para decir que no va a negociar con sindicalistas mafiosos, pero que está ansioso por poner dinero en los bolsillos de especuladores financieros internacionales. Un gobierno que sostiene que cualquier protesta es desestabilizadora. Un gobierno que ha puesto a los trabajadores, los movimientos sociales, a los organismos de derechos humanos y a las villas como enemigos. Él se ríe de eso. Se ríe de un discurso endeblemente falaz, sabedor de ser tan poderoso que ni siquiera guarda formas o contenidos; un discurso que se reproduce sin parar, sin ni siquiera cuestionar su propia estupidez; un discurso soberbio y arrogante. Él se ríe de la inagotable miseria humana que votó este proceso, creyendo que iba a formar parte de algo de lo que nunca va a formar parte. Se ríe de los que siguen creyendo que con ser buenos alcanza. Se ríe de los que hablan de la degradación cultural que dejó el gobierno anterior, sin darse cuenta que esa supuesta degradación es la que dio como resultado este gobierno. No puede no reírse eso. No puede no reírse del patetismo en el que están sumidos todos. No puede no reírse de la tragedia peor que se avecina. No puedo no reírse de la ausencia total de elegancia en periodistas y voceros oficiales. Les gustaría no reírse y responder con altura e inteligencia, pero son tan obvios que no le queda más que reírse. No puede no reírse porque si no se ríe, enloquece. Su mente se perdería definitivamente en la oscuridad de la locura. Se ríe porque es la única manera de soportarlo. Una nueva Campaña del Desierto, escucha. Sentado en el balcón, sólo, alejado diez pisos del suelo, larga una carcajada demencial, que se siente a varias cuadras a la redonda.

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