A
veces no sabe que decir. Se queda en silencio. La mira. Bueno, tranquila, le
dice. Bueno, no llores, la reta. Todo va a salir bien, la alienta. Pero no sabe
que decir. Él piensa lo mismo, en el fondo. Siempre se ha negado lo que siente,
lo que le pasa. Pero está ahí. Eya se lamenta por haberlo perdido; él, por ser
tan injusto. Ahora, están hundidos en un abismo. No hay futuro. No saben qué
pasará en unos meses. No saben qué pasará mañana, ni siquiera. La incertidumbre
los moja cada día. No son libres. Se necesitan, se arrastran. Por más que no
quieran. La relación es como una bestia que agoniza. Herida, escupiendo sangre,
rugiendo, retorciéndose en un charco rojo y coagulado, la relación los juzga. En
cada pata tiene una cadena y en cada cadena cuelga uno de ellos. Unidos por el
animal padeciente, se observan. No saben cómo escapar. O tal vez no quieren. Eya
llora del otro lado de la línea. Intenta ser fuerte pero no lo consigue. En
cualquier momento, puede quebrarse. Él enmudece. Podría decir mil cosas, pero
en su boca todo es una mentira. Porque la solución está en sus manos y se niega
a aplicarla. Volver acabaría con esto. Con Eya apagándose, con él culpándose. Escucha
sus lágrimas. No sería necesario escucharlas. Ni verlas. Ya conoce sus ojos
cuando lloran, por más que Eya lo niegue. No estoy llorando, se dice, no debo
hacerlo, no delante tuyo. Se frota las manos. Se tapa la cara. Todo la
desborda. No la ve, pero la supone. La conoce. El pasado esta disecado,
congelado en un instante, como si no hubiera existido. No quedan más que
escombros. Eya le cuenta todo. Él la ayuda, la escucha. Desea que superen este
trance, este callejón donde se perdieron. Pero sus consejos llegan hasta cierto
límite. Cuando se escarba profundo, no puede seguir hablando. Silencio. Sólo escucha.
No puede más que poner palabras de ocasión. Eya espera algo que no va a darle. Sé
que vas a estar ahí cuando lo necesite, le dice. Silencio. Sabe que no es así. Un
día tendrá que decirle que no. Sabe que es inevitable. Le explicará que no son
lo que eran, que no son casi nada. Que ambos tienen una vida, que no puede
estar pendiente de ella. Se le estruja el corazón con sólo pensarlo. Cree que
no podrá hacerlo, que no tendrá alma para hacerlo. Pero sabe que tendrá que
hacerlo. ¿Estás ahí?, pregunta Eya. Le cuenta un sueño que tuvo. Le cuenta que,
en el sueño, él la rechazaba. Le cuenta que se despertó angustiada, llorando. Se
escuchan sus lágrimas. Le cuenta que no puede imaginar ese momento, ese en el
que él le dice No. Él se queda con un nudo en la garganta, sin saber que
responder. No llores, sé fuerte, le dice él. Todo va a estar bien, le miente.
Silencio.
No quiere ni pensar si un día le faltas tu, no quiere ni pensarlo NO.
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