viernes, 23 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y siete.

En una esquina de mi reparto, los perros organizaron un sistema de turnos. Son tres; uno marrón y dos negros. Son perros comunes, sin ninguna característica particular. Lo cierto es que la semana pasada pasé y me salió a ladrar uno de los negros, mientras los otros dos se quedaban acostados sin prestarme atención; sin embargo, esta semana el marrón fue el encargado de ladrarme, mientras los otros ni se fijaban en mí. Miren, prefiero a los gatos antes que a los perros, porque la perversidad del gato es transparente. Es malo y punto. El perro, en cambio, es ladino y ventajero, es advenedizo con los dueños y traicionero con los demás. Una vez, un tipo me dijo que el perro era como un ser humano, que si lo molestas, el perro te hace algo. Lo miré medio raro y me fui. Supongo que un perro con bozal es por un fetiche del dueño, que se debe excitar viendo al can portar ese adminiculo. En todo caso, coincido con el tipo, es decir, no hay manera de educar al perro. Ni con violencia ni con buenos tratos, el perro es como nació y punto. Como los humanos. Hay un perro negro por 500 y 28 que me corre y ladra violentamente desde siempre, o por lo menos desde que ando por ahí. Nunca le hice algo, pero el perro me ladra y ladra. Es de la calle, los vecinos de la cuadra lo alimentan y el Negro (como se llama) es un amor con ellos; algunos quisieron, incluso, que lo acaricie e intente hacerme amigo del perro, pero no hubo caso, el perro sigue ladrándome con inquina. Un día, harto de la situación, agarré dos cascotes y se los di en la cabeza. Resultado: el perro sigue ladrándome, pero por lo menos ahora tiene un motivo. Otro, llamado Tanco, un presa canario del tamaño de la bicicleta, suele estar merodeando por 496 y 29. Hace unos años, te obligaba a bajarte de la bici cuando se te venía encima; ahora, con problemas en la piel y la cadera, apenas te ladra cuando pasas. Por respeto, igual me bajo de la bici, como quien hace reverencia a un Rey olvidado. Aqueronte se llama un mastín napolitano que también esta suelto en la cortada de 140 y 489; impresionan el tamaño y el nombre de la bestia. Una muletilla que suelen tener los dueños es “no hace nada”, frase de la cual habría que especificar sus límites legales, es decir, que el perro no te salte al cuello, te corte la garganta y te devore en un festín de sangre y horror, no significa, necesariamente, que no haga nada. Una vez, un perro enorme y negro saltó sobre mi bicicleta e impactó de lleno contra la rueda trasera, dejándola como un ocho; o un pitbull que me acorraló contra un portón y esperaba mi más mínima distracción para atacarme. O perros que se las ingenian para abrir los buzones y destrozar las cartas, actitud que me costó quejas por escrito de gente que no me creía que sus perros hicieran eso. También hay lugares donde los perros callejeros, sarnosos y hambreados desarrollan una conducta tipo jauría, impidiendo el paso y teniendo un comportamiento violento y salvaje, propiciado por la escasez alimentaria y las enfermedades de la piel a la que están sometidos los animales por los mismos vecinos que, dicen tenerles lastima, pero no se preocupan por ellos ni un poco. Eso es un comportamiento habitual: hay cierto apego al perro, pero no el suficiente como para que al perro no se le caiga el pelo, y la piel se le convierta en una cáscara negra y repugnante. Feo, feo, me mordió un solo perro; un rottwailer que sacó su mandíbula a través de la reja y se prendió a mi codo izquierdo, sacándome un pequeñísimo pedacito de piel. Una cosa curiosa y vergonzante que me pasó fue un perro pequeño y blanco que me mordió dos veces; en ambas, esperó a que me subiera, distraído, a la bicicleta, entonces apareció desde la nada, escupido de algún portal interdimensional, y me mordió el pie derecho. La primera vez me rompió la zapatilla, la segunda alcanzó a clavarme el diente. Y no es que duela tanto. Es el orgullo herido.

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