Ella
no podía sacárselo de los ojos. Por más que estuviera bien, alegre, caminando
por ahí, leyendo, charlando con alguien, él siempre estaba en sus ojos. No podía
mirar a quien tuviera enfrente, sólo podía mirarlo a él. Como una sombra en su
cornea, ella no podía borrarlo de sus ojos. Se sentía pésima desde que él la
abandonó. Se identificaba con todas las canciones que sonaban en la radio; por
ejemplo, esa que decía “Sé que me queres, aunque estes con otra”. O “Una
restricción perimetral no va a detener a mi corazón”, o “El técnico de tu amor
me dijo que me buscara club”. Todas la hacían llorar de a gotas. Mientras, él
seguía nadando en sus ojos. Fue al oculista y todo. Así de mucho la preocupaba
no poder sacárselo de los ojos. El medico observó la pequeña figura que anidaba
en el reflejo del iris. Preguntó quién era el joven. Ella le contó la historia
como pudo. El oculista la observó con algo de ternura; le contó que eran
habituales casos como ese. Al parecer, el cerebro intenta fijar de cualquier
manera la imagen del amado o amada. Es una forma de no desprenderse, de no
aceptar el abandono. Le contó, también, que él no podía ayudarla, que debía
visitar al especialista indicado. El así llamado experto era médico y poeta. Un
mal poeta, según se decía. Ella no prestó atención a esto; creía que la poesía
era algo subjetivo, imposible de cualificar. Se entiende, claro, que un mal
poeta puede disimularse durante años e incluso décadas antes de ser
identificado, si es que logra serlo. Un mal medico queda en evidencia en diez
minutos. Un mal verso puede pasar desapercibido, pero no un cadáver. Más allá
de esto, ella se dirigió a hablar con el medico poeta. Las mariposas de su estómago
se han marchitado, fue lo primero que él le dijo. Ella le explico que aún
estaba enamorada. Ese es el problema, le respondió él, el amor hace daño, no
hay que enamorarse. Ella comprendió, entonces, por qué era un mal poeta. Se retiró
del consultorio y no volvió jamás. Siguió con su problema, sin buscar
soluciones. Se acostumbró un poco a la situación. Al menos, ya no la
angustia. Espera que él, en algún momento, deje de dormir en sus ojos.
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