viernes, 2 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Dieciocho.

El sol se filtra entre las nubes; las ramas raquíticas no alcanzan a cubrir los rayos. Ya debe ser la tercer o cuarta jarra; la cuenta se perdió en el segundo vaso. Las ideas se mezclan; hay conversaciones alrededor. A veces me cuesta meterme en ellas; mi mente suele divagar, perderse en otros detalles. Por momentos presto atención, pero de un modo antropológico; me cuesta decir algo, me siento contenido. El personaje no está mal hoy; hace frío, se siente enamorado del invierno. La ausencia de melancolía lo complica para escribir; tal vez llegue el día en que no pueda seguir o tenga que poner “Hoy no hay porque quejarse”. Se le ocurren algunas cosas, pero son insuficientes. En la Argentina, se dice, hay dos clases de ladrones: los que roban en chico y los que roban en grande. A los que roban en chico, los fusilan en la calle; a los que roban en grande, los hacen Presidente. Lee lo de Eya y le resulta complejo, intenso, oscuro; él no siente poder hacer algo así, por más que se queme. Y en el fondo, todo sigue tan igual. Uno es un zapallero. Se la pasa tirando la pelota lejos del fleje. O dejándola en la red. Siempre a destiempo; siempre un tiro previsible, débil, insuficiente. Siempre un rival que parece más apto, más rápido, más despierto; incluso, rivales que a simple vista no parecen tan aptos, tan rápidos, tan despiertos. Y uno que se carga de errores no forzados, de dobles faltas, de nervios; los mejores golpes que tenemos son inútiles, gastados. Entonces, las aspiraciones se achican. Número 1 no, Top Ten tampoco; ni Grand Slam, ni Masters, ni siquiera soñar con una gira internacional, aunque sea pequeña. Torneos nacionales nomas. Y ahí hasta por ahí. Porque competir es tener la esperanza de ganar; pero si perdés y perdés y perdés, ya no hay competencia. No hay nada, sólo una sucesión interminable de humillaciones que duran lo que el cuerpo y la mente aguanten. Tal vez toda la vida. Entonces la felicidad deja de pasar por ganar un partido, por ganar un set, por ganar un game. Esos dejan de ser objetivos plausibles. No, uno quiere un momento de plenitud, aunque sea efímero. Un minuto donde todo salga perfecto, donde cada pelota sea la justa, donde cada movimiento armonice belleza y efectividad, donde todo parezca estar bajo control y fluya. Un minuto a lo Roger Federer. Y después seguir siendo un zapallero.

Hoy tomé demasiado, perdón, pero no puedo escribir así.

1 comentario:

  1. Yo tambien aspiro a ese momento pero con 40 años mas. A veces pienso que lo tuve, a veces dudo.

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