jueves, 15 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Veintinueve.

Tiene un pelo larguísimo. Un pelo que parece flotar sobre su cabeza, que parece estar dibujado por varios trazos delicados y elegantes. A simple vista, parece un cabello fino y sedoso, que se mueve al compás sencillo del viento. Pero cuando se intenta pasar la mano por él, los dedos salen cortados y chorreando gotas de sangre. Ahí se revela el raro secreto de ese pelo. Cada uno de los integrantes de esa cabellera, es un delgado alambre de cobre. Cada uno de ellos, tiene una pequeña rosca en una de sus puntas. Todas las mañanas, debe enroscar cuidadosamente, y uno por uno, todos los cabellos de su cabellera. Cada pelo es, además, una terminal eléctrica que produce una pequeña descarga; cuando piensa en algo o alguien, un pequeño estallido azul se provoca en alguna parte de su pelo. Entonces, los alambres crecen un milímetro. Así, debe pensar y pensar en todas las personas y las cosas parejamente, para que su cabello crezca parejamente. Pero no siempre puede hacerlo. A veces, se enamora y el costado izquierdo de su cabeza se alarga desmesuradamente; en otras, se obsesiona con comprar tal o cual objeto y el flequillo se estira hasta taparle los ojos. Cuando esto ocurre, debe tomar una pinza y cortar metódicamente el resto de alambre; aunque, a veces, se hastía y lo deja así como está. Para lavarlo, también es todo un ritual; uno por uno, los engrasa y los pule hasta que el cobre brilla, como el sol en el atardecer de verano. A la noche, antes de dormir, desenrosca todos los cabellos y los guarda en un estante, preparado especialmente para eso. No podría dormir con todos esos alambres enroscados en su cabeza. Sin embargo, todo ese sacrificio es invisible, cuando por la calle se ve esa enorme estrella roja, altiva, que flota como indiferente por encima de su cabeza.  

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