El
día suena peor que ayer. Antes de salir, me paro frente a la puerta blanca. Intento
tranquilizarme, darme ánimos. Vamos, que no te quiebren. Respiro. El viento
golpea implacable; así imagina golpear toda la tarde. Torcido, otra vez. La bici
rota, otra vez. Un perro sale al cruce. El personaje se baja y lo encara,
dispuesto a trenzarse en lucha. El perro retrocede; con sus ojos, parece
decirle “tranquilo, ameo, no quiero problemas, sólo estoy acá, ladrando un
poco, oliendo el culo de otros perros”. El personaje siente el sudor caerle por
el pelo negro; a pesar del frío, está empapado. Continua. Es el día del
cartero. Nadie le dice Feliz Día. No importa, no tiene importancia. El Flaco le
pregunta si está bien. Sí, responde, aunque no lo esté. Se pregunta si la
tristeza se le delatará en los ojos. Está harto. Pero en un momento deja de
pensar. Queda el vacío, la mente en blanco. Ya no hay por qué preocuparse. Todo
se ha dicho y hecho. Por más que camine con la cabeza gacha, o que su mirada
esté apagada. La oscuridad se aleja de pronto. Su cabeza le juega algunas malas
pasadas, pero siempre lo salva. Es ese gol de Morata sobre la hora, ese
cabezazo certero que devuelve la respiración. El viento golpea a favor por la
tarde. El sol acompaña, tan cálido como indiferente. La mañana parece tan
lejana, ahora. Piensa demasiado, pero son pensamientos sin salida. Especulaciones,
fantasías. Es pérdida de tiempo y energía. Observa la noticia del rugby
expulsado de San Cirano. Es gracioso. Porque la expulsión deja en evidencia una
forma de entender y observar a las clases bajas por parte de las altas. El flaco
que fue e hizo lo que hizo, no es más que un tallo que creció demasiado alto,
que se alejó demasiado de la planta que lo cobijaba. Pero la planta de donde
surgió sigue allí, tan robusta y reverdecida como siempre. Es una cuestión de
formas, nomás. De intentar demostrar que ellos no son así, que toleran, que
respetan, que son solidarios. Pero no. Eso está ahí, nadando en la oscuridad, esperando
el momento para salir. Lo no dicho, lo que no puede decirse. Lo latente. Día del
cartero, entonces. No voy a abundar sobre detalles técnicos que retraten el
oficio, ni ensayaré palabras de ocasión sobre la importancia de la profesión, nada
de eso. Simplemente decir que, en la calle, uno debe forjar un criterio propio
y tomar decisiones que, muchas veces, contradicen a la fría letra del
reglamento. La Fundación El Libro sacó un concurso de cuentos. Piden un libro
de cuentos. No tengo nada. Cierra el 31 de octubre. Bien, según las bases,
debería escribir algo así como 150 páginas en un mes y medio. Apenas puedo
escribir treinta renglones para acá. No me veo.
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