Citando
al filósofo de Lugano, hoy tengo muchas ganas de escribir una canción, pero no
se me ocurre nada. Es como un río adentro, que se mueve, que resulta imposible
de atrapar, justamente. Imaginen que todas las cosas que uno ve, que uno lee,
que uno escucha, que uno ha vivido, que uno ha soñado, toda, toda, toda, la
información de nuestro cerebro cae en una especie de tanque de magma cósmico o
algo así. Bueno, uno tiene que tomar una red e ir sacando las ideas de allí dentro.
Como diría Lynch, a veces las ideas son pequeñas y hay que devolverlas; no
salen del todo armadas, del todo moldeadas, del todo armonizadas, entonces,
otra vez al tanque. La cuestión es cuando uno intenta escribir algo todos los
días. Entonces, con la premura de lo cotidiano, debe apurar ideas, sacarlas del
horno cuando aún están crudas; o recurrir a nociones olvidadas para intentar
salvar el día; o tomar tres o cuatro conceptos aislados para armar un Frankestein
que salga a la cancha esa tarde. Esto que estoy escribiendo ahora, como uno es
previsor, me veía escribiéndolo desde hace un par de semanas. Me iba dando
cuenta que estaba corto de ideas, que sólo quedan renacuajos en el fondo del
tanque, demasiado pequeños todavía. Tan desesperado estoy que me acosté a
dormir para soñar una idea. Cierro los ojos y estoy en un barrio alejado. Hay un
sol quemante; un viento tibio y terroso me lastima los labios. Un hombre
grueso, de espeso bigote, vestido con un poncho negro y un sombrero de cowboy, está
parado frente a mí. Me sonríe y afirma ser mi rival. Le pregunto qué rival. El hombre,
pacientemente, me explica que en los sueños se le asignan roles metafóricos a
personas y situaciones de la vida real; él vendría a ser la representación de
alguien o algo que yo considero un obstáculo. Pienso, entonces, en toda la
gente que he tratado en los últimos meses y no reconozco a ninguno que podría
ser un obstáculo. Entonces, no sé de donde, saca un enorme y ornamentado
espejo. Lo para enfrente de mí y dice Este es tu rival, señalando mi reflejo.
¿Ese espejo es mi rival?, pregunto sin comprender. El hombre se ofusca y me
responde que el reflejo es una forma metafórica cliché de mostrar que mi rival
soy yo. Hasta en sueños soy estúpido, pienso y me despierto. Preparo café, me
siento a intentar escribir esto. Nada sale. Escucho a Kovadloff con los Leuco y
dejo de preocuparme por estar alienado o perdiendo contacto con la realidad. Me
río a carcajadas, no puedo evitarlo. El ensayista, como se lo intitula, habla
casi quince minutos sin decir un dato, sin exponer un razonamiento lógico, sin
explicar una prueba concreta. No es más que una sucesión asqueante y ridícula de
frases grandilocuentes y golpes bajos. Termino de reírme y me obligo a
escribir. Y, como sugieren algunos, cuando no puedas escribir, escribí sobre la
imposibilidad de escribir.
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