viernes, 30 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta y cuatro.

Cae la noche. Es una primavera gélida. Ella se desprende de todo. El celular es lo primero que cae, lo que tiene más a mano. Después los guantes, la blusa, la colita del pelo, los aros, las pulseras. Tira con bronca contra el suelo todos los anillos. Los zapatos, que acumuló por decenas durante años, los mete en una bolsa y los deja en la vereda. Con toda la ropa hace lo mismo. Regala los electrodomésticos, no quiere plata. También a sus mascotas regala; al gato, al perro, les abre la jaula a todos los pájaros. Destruye las plantas, quema los libros. Se despoja. Por completo se despoja. Rompe las fotos y destroza los adornos. Se deshace de los tenedores, las cucharas, los cuchillos, las ollas, los coladores, los ralladores, las fuentes, las sartenes, los abrelatas, de todo. Comprende la cantidad de cosas inservibles que abundan en el departamento. Se agota llenando bolsas y bolsas de papeles; facturas, recibos, contratos, telegramas, folletos, instrucciones, garantías, toda clase de basura impresa. La comida la dona, por lo menos que alguien la coma, se dice. El resto al botadero. Antes de irse, rompe todos los platos contra el piso; el lugar vacío queda sembrado por los pedacitos de vidrio azul. Cierra desnuda la puerta del departamento. Sale a la calle y tira la llave al desagüe. Comienza a caminar para terminar de quitarse todo de encima. A medida que avanza se le caen sus recuerdos, su historia, sus odios, sus amores, sus simpatías, su ideología, sus prejuicios, sus traumas, sus rencores, sus insatisfacciones, sus fantasías, sus decepciones, sus encantos, sus anhelos, sus miedos, su tristeza, su felicidad. Todo se le va cayendo hasta no quedar nada. Su cuerpo es lo único que le queda. Su cuerpo frágil, desnudo, blanco, aliviado, tiritante. Cree haberse deshecho del dolor, pero no, porque los pies le duelen, le sangran, de caminar por la vereda irregular y áspera. El viento frío y húmedo le atraviesa los huesos. Lo siente, está helada. Tampoco eso pudo sacarse de encima. Respira agotada, afloja la caminata. El cansancio le gana el cuerpo, tampoco eso pudo quitarse. Dolor, frío, cansancio. Se incorpora, quiere seguir caminando. Todavía no termina, todavía tiene que deshacerse de cosas. No puede. Comienza a llorar, las lágrimas le caen sin poder evitarlo. También eso le queda. Se apoya contra una pared despintada. Su pecho es como un agujero interminable. La angustia sigue ahí, acechando. De eso tampoco puede deshacerse. 

jueves, 29 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta y tres.

Suena el teléfono. Una y otra vez; me pregunto quién será a esta hora. Atiendo y sigue sonando. Es al lado. Las paredes son demasiado finas en estos departamentos.
El primer comunicado fue escueto. Se recomendaba la cuarentena. El Presidente, los ministros, algunos gobernadores, lo anunciaban con una expresión adusta. Por ahora, la única solución era no expandir la enfermedad. Aquellos que no estuvieran infectados, debían presentarse en el Ministerio de Salud para que se les extienda un certificado. Con eso, podrían circular libremente, es decir, ir a su trabajo o de compras. Otros movimientos estaban estrictamente prohibidos. La información, las relaciones sociales, la vida, debía reducirse a la pantalla de la Tv, de la PC, del celular.
Lo primero que recuerdo es un gato de yeso apoyado sobre la mesa. La casa era muy fría y el gato indiferente. Ingresaba una tenue luz por la ventana, filtrada por una cortina violeta. Apenas se podía respirar por el olor a carbón; o al menos eso me decía ella, porque yo no lo sentía.
El parásito se instaló entre nosotros. Dentro nuestro. Los afectados por la pandemia eran imposibles de contar. Y se siguen multiplicando. Aun aquellos que se creían a salvo, que se daban el lujo de pensarse por fuera. Nadie parece inmune, más bien lo contrario. Todos están en cuarentena. Los síntomas son diversos. A muchos les da por dormir. Donde quiera que uno vaya, se encuentra gente durmiendo; en los colectivos, en los trenes, en los negocios, en la calle. Simplemente se recuestan y duermen. Nadie sabe con exactitud que sueñan, dado que la mayoría no despierta. Algunos afirman que el mundo onírico de estas personas sería extraordinariamente realista, sólo que barnizado por un raro tono de esperanza y expectativa. Otros afectados por el parásito son asaltados por ominosos ataques de risa; caminando por las calles, se pueden escuchar carcajadas demenciales, que lanzan personas que parecen estar al borde de la insania. Esa alegría enajenada asusta a más de un transeúnte; además, por la extraña acústica de la ciudad, muchos no pueden distinguir de donde provienen las risas. A veces, las voces provenientes de la izquierda, en realidad, provienen de la derecha y viceversa. Pero el síntoma más curioso de todos es una singular desconexión entre el tiempo y el espacio que sufren los enfermos; muchos de ellos hablan de épocas que jamás han existido, de un pasado oscuro y hórrido, aunque sin detenerse en detalles que los comprometan demasiado. Las autoridades sanitarias están azoradas con estos sucesos y ni siquiera pueden precisar el origen o la biología del gusano. Se limitan a decir que hay que esperar, que el futuro será más venturoso, que, con la fuerza y el trabajo de todos, la cosa se solucionará. Pero lo que se avecina en el horizonte parece ser más oscuro, aun, que lo que está pasando.
La casa estaba en el medio del bosque. Se imponía señorial entre los árboles secos, entre la neblina que bailaba sobre la hierba escarchada; había un silencio quebrado por los pájaros, una calma partida por las alimañas. La casa era extraña. Era complejo precisar dónde terminaban algunas habitaciones y dónde comenzaban otras. De hecho, era imposible precisar en cuál habitación se estaba o sospechar siquiera el plano del lugar. Cuando se creía estar en el dormitorio, en realidad se estaba en el jardín; en otros momentos, se pensaba que no se había traspasado la verja, encontrándose uno en el desván.
Cuando todo comenzó, la gente tenía paciencia y aceptaba las explicaciones oficiales. Había que esperar, se decía en bares y micros, se está haciendo lo posible. Sin embargo, los días y meses pasaban sin que se vislumbrase una mejoría; por el contrario, la plaga se expandía sin freno. La gente, entonces, empezó a tener bronca y a reclamar soluciones drásticas. Pedían la renuncia de algunos ministros, creyendo que eso cambiaría el rumbo de la epidemia. Pero los ministros se sucedían y se sucedían, al igual que las estrategias sanitarias y el parásito afectaba a cada vez más gente.
La casa nos mostraba las habitaciones de a poco; abría algunas puertas, dejaba ver escalones ocultos. Pero no había algo significativo en ellos, no más que algunos pequeños detalles que llevaban a intuir la riqueza escondida.
Ella estaba infectada por el parásito. Su aspecto había desmejorado notoriamente. Su rostro estaba poblado por puntos rojos y lacerantes. En su cuello y en su hombro, le habían salido dos lunares enormes y oscuros, que se hinchaban cada vez que respiraba, convirtiéndose en una frambuesa luminosa. La piel le dolía y algunas noches no podía dormir. A mí me impresionaba tanto esa luz palpitante alrededor de su cuello, que solíamos pasar las noches en vela.
Ana vivía con nosotros desde hacía unos meses. No recuerdo bajo qué circunstancias se instaló; creo que era amiga de Luz o algo así. No tenía donde y le ofrecimos quedarse. Era una chica tranquila y silenciosa; casi nunca salía de su pieza, salvo necesarias excepciones. Me costó convencerla de que vaya al Ministerio para buscar el certificado; siempre quería darle una vuelta más a lo que ocurría. Para ella, lo superficial, lo evidente, la primera mirada, siempre era mentira. Estaba convencida que el parásito era una mentira pergeñada por las autoridades para controlarnos. Ni cuando salía a la calle y veía a la gente durmiendo en el piso, se creía el cuento del parásito. Para mí, hay otra cosa, me decía.
Es la etapa más dura del invierno. Hace varios días que es de noche. Me asomo por la ventana y sopla un viento blanco. Detrás del recorte oscuro de las casas, se vislumbra un resplandor anaranjado. En la tele, dicen que es un problema mecánico en la refinería, que no hay que preocuparse. No dan ganas de salir, de todas maneras. Ni que afuera esperara el Mesías.

El teléfono sigue sonando en el departamento de al lado. Suena desde hace días. Y nadie atiende.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta y dos.

Citando al filósofo de Lugano, hoy tengo muchas ganas de escribir una canción, pero no se me ocurre nada. Es como un río adentro, que se mueve, que resulta imposible de atrapar, justamente. Imaginen que todas las cosas que uno ve, que uno lee, que uno escucha, que uno ha vivido, que uno ha soñado, toda, toda, toda, la información de nuestro cerebro cae en una especie de tanque de magma cósmico o algo así. Bueno, uno tiene que tomar una red e ir sacando las ideas de allí dentro. Como diría Lynch, a veces las ideas son pequeñas y hay que devolverlas; no salen del todo armadas, del todo moldeadas, del todo armonizadas, entonces, otra vez al tanque. La cuestión es cuando uno intenta escribir algo todos los días. Entonces, con la premura de lo cotidiano, debe apurar ideas, sacarlas del horno cuando aún están crudas; o recurrir a nociones olvidadas para intentar salvar el día; o tomar tres o cuatro conceptos aislados para armar un Frankestein que salga a la cancha esa tarde. Esto que estoy escribiendo ahora, como uno es previsor, me veía escribiéndolo desde hace un par de semanas. Me iba dando cuenta que estaba corto de ideas, que sólo quedan renacuajos en el fondo del tanque, demasiado pequeños todavía. Tan desesperado estoy que me acosté a dormir para soñar una idea. Cierro los ojos y estoy en un barrio alejado. Hay un sol quemante; un viento tibio y terroso me lastima los labios. Un hombre grueso, de espeso bigote, vestido con un poncho negro y un sombrero de cowboy, está parado frente a mí. Me sonríe y afirma ser mi rival. Le pregunto qué rival. El hombre, pacientemente, me explica que en los sueños se le asignan roles metafóricos a personas y situaciones de la vida real; él vendría a ser la representación de alguien o algo que yo considero un obstáculo. Pienso, entonces, en toda la gente que he tratado en los últimos meses y no reconozco a ninguno que podría ser un obstáculo. Entonces, no sé de donde, saca un enorme y ornamentado espejo. Lo para enfrente de mí y dice Este es tu rival, señalando mi reflejo. ¿Ese espejo es mi rival?, pregunto sin comprender. El hombre se ofusca y me responde que el reflejo es una forma metafórica cliché de mostrar que mi rival soy yo. Hasta en sueños soy estúpido, pienso y me despierto. Preparo café, me siento a intentar escribir esto. Nada sale. Escucho a Kovadloff con los Leuco y dejo de preocuparme por estar alienado o perdiendo contacto con la realidad. Me río a carcajadas, no puedo evitarlo. El ensayista, como se lo intitula, habla casi quince minutos sin decir un dato, sin exponer un razonamiento lógico, sin explicar una prueba concreta. No es más que una sucesión asqueante y ridícula de frases grandilocuentes y golpes bajos. Termino de reírme y me obligo a escribir. Y, como sugieren algunos, cuando no puedas escribir, escribí sobre la imposibilidad de escribir.

martes, 27 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta y uno.

A la rata la vi, por lo menos, tres veces. Una vez, entrando desde el patio hacia la pieza. La otra, después de escuchar un ruido en el inodoro, me asomé y allí estaba, feliz y nadando. La tercera vez la vi salir del desagüe y olisquear entre el pasto; alcancé a tirarle un palo, pero no hice más que espantarla. Ella nunca la vio, es más, insistía con que no había ninguna rata; me repetía una y otra vez que era una alucinación, algo que se inventaba mi mente para escapar del aburrimiento. Le insistía y le insistía, pero ella siempre fue terca; por más que le dijera que tuviera cuidado, se burlaba de mí y de mis vulgares inventos. Llegamos a discutir muy duramente por el asunto; yo quería traer un gato, pero ella me decía que era un gasto inútil por una rata inexistente. Una tarde de agosto, abrimos juntos la puerta del patio y vimos a la rata paseando por allí. Se la señalé de inmediato, pero ella insistía en no verla. Como puede ser, le reprochaba, está enfrente tuyo. Pero ella dijo que no, que sólo veía el jazmín. Le pregunté qué jazmín, dado que no había ninguno en el patio. Ese, me respondió señalando a la rata. Comenzamos a discutir, creyendo ambos que el otro le estaba tomando el pelo. A partir de ese día, un gran rencor se incubó entre nosotros; discutíamos por casi todo y, por momentos, parecíamos dos desconocidos. Una tarde de octubre, no recuerdo cómo ni por qué, un amigo de ella nos visitó; tampoco recuerdo cómo ni dónde lo conoció ella a este amigo, pero lo cierto es que el tipo tenía un mambo místico bastante importante. Hablaba sobre la existencia de otras dimensiones, panteísmo, cosas así. En un momento, cuando la charla se estaba agotando, se me ocurrió contarle el incidente de la rata. El hombre me miró muy serio. Estábamos los tres en ronda, sentados en el patio. La contempló a ella y después a mí.
-Yo no estoy aquí en estos momentos- nos dijo, con absoluta solemnidad- estoy en un bosque alejado. Medito con los ojos cerrados. Cuando los abra, veré el bosque y ustedes ya no existirán para mí.
La observé a ella y estaba tan desconcertada como yo.
-Ustedes no son más que un pliegue- prosiguió el hombre- un pliegue de la realidad, son para el otro no más que una apariencia; ambos creen que el otro existe, que es igual y ve lo mismo, pero no perciben que el otro no es más que una imagen, como una calcomanía pegada en un vidrio. Pertenecen a dimensiones diferentes, a universos contrapuestos, pero por algún error cósmico, sus mundos se han pegado, se han amalgamado de una forma extraña y perturbadora. El episodio que me cuentas, ese de la rata, no es más que la primera muestra de la desintegración de esta aberración. El Universo está poniendo las cosas en su orden natural. Paulatinamente, esa imagen del otro que ven se irá apagando, hasta desaparecer por completo.
Cuando terminó de hablar, se produjo un silencio de varios minutos. El hombre se fue desvaneciendo de a poco.

Nosotros preferimos no hacer caso a sus palabras, ni siquiera comentamos el tema después del incidente. Proseguimos con nuestras vidas como si nada hubiera pasado; nos abocamos a la rutina, cada uno haciendo sus cosas. Yo por mi lado y ella por el suyo. Cada vez fuimos sabiendo menos lo que hacía, pensaba o quería el otro. Nos veíamos a la mañana muy temprano o a la noche muy tarde, nomás. Y en los últimos meses, ni eso.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta.

Últimamente, se sentía dulce y despreciable. Esa mañana, de sol abrasador, cuando pisó la vereda de la puerta de su casa, la oscuridad la abrazó. Vio a la vecina baldeando la vereda, o tomando mate o mirando pasar al viento; vio, también, al vecino paseando el perro, o lavando el auto o llevando a sus hijos al colegio. No podía distinguir bien que ocurría; no podía saber si era hoy, ayer o mañana. Últimamente, todos los días se parecían demasiado. Su cerebro nadaba en un mar de ásperas certidumbres. La cena con amigos, las vacaciones, alguna noche de teatro o cine, hasta el sexo; todos momentos de felicidad fugaz y vacua. Caminó rumbo a la esquina, con una parsimonia agobiante. Vio a dos nenes caminando en similar dirección a la de ella; no tenían más de ocho años, sucios, ropa gastada, pibes de la calle diría alguno. Recordó su infancia. Recordó a su abuelo, que vivía en el campo. Recordó el chiquero que tenía. Recordó como los cerdos retozaban en el chiquero. El sol alumbraba el campo, indiferente. Los cerdos dormían, desparramados en el barro húmedo y hediento; sus respiraciones eran calmadas, sin exaltaciones. Los cerdos soñaban (sueñan) oscuridad, soñaban con basura, con cáscaras de naranja y yerba. Apenas respiraban y se movían, las moscas los sobrevolaban. El chiquero estaba delimitado por un alambrado de púas; los cerdos no lo sabían, como no sabían, tampoco, que no podían escapar. Los cerdos no sabían que estaban allí para ser asesinados. Mientras, dormían, retozaban, apacibles, mezclados en el barro negro, húmedo, pútrido del chiquero. De pronto, despertó otra vez al presente. No recuerda cómo llegó a la parada del colectivo. Observó a la gente que esperaba; se preguntó a dónde irían, como serían sus vidas, cuáles serían sus insultos preferidos, que sentirían cuando se enamoran. Los micros hacen el mismo recorrido todos los días; las calles se dejan bordear por los micros, se dejan pisar por la gente que va a cumplir con sus obligaciones, con las mismas de siempre. Van al trabajo, a pagar sus cuentas, a ver a un amigo, a un amante, a un familiar. Dejan a los chicos en las escuelas, donde son recibidos por los maestros, profesores, preceptores o porteros; los niños son tirados en las aulas, donde antes hubo otros niños como ellos y habrá otros como ellos después. Todo cambia sin que nos demos cuenta, pensó ella, como si no cambiara y, en el fondo, es así, hay una estructura, una forma de reproducir la vida que se sigue manteniendo, que se maquilla, que se deforma, que se adapta, pero que sigue siendo la misma…de repente, algo la saca de sus cavilaciones. Los dos pibes que había visto antes, empezaron a patear una paloma; no era con malicia, jugaban al fútbol con ella. De pronto, una señora con un maquillaje espeluznante y un hombre con aspecto de pusilánime, les empezaron a gritar que la cortaran; el resto de la gente se dio vuelta con cierta indignación. Veían el juego como un acto de salvajismo puro. Una chica -aspecto de universitaria, clase media tal vez- se acercó a donde estaban y comenzó a correrlos. Uno de los nenes siguió pateando la paloma, mientras la chica se la intentaba manotear. Se la movía con la destreza de un crack, la dejaba acercarse un poquito y, entonces, otra vez la alejaba. Al final, cayéndose del cordón de la vereda, la chica pudo agarrar la paloma y la arropó entre sus dedos. El nene no paraba de reírse; después se acercó al otro. Comenzaron a hablar entre ellos. La gente volvió a sus cabezas. Los nenes volvieron a ser invisibles. Y ella, seguía sintiéndose dulce y despreciable.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y nueve.

Es sencillo. Entrás a You Tube, buscás el canal y mirás algún video. No necesitás nada, eso lo hace democrático. Así son las redes. Mirá, te muestro desde el cel. Acá está, JOKEROK, se llama el canal. Todos los videos empiezan con esta placa negra. Mirá.
Joker # 23
El hombre está sentado, comiendo maní. Tiene la boca llena de migas. De pronto, sonríe. Su aspecto es reconocible, iconográfico. Unas hojas blancas juguetean entre sus manos.
-Estuve leyendo algunas cosas. Sé que muchos me han tratado de loco. Así que comencé a buscar información sobre algunas enfermedades mentales y, puedo asegurarles, me encontré con cosas interesantes. Escuchen como se definiría a una persona con trastorno delirante, digamos, un tipo específico de paranoia:
“El trastorno delirante o psicosis paranoica (el término paranoia fue durante muchos años de uso más frecuente) es un trastorno psicótico caracterizado por ideas delirantes no extrañas en ausencia de cualquier otra psicopatología significativa. En particular, la persona con este trastorno no ha cumplido nunca los criterios para la esquizofrenia y no tiene alucinaciones notorias, aunque pueden estar presentes alucinaciones auditivas, táctiles u olfativas, si estas están relacionadas con el tema del delirio.
Una persona con trastorno delirante puede ser bastante funcional y no tiende a mostrar un comportamiento extraño excepto como resultado directo de la idea delirante. Sin embargo, con el tiempo la vida del paciente puede verse más y más abrumada por el efecto dominante de las creencias anormales”.
Interesante, ¿no? No sé por qué, pero recordé a Elisa Carrió, tal vez por alguna cuestión de asociación libre. Busqué algunas de sus entrevistas, todas de este año, e intenté yuxtaponer estas definiciones con las respuestas de ella. Lo primero que me ha llamado la atención son sus ojos; cuando le están preguntando algo, cuando la están presentando, su mirada parece irse por momentos, sobre todo cuando baja sus ojos, como si no estuviera allí, como si quedara un vacío. También su forma de manejarse durante las entrevistas asemeja a una persona no equilibrada emocionalmente; interrumpe constantemente al periodista, no escucha las preguntas o, directamente, responde cosas diferentes a las preguntadas. Sin contar la recurrencia de datos en sus largas diatribas; el country Abril, los 150 autos de alta gama o que ella denuncia a Kirchner desde el 2004, son algunos de sus tópicos preferidos. En una de las entrevistas aparece con una Virgen de mármol detrás, la simbología cristiana también es muy recurrente en ella, que está convencida de llevar adelante un encargo divino. Pero repasemos algunos de los síntomas que presentan las personas que sufren un trastorno delirante. A ver:
“Delirio de grandiosidad: delirio en el que el individuo tiene un talento extraordinario, poder, conocimiento, o una relación especial con una deidad o una persona famosa”
En una entrevista con Susana Giménez, Carrió afirmó lo siguiente:
“Hay cosas que no las quiere hacer nadie, es como si Dios te dijera, si no sos vos entonces, ¿Quién? Y me tocó a mí”
“Si algo me pasara a mí, la sociedad se vería muy conmovida”
Continuemos, con otro posible cuadro.
“Delirio de tipo persecutorio: delirio en el que la persona (o alguien cercano) está siendo tratado con mala intención: espiado, envenenado, perseguido, etc”.
En la misma entrevista con Susana, dijo:
“Ellos me escuchaban, entonces me dediqué a hablar con ellos. Los retaba y le hablaba al techo. Me preguntaban ¿con quién hablás? Con Milani, que me escucha”
En una entrevista con Wiñazki por TN, consultada sobre cómo pudo ser que los delincuentes supieran que iban a ser allanados, respondió:
“En el mundo de las mafias y el delito, siempre puede haber alguien que filtre algo”.
Observemos algunas de las conductas que debemos tener en cuenta a la hora de diagnosticar a la paciente:
“El paciente expresa una idea o una creencia con una persistencia o fuerza inusual”
“Ahora me dediqué, desde hace varios meses, como yo se lo prometí a La Nación Argentina, a ocuparme del narcotráfico y del crimen organizado y de los intendentes del conurbano” (en una entrevista con Wiñazki por TN)
“Esa idea parece ejercer una influencia excesiva, y su vida se altera habitualmente hasta extremos inexplicables”.
“Voy a dar la vida para que le gente viva”
“Voy a denunciar a un hijo, si es necesario” (ambas en la entrevista con Susana)
“Tiene un carácter de centralidad: independientemente de lo improbable que sean las cosas que le ocurren, el paciente lo acepta sin casi cuestionárselo”.
“La batalla de este país, de esta Nación, para que se sanee es la provincia de Buenos Aires. Lo sé por los negocios, lo sé por el narcotráfico, lo sé por la trata de personas, lo sé por las amenazas, lo sé por los sicarios, lo sé por los crímenes, lo sé por los miles de chicos que mueren en las villas miserias, lo sé desde hace años, desde que denuncié el paco en el año 2003” (en una entrevista con Luis Majul)
“La creencia es, cuando menos, improbable”
“Los pobres, y estoy convencida que esto es un plan, a esos chicos, les están dando veneno, y les matan el cerebro, quedan como zombies, viste como en Haití, así quedan. Y es terrible y lo que no se sabe es que muchos chicos que son adictos se están suicidando entre los 25 y 30 años, entonces la pregunta es si construís una fábrica de pobres y después les das paco, ¿qué estás haciendo? Teniéndolos para votar y después matándolos porque no los podés sostener cuando tienen 40, 50 años y están definitivamente enfermos para siempre”. (en la entrevista con Susana Giménez, que le sacó mucho jugo desde su estupidez, hay que decirlo)
“La idea delirante ocupa una gran parte del tiempo del paciente, y abruma otros elementos de su psique”.
“Te llevan al Juicio Final y te preguntan si le tuviste miedo a Aníbal Fernández, a De Vido, y si respondés sí, te vas al Infierno por estúpida. Quiero encontrarme en el Cielo con mis seres queridos, donde todo es fantástico, no hay celulitis, hay bares”. (también con Susana)
“El delirio, si se exterioriza, a menudo conduce a comportamientos anormales y fuera de lugar, aunque quizás comprensibles conocidas las creencias delirantes”.
Para esto sólo basta una foto:


Pero esto no significa que debemos subestimar a Carrió o simplemente reírnos tontamente de ella. Es un personaje sumamente peligroso. Miren, cuando ella habla de quienes robaron durante el kirchnerismo sus palabras son contundentes; no duda en tratarlos de ladrones, delincuentes o mafiosos, ni tampoco vacila en mencionar con pelos y señales a todos los involucrados, a pesar de que muchas causas aún están en curso, es decir, los acusados son inocentes todavía. Pero ella ya los investigó, enjuició y condenó. Sin embargo, cuando se le pregunta por el aporte de Tomeo a la campaña de Cambiemos, las palabras le cambian de tono; ya no hay criminales sino responsables que deberán hacerse cargo de la situación y, por supuesto, no se mencionan nombres. Pero esto, aún, sigue siendo superficial. Los conceptos de Carrió están bañados de una ideología fascista. Para ella, los genocidas tienen que estar en sus casas y sus delitos son equiparables a los de Hebe; los pobres son ignorantes, potencialmente delincuentes o drogadictos; los corruptos no pueden ser ganaderos, porque las categorías son inamovibles, lo mismo ocurriría al revés, los ganaderos, es decir El Campo, no puede ser corrupto; el Conurbano es el centro de todos los males, sobre todo porque Conurbano es, en su mente, sinónimo de peronismo, pobreza, negraje. Ella es incuestionable porque su misión es de carácter divino, fue el mismo Dios quién la asigno para esta tarea; ella debe purificar la Argentina de todo mal, construir una Nación en paz, sin grietas, que acepte los valores universales del Cristianismo y la Republica, valores que, curiosamente, se parecen demasiado a los de las clases altas tradicionales, rancias, portadoras de linaje, de la Capital Federal.
Bueno, es todo por ahora, nos vemos en unos días.

El hombre suelta una carcajada demencial y el video termina.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y ocho.

La muerte siempre es absurda, pero más lo es si es una muerte joven. A dos años de su triste fallecimiento, cuatro fragmentos sobre Mía.

1) -Abortá- le dijo Ayes, ni bien se enteró de la noticia -Abortá, es lo mejor, ¿para qué queres tener un crío?
Maico la miraba azorada. Hacía cuatro meses que estaba embarazada, pero lo había ocultado fajándose la panza.
-No, como va a abortar- intercedió Leyes -la pobre criatura no tiene la culpa.
Ayes no sabía que pensar, volaba de la bronca. Maico se juntaba todas las noches con un grupo de pibes del barrio; se sentaban en la puerta de la casa, fumaban, jodían, se divertían. Jóvenes que no pensaban en el futuro ni en nada. Entre ellos estaba Emanuel. Un garche, una cojida de onda. Así la concibieron a Mía. El pibe dijo que iba a hacerse cargo. Pero Ayes insistía.
-Dejate de joder, Leyes, abortá, ¿qué vas a hacer con un crío?
-Bueno, tendrá que trabajar y cuidarla, acá no le va faltar nada ni a ella ni a la criatura.
Maico seguía en silencio, con su expresión de perro rengo.
-Bueno, si lo quiere tener que lo tenga- gritó Ayes- pero yo sólo te digo una cosa. Esa criatura va a venir al mundo a sufrir.

2) El teléfono sonó a una hora desacostumbrada. Aun no eran las siete de la mañana. “Leyes” dijo Ayes, sobresaltada. Entredormida, escuchó la voz de su madrina. “No, no, no me digas eso Leyes” le respondía, mientras el llanto le salía tosco, crudo, inesperado. “¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cómo?” eran las preguntas que emanaban de su boca. Las lágrimas le caían por las mejillas vivas, tibias, furiosas, incrédulas, tristes, desesperanzadas, ahogadas, fatales, amargas. Cortó y se sentó en la cama, cubriéndose la cabeza con ambas manos. Su mente era un torbellino, una tormenta de imágenes y de recuerdos. Era una gaviota en el ojo de la tormenta; el agua la golpeaba seca, dura, no la dejaba ver ni pensar, ni vislumbrar ese más allá oscuro. Todavía era de noche en esa mañana de agosto. Fue noche durante todo el día.

3) Ayes recuerda. Cada recuerdo la lleva a otro, a varios, como si surgieran de la tierra, con una fuerza imparable. Su cerebro no puede detenerlos. Se le vienen encima. La atacan. Camina por un laberinto de puertas; cada puerta lleva a una, dos, tres, cuatro puertas. Los recuerdos pesan, duelen, molestan. Es una lluvia de escombros. Desde el comienzo, casi, o desde el final. Todo se mezcla en una masa, un magma primigenio. No hay pasado ni presente ni futuro. Todo está ahí, frente a sus ojos, ocurriendo una y otra vez. Las operaciones padecidas, los vejámenes sufridos, Mía muriéndose. Una y otra vez. Al mismo tiempo.

4) ¿Te acordás la última vez que la vimos? Viajamos con Maico y el otro bebé, Martín, en el Sur 40, creo, no sé, un micro que da vueltas por todo Los Hornos. Veníamos del cumpleaños de ella, en lo de Leyes; vos te habías quedado medio mal porque ella tenía un golpe en la oreja. Recordar esto es terrible, porque es volver a vivirlo. Es ver todo de vuelta, delante de tus ojos, como una película repetida, sin poder hacer nada, dándote cuenta que todo pasó frente a nosotros. No importa. Vos le viste el moretón y le preguntaste a las dos. A la nena y a Maico. Mía se puso muy mal, rompió la hoja donde dibujaba; tu hermana lo negó, dijo que era un golpe, una caída. Se lo había tapado con el pelo. Pasamos el rato con ella, nos sacamos fotos; vos la tuviste en brazos toda la tarde. Después, regresamos al centro en el micro. Ella se quedó dormida, mientras nosotros hablábamos con Maico. Antes de que bajemos se despertó y estaba de muy mal humor; lloraba, se quejaba. Vos dirías, luego, que era una señal que no leíste. Ella no quería volver allá. Bajamos del micro, cargados de cosas. Mía se quedó parada al lado de una señora gorda. Se la veía desorientada, antes hubo que explicarle quien era el padre, el tío y el abuelo; ahora allí, de pie, en silencio, como queriendo perderse entre la gente, tal vez intentando escapar. Me le acerqué y le di la mano; me sonrió y fuimos caminando juntos hasta la parada del 202. Ahí nos despedimos. Vos la abrazaste y la besaste y le prometiste que vendría dormir un fin de semana a casa. Viste sus zapatillitas con luces rojas subir los escalones del micro. Viste su sonrisa de cristal observándote a través de la ventanilla. Viste el 202 con el cartel Los Talas irse por siete. Fue la última vez que la vimos.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y siete.

En una esquina de mi reparto, los perros organizaron un sistema de turnos. Son tres; uno marrón y dos negros. Son perros comunes, sin ninguna característica particular. Lo cierto es que la semana pasada pasé y me salió a ladrar uno de los negros, mientras los otros dos se quedaban acostados sin prestarme atención; sin embargo, esta semana el marrón fue el encargado de ladrarme, mientras los otros ni se fijaban en mí. Miren, prefiero a los gatos antes que a los perros, porque la perversidad del gato es transparente. Es malo y punto. El perro, en cambio, es ladino y ventajero, es advenedizo con los dueños y traicionero con los demás. Una vez, un tipo me dijo que el perro era como un ser humano, que si lo molestas, el perro te hace algo. Lo miré medio raro y me fui. Supongo que un perro con bozal es por un fetiche del dueño, que se debe excitar viendo al can portar ese adminiculo. En todo caso, coincido con el tipo, es decir, no hay manera de educar al perro. Ni con violencia ni con buenos tratos, el perro es como nació y punto. Como los humanos. Hay un perro negro por 500 y 28 que me corre y ladra violentamente desde siempre, o por lo menos desde que ando por ahí. Nunca le hice algo, pero el perro me ladra y ladra. Es de la calle, los vecinos de la cuadra lo alimentan y el Negro (como se llama) es un amor con ellos; algunos quisieron, incluso, que lo acaricie e intente hacerme amigo del perro, pero no hubo caso, el perro sigue ladrándome con inquina. Un día, harto de la situación, agarré dos cascotes y se los di en la cabeza. Resultado: el perro sigue ladrándome, pero por lo menos ahora tiene un motivo. Otro, llamado Tanco, un presa canario del tamaño de la bicicleta, suele estar merodeando por 496 y 29. Hace unos años, te obligaba a bajarte de la bici cuando se te venía encima; ahora, con problemas en la piel y la cadera, apenas te ladra cuando pasas. Por respeto, igual me bajo de la bici, como quien hace reverencia a un Rey olvidado. Aqueronte se llama un mastín napolitano que también esta suelto en la cortada de 140 y 489; impresionan el tamaño y el nombre de la bestia. Una muletilla que suelen tener los dueños es “no hace nada”, frase de la cual habría que especificar sus límites legales, es decir, que el perro no te salte al cuello, te corte la garganta y te devore en un festín de sangre y horror, no significa, necesariamente, que no haga nada. Una vez, un perro enorme y negro saltó sobre mi bicicleta e impactó de lleno contra la rueda trasera, dejándola como un ocho; o un pitbull que me acorraló contra un portón y esperaba mi más mínima distracción para atacarme. O perros que se las ingenian para abrir los buzones y destrozar las cartas, actitud que me costó quejas por escrito de gente que no me creía que sus perros hicieran eso. También hay lugares donde los perros callejeros, sarnosos y hambreados desarrollan una conducta tipo jauría, impidiendo el paso y teniendo un comportamiento violento y salvaje, propiciado por la escasez alimentaria y las enfermedades de la piel a la que están sometidos los animales por los mismos vecinos que, dicen tenerles lastima, pero no se preocupan por ellos ni un poco. Eso es un comportamiento habitual: hay cierto apego al perro, pero no el suficiente como para que al perro no se le caiga el pelo, y la piel se le convierta en una cáscara negra y repugnante. Feo, feo, me mordió un solo perro; un rottwailer que sacó su mandíbula a través de la reja y se prendió a mi codo izquierdo, sacándome un pequeñísimo pedacito de piel. Una cosa curiosa y vergonzante que me pasó fue un perro pequeño y blanco que me mordió dos veces; en ambas, esperó a que me subiera, distraído, a la bicicleta, entonces apareció desde la nada, escupido de algún portal interdimensional, y me mordió el pie derecho. La primera vez me rompió la zapatilla, la segunda alcanzó a clavarme el diente. Y no es que duela tanto. Es el orgullo herido.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y seis.

Eya dijo: Me mudo, conseguí lugar, ¿me vas a ir a visitar?, es una casa, no un hogar (WordReference es mi Dios), mi trabajo es un bajón, los alumnos, los jefes, el sistema (como todos los trabajos, una vez Artola, el de la maderera, me preguntó Cómo iba el trabajo y le dije Lo mismo todos los días, a lo cual contestó El trabajo es eso, hacer lo mismo todos los días), pero me siento mejor, tuve una crisis, se pasó, tenemos que armar la clase (no tenemos animo de eso hoy), decime una frase para tatuarme, me gustan “Mi corazón vacío no soporta una ausencia más”, “No aconsejes a nadie que no te lo haya pedido” (¿Por qué me cuesta tanto llegar? Y de la vida me declaré out), hablé con la psico, miré Brooklyn 99, es genial (¿no te hago acordar a alguno de los personajes?) si, al protagonista, Jake (sí, creo que por eso me gusta la serie, me identifico demasiado con Jake), yo sé que no estás bien, te conozco, mañana armamos bien la clase, ¿Qué vas a hacer con Lucía mañana?, pone Paisaje (Gilda es la versión idealizada de tu madre), sos demasiado racional, no hay una pizca de sentimiento en vos a veces (mi psicóloga me decía Capitán Frío), el sábado se cumple un aniversario (algo vamos a escribir), ¿vuelve el gato Felix?, Ale, no esperes de los demás lo que vos sos, querete un poco, no pases vergüenza, no me lastimes, sos genial, no mendigues cariño, no te merece, es común, es 999.000 en un millón, yo soy diferente (lo es, es diferente, y ocupa un lugar que nadie puede quitarle), no seas débil, cuida a la gata, cuídate, no hagas nada, por ahora (me da un consejo, su primer consejo de amiga, porque me quiere y yo a ella), nos vemos, si ando en el 65 te aviso, se va (cuando vuelvo de la parada del micro, el viento arrecia; los árboles silban, las ramas secas se mueven, escucho un ruido de madera en la copa de uno de ellos, miro, es una rama marchita, partida, que cae, sin red, hacia la calle; golpea sobre el asfalto y queda, muerta, estática, a salvo de cualquier otra desgracia; durante unos segundos, observo el cuadro, algo me atraviesa el cuerpo durante un instante, la recuerdo a Eya que algo más dijo) No quiero volver atrás, no estábamos bien, ahora estamos mejor. 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y cinco.


Un día, de tanto no decir, ella no pudo decir más. Intentaba pronunciar palabras, pero no le salían. Ocurrió que, de tanto callar lo que debía decir, de tanto tapar lo que le pasaba por la cabeza, un día se quedó sin voz. Tenía un montón de cosas para decir atoradas en la garganta. No podía hablar por todas las palabras atascadas en la tráquea. Muda durante varios días, finalmente tuvieron que operarla. Le hicieron una pequeña incisión en el cuello y comenzaron a sacarle las frases que la obturaban. Lo primero fue una respuesta a su madre, de alguna vez que la reprendió. Después salió, casi sin esfuerzo, un insulto estrepitoso a una maestra de primaria, que la recriminó por hablar en clase. Profesores de la secundaria también tuvieron lo suyo; así como compañeros del colegio que le gritaban guarangadas o compañeras que se reían a sus espaldas. Pero eran frases pequeñas y enredadas, que no ocupaban demasiado espacio. La cuestión se fue complicando a medida que los médicos hurgueteaban más. Aparecían jefes maltratadores, novios abandónicos, extraños acosadores. Los reproches a los padres y familiares también eran más extensos y complejos. Y ya no eran sólo insultos. Eran sentimientos complicados, difíciles de explicar a veces, que requerían de estructuras gramaticales engorrosas, de subordinadas interminables, de esfuerzos conceptuales enormes que permitieran mantener la coherencia. Más se hundían los cirujanos en su garganta y más y más palabras extirpaban. Excusas, frustraciones, miedos, odios, se acumulaban sobre una mesita de metal junto a la camilla. Luego de varias horas, creían haber terminado, pero no. Aún quedaba algo pegado al fondo de la garganta, casi cayendo por el esófago. Se dieron cuenta que era algo grande, algo que ocupaba una buena parte de la tráquea. Con mucho cuidado, el medico a cargo introdujo el instrumental; con delicadeza, haciendo un poco de fuerza y usando un poco de habilidad, fue extrayendo esas últimas palabras. Cuando las vieron, se sorprendieron bastante. Eran dos. Te Amo. 

martes, 20 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y cuatro.

Nos rodea una sustancia indescifrable. Demasiado espesa para ser aire, demasiado ligera para ser agua. Todo alrededor es oscuridad. Arriba, muy arriba nuestro, se ve una tenue resolana. Imposible saber si es el sol o el reflejo de alguna luz artificial. Me muevo con naturalidad, hacia arriba o hacia abajo. No camino, ni floto. Es más bien como si nadara. En una dirección u otra, nado con facilidad, acostumbrado a la negrura y a la sustancia que me envuelve. Pero hay límites. Hacia abajo puedo tocar con mis dedos una superficie terrosa, irregular, húmeda, solida. Se extiende interminable y no puedo atravesarla. Hacia arriba, hay cierto punto en que, tampoco, puedo avanzar; la resolana comienza a ser cada vez más luminosa, hasta cegarme completamente y hacerme caer. Entre esos dos límites, me muevo sin restricciones. A mi alrededor, escucho voces, siento manos, cuerpos palpitantes. La mayoría cae hasta chocar con el fondo. Allí, suelo encontrarlos confundidos, desorientados, sin saber qué hacer. Los escucho llorar. Me acerco y me cuentan sus historias, sus recuerdos, como llegaron allí. Alguno me ha confesado qué hay más allá de la luz. Les doy mi mano y los ayudo a subir; a veces se resbalan y vuelven a caer. Pero siempre logran salir. Los acompaño hasta ese borde, esa frontera desconocida. Cuando el brillo me encandila, se escabulle su mano de la mía. Y comienzo a caer, sin recordar con demasiada claridad que ha ocurrido. Me resigno a lo que pasa a mi alrededor. Si alguien se encuentra conmigo, es porque está en el fondo. Escucho un llanto. Me llama la atención. Es un llanto diferente. Los otros llantos reflejan miedo, desesperación, una angustia ligera. Este llanto no. Este llanto refleja una tristeza profunda, una herida lacerante en medio del alma. Me acerco con algo de temor. Le pregunto de dónde viene. Del fondo, me responde. No puede ser, le digo, este es el fondo, todos vienen de arriba. No, me explica, este no es el fondo, esto es arriba, yo vengo del fondo. Al parecer, el fondo no es este suelo terroso; hay un fondo más profundo, más oscuro, un fondo que no puedo percibir y al que no puedo acceder. Le pregunto qué quiere hacer, si quiere seguir subiendo. Se entusiasma, dice que sí. Comenzamos a subir, lo hacemos con mucha facilidad. Es evidente que ambos estamos acostumbrados a esto, a esta oscuridad, a esta sustancia. La resolana comienza a brillar cada vez más. No nos detiene. Estamos cerca, demasiado. Seguimos subiendo. La luz nos rodea completamente. No siento su mano en la mía. Pero no caigo, sigo subiendo. Una blancura absoluta me encierra. Intento mirar, pero no puedo. Estoy ciego. Me pregunto si aún está cayendo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y tres.

Cinco Fábulas Neoliberales.

Fábula N° 1
El padre y la madre lo pensaron con detalle y premeditación. Pararon a cada uno de sus cuatro hijos mirando contra la pared; el menor de 2 años y el mayor de 11. A cada uno de ellos le clavaron un destornillador en la cervical; cayeron al suelo retorciéndose en sangre y dolor. Con parsimonia, los cortaron en pedacitos y separaron la carne del hueso; la carne la freezaron, los huesos los enterraron en cal. Se alimentaron de eso durante un par de semanas, hasta que la policía allanó su casa. Algunos vecinos y autoridades escolares denunciaron, preocupados, la desaparición de los niños. Encontraron los restos y los padres fueron detenidos. Prestaron declaración por separado, pero dieron la misma respuesta cuando se les preguntó los motivos de los asesinatos. Ambos, con voz seca y firme, sin asomo de compasión, contestaron la misma frase: “Porque representaban un gasto”.

Fábula N° 2
En una sala de jardín de infantes, dos niños de cinco años discuten. La Señorita se acerca donde están ambos. Escucha sus argumentos con paciencia. Luego, saca una navaja del bolsillo delantero de su pintor; de un solo golpe, corta la garganta de uno de los niños de lado a lado. El pequeño se retorció hasta morir, ahogado en un mar rojo y coagulado.
Cuando la madre del niño fallecido fue a buscarlo, le informaron lo ocurrido. La mujer entró en un ataque de nervios, insultó a la Señorita y a la directora, e intentó golpearlas con una silla. Finalmente, la retiraron del establecimiento, mientras seguía lanzando amenazas e improperios de toda laya. La Señorita, una vez que todo volvió a calmarse, reflexionó para sí: “La gente está inoculada con un odio incomprensible y ha olvidado como perdonar”.

Fábula N° 3
Un joven con espíritu emprendedor tenía muchas ganas de abrirse camino. Así que se compró una pala y decidió trabajar con esfuerzo y dedicación. Ningún obstáculo lo detendría; el joven estaba obstinado a abrirse camino con su pala. Hizo pozos en todos los lugares donde pudo, aun cuando nadie se lo pedía o cuando nadie le pagaba. El joven estaba convencido que, con esfuerzo y dedicación, lograría el éxito. Bajo soles tórridos o bajo lluvias torrenciales, trabajó y trabajó, sin descanso y sin recompensa. Al poco tiempo, mientras cavaba un pozo en medio de una calle de tierra, el cansancio y el hambre lo vencieron. Antes de morir, al rayo del sol primaveral, abrazado a su pala, el joven se limpió de tierra la boca y exclamó: “No me he esforzado lo suficiente para conseguir el éxito”

Fábula N° 4
Una chica, harta de los reclamos de su madre, decidió una tarde realizarse como mujer. Como le pareció demasiado engorroso obtener la pareja, parir los hijos, conseguir el trabajo y la casa, que le exigía la sociedad para ser una mujer completa, concluyó que era mejor robarlos. Así, comenzó a imitar a su vecina. Se vestía igual que ella, decía lo mismo que ella, trataba a los hijos de ella como propios; concurría al trabajo de ella y lo ejercía con sapiencia, frecuentaba su casa como si le perteneciera. Hasta que sedujo al marido y el hombre decidió echar a la original para suplantarla por una copia mejorada. La emoción del cambio duró poco: la nueva lo envenenó a él y a sus hijos, para luego huir al Caribe con los ahorros de la familia. Al final, las dos mujeres no eran lo mismo.

Fábula N° 5

Un hombre le debe dinero a su hermano. Para pagarle, pide un crédito en el banco; le paga al hermano y comienza a devolverle el dinero a la entidad financiera. Claro que la plata a devolver cada mes es más, así que el hombre decide pagar la deuda sacando un préstamo en la financiera. Cancela con el banco, pero el interés es aún mayor. Entonces, vende su auto y da en adopción a su hijo. Reduce el gasto, pero la deuda aumenta. Así que saca otro préstamo con el banco, quien le pone un interés más alto, por su mal desempeño financiero. Con el dinero, no alcanza a cancelar la deuda con la financiera, por lo que suma más huecos económicos. Para colmo, el uso de las tarjetas de crédito y de los supermercados le acumulan atrasos y multas. Le ejecutan la casa y el hermano le ofrece vivir con él. El hombre trabaja los siete días de la semana para pagar las deudas. Calcula que, por lo menos, deberá estar así dos años más. Una noche, mientras cenan, el hermano le comenta: “Lástima que pediste ese préstamo, yo no pensaba en reclamarte la plata”.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y dos.

Era un pájaro de porcelana blanco, brillante, elegante. Medio hundido en la arena húmeda, medio lamido por el agua salada de las olas azules. El sol de la tarde apenas rozaba su piel nívea. La niña lo encontró, como si fuera de casualidad; lo rescató y limpió los granos mojados adheridos al objeto. En su mano pequeña y un poco rechoncha, el pájaro se hacía señorial. Ella lo miró encantada, lo revisó, lo puso boca abajo. Era hermoso. Se abrazó a él y lo llevó corriendo a donde estaba su madre. Era una playa alejada, en donde la gente no se bañaba por temor a las medusas. La madre observaba el mar, algo melancólica. Apenas le sonrió cuando la niña le mostró el pájaro. Había una brisa salina que las atravesaba; el agua ejecutaba una sinfonía ligeramente monótona. La playa no se animaba a devorarlas, las dejaba reposar sobre la arena.
-Debe ser de algún naufragio - comentó la madre - tal vez un barco chino.
La niña miró el pájaro consternada.
-No- le respondió, firme - este es un regalo del mar.
La madre le sonrió con ternura.
-El mar me regaló este pájaro - reafirmó la niña, con seriedad.
Creía que, repitiéndolo, convencería más a su madre. La niña posó el pájaro sobre la toalla. Lo recubrió un poco para que no quede a la vista; le pareció un gesto de angurria, como si ella quisiera negar a otros la belleza de la escultura. De todos modos, no se preocupó demasiado por el asunto y volvió a alejarse de su madre. Corrió por la playa buscando otros regalos. La arena pegajosa se hundía a su paso. La niña se paró frente al mar; observó el baile de las olas, la espuma blanca que salpicaba el borde del mundo, el viento frío y húmedo. Frente a ella se abría un abismo inabarcable. ¿Podía ser que fuera un regalo? ¿Para ella? ¿Qué había hecho de especial para merecerlo? ¿Los regalos se merecían? Se sentó, agotada, cansada de caminar y buscar. De pronto, notó un resplandor que surgía del mar. Era una luz tenue, que al principio confundió con un reflejo del sol. Sin embargo, la mancha luminosa fue creciendo en tamaño; la niña se irguió, obnubilada, atraída por el movimiento circular del resplandor. Una voz oscura, ahogada, parecía llamarla.
-Alondra, Alondra, veni, veni.
La niña caminó hacia el mar, hipnotizada; sintió el agua tibia entre los dedos. La asaltó un miedo profundo, primitivo, pero igual avanzó. Una idea la invadió, como un relámpago de felicidad; tal vez allí hubiera una tierra mágica.
-Alondra, ¿Qué hacés? - la voz de la madre la sacó de la ensoñación - ¿no ves que es peligroso, que te podés ahogar?
La niña quitó la vista del mar sin querer volver a verlo. Miró avergonzada a su madre.
-Veni para acá.
Corrió rumbo a ella tan rápido como pudo, apretando los puños y agachando la cabeza.
-Pensé que podía haber otros regalos – le comentó.

Su madre la observó entre preocupada y enternecida. No sabía cómo iba a explicarle que, a veces, no hay que tentar a la suerte.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta y uno.

El hombre está sentado en silencio. El balcón de su departamento es pequeño; apenas entra la reposera y sus piernas estiradas. El atardecer del viernes muere entre los edificios, los cables, los postes, las palomas. Desde su décimo piso, la postal le resulta trillada. A pesar del calor, aun no se sacó sus guantes ni el saco violeta. El pelo verde se le pega, desprolijo, sobre la frente blanca. No exhibe la sonrisa por la cual se lo conoce. Sus ojos parecen apagados, opacos. No observa a la ciudad que muere a su alrededor. Intenta recordar. Se pregunta cómo empezó todo esto. Alguna vez tuvo una familia. Una hermosa mujer, dos hijos. Un varón y una nena, claro, como corresponde a la fantasía pequeñoburguesa. Todo era perfecto. O al menos lo perfecto que decían debía ser. Una casa en un barrio caro, dos autos, vacaciones al exterior. Una vida tranquila. No importaba con quién andaba la mujer. El amante era un empresario importante, él sólo un abogado. No debió importarle. Tampoco lo que hicieran los hijos. El varón prendía fuego linyeras, la nena se daba con lo que encontraba. Un arma y tres disparos, para que más. Desaparecer luego no era tan difícil. Escapó del Paraíso. No, no era así. No tenían dinero, o al menos no tanto. Ambos trabajaban. Él y su mujer eran empleados del Estado. Tenían una pequeña hija internada. La vida de la niña dependía de varias máquinas. Su mujer fue despedida sin justificación, acusada de ñoqui. Una noche, un apagón en el hospital mató a la hija. Las autoridades hablaron de pesada herencia y ahorro de energía. La mujer no lo aguantó; intentó tirarse debajo de un tren, pero las obras estaban paradas. Finalmente, se cortó las venas. Aún quedan algunas minúsculas manchas rojas en los azulejos del baño. No, tampoco era así. No tenía mujer e hijos. Tenía un novio. Eran felices, estaban por mudarse juntos. Una pareja ejemplar, bella, alegre, realizada. A la salida de un bar, un grupo de rugbiers los encaró y comenzó a insultarlos. Ellos no se sintieron intimidados y respondieron. Fue diez contra dos; recibieron una paliza terrible. Ambos terminaron en el hospital. Él salió a la semana, pero su novio no. Se fue apagando de a poco. No, no, tampoco era así. Él venía de una familia muy pobre, muy carenciada. De un sector vulnerable, dirían los funcionarios actuales. Como pudo, intentó abrirse camino, salir de allí, estudiar. En la facultad estaba esa noche que la gendarmería ingresó al barrio. A los tiros. Su padre fue herido, dos de sus hermanos detenidos y otro muerto. Cuando llegó, el silencio que había le espesó la sangre. Pero no, tampoco fue eso lo que pasó. Sus padres jubilados dejaron de recibir la medicación a través de PAMI y no podían pagarla. No resistieron mucho. Tampoco fue eso. Él viene del campo, de una familia de productores pequeños. La fumigación descontrolada con agrotóxicos mató a sus seres queridos. No. Tenía una Pyme, no, mejor trabajaba en una Pyme que cerró y quedó en la calle. El hombre observa a una paloma que se posa en la reja del balcón. Es una paloma común; un plumaje con varios tonos de gris y un reflejo verde en la cabeza. Su pico cargado de parásitos, sus ojos que parecen perdidos. Nada tiene de especial esa paloma. Es como cualquier otra que anda por ahí. Como aquellas que están posadas en las antenas. El hombre sonríe. No hay diferencia, entonces, entre él y cualquiera que camina por la calle en ese momento. En el fondo, todos nos parecemos, piensa. Intenta recordar y no puede. Su historia es difusa, pierde su linealidad. No hay una causa y una consecuencia. A veces ni él sabe por qué hace lo que hace. Sin embargo, le enseñaron que es un personaje y debe tener una motivación. Una razón concreta, verosímil, comprensible para haber empezado a hacer esos videos. Unos tontos videos en You Tube, no son más que eso. Simplemente divertirse no parece una buena excusa. Más ahora que se convirtió en un enemigo público. O que lo convirtieron en eso. Parece insensato, pero no hay una razón. La busca y la busca y no la encuentra. Se pregunta si la necesita. Lo único que hace es reírse de un gobierno que parece tomarnos el pelo todos los días. Un gobierno que alega que generar pobres y desempleo es la única forma de combatir la pobreza y el desempleo. Un gobierno que habla de dialogo y pluralidad, pero anula a todo aquel que ose criticarlo. Un gobierno que quiere proteger a los más débiles quitándole derechos a los más débiles. Un gobierno que señala como un costo todo aquello que no signifique ganancia voraz para los empresarios. Un gobierno que golpea la mesa para decir que no va a negociar con sindicalistas mafiosos, pero que está ansioso por poner dinero en los bolsillos de especuladores financieros internacionales. Un gobierno que sostiene que cualquier protesta es desestabilizadora. Un gobierno que ha puesto a los trabajadores, los movimientos sociales, a los organismos de derechos humanos y a las villas como enemigos. Él se ríe de eso. Se ríe de un discurso endeblemente falaz, sabedor de ser tan poderoso que ni siquiera guarda formas o contenidos; un discurso que se reproduce sin parar, sin ni siquiera cuestionar su propia estupidez; un discurso soberbio y arrogante. Él se ríe de la inagotable miseria humana que votó este proceso, creyendo que iba a formar parte de algo de lo que nunca va a formar parte. Se ríe de los que siguen creyendo que con ser buenos alcanza. Se ríe de los que hablan de la degradación cultural que dejó el gobierno anterior, sin darse cuenta que esa supuesta degradación es la que dio como resultado este gobierno. No puede no reírse eso. No puede no reírse del patetismo en el que están sumidos todos. No puede no reírse de la tragedia peor que se avecina. No puedo no reírse de la ausencia total de elegancia en periodistas y voceros oficiales. Les gustaría no reírse y responder con altura e inteligencia, pero son tan obvios que no le queda más que reírse. No puede no reírse porque si no se ríe, enloquece. Su mente se perdería definitivamente en la oscuridad de la locura. Se ríe porque es la única manera de soportarlo. Una nueva Campaña del Desierto, escucha. Sentado en el balcón, sólo, alejado diez pisos del suelo, larga una carcajada demencial, que se siente a varias cuadras a la redonda.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Treinta.

Ella no podía sacárselo de los ojos. Por más que estuviera bien, alegre, caminando por ahí, leyendo, charlando con alguien, él siempre estaba en sus ojos. No podía mirar a quien tuviera enfrente, sólo podía mirarlo a él. Como una sombra en su cornea, ella no podía borrarlo de sus ojos. Se sentía pésima desde que él la abandonó. Se identificaba con todas las canciones que sonaban en la radio; por ejemplo, esa que decía “Sé que me queres, aunque estes con otra”. O “Una restricción perimetral no va a detener a mi corazón”, o “El técnico de tu amor me dijo que me buscara club”. Todas la hacían llorar de a gotas. Mientras, él seguía nadando en sus ojos. Fue al oculista y todo. Así de mucho la preocupaba no poder sacárselo de los ojos. El medico observó la pequeña figura que anidaba en el reflejo del iris. Preguntó quién era el joven. Ella le contó la historia como pudo. El oculista la observó con algo de ternura; le contó que eran habituales casos como ese. Al parecer, el cerebro intenta fijar de cualquier manera la imagen del amado o amada. Es una forma de no desprenderse, de no aceptar el abandono. Le contó, también, que él no podía ayudarla, que debía visitar al especialista indicado. El así llamado experto era médico y poeta. Un mal poeta, según se decía. Ella no prestó atención a esto; creía que la poesía era algo subjetivo, imposible de cualificar. Se entiende, claro, que un mal poeta puede disimularse durante años e incluso décadas antes de ser identificado, si es que logra serlo. Un mal medico queda en evidencia en diez minutos. Un mal verso puede pasar desapercibido, pero no un cadáver. Más allá de esto, ella se dirigió a hablar con el medico poeta. Las mariposas de su estómago se han marchitado, fue lo primero que él le dijo. Ella le explico que aún estaba enamorada. Ese es el problema, le respondió él, el amor hace daño, no hay que enamorarse. Ella comprendió, entonces, por qué era un mal poeta. Se retiró del consultorio y no volvió jamás. Siguió con su problema, sin buscar soluciones. Se acostumbró un poco a la situación. Al menos, ya no la angustia. Espera que él, en algún momento, deje de dormir en sus ojos.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Veintinueve.

Tiene un pelo larguísimo. Un pelo que parece flotar sobre su cabeza, que parece estar dibujado por varios trazos delicados y elegantes. A simple vista, parece un cabello fino y sedoso, que se mueve al compás sencillo del viento. Pero cuando se intenta pasar la mano por él, los dedos salen cortados y chorreando gotas de sangre. Ahí se revela el raro secreto de ese pelo. Cada uno de los integrantes de esa cabellera, es un delgado alambre de cobre. Cada uno de ellos, tiene una pequeña rosca en una de sus puntas. Todas las mañanas, debe enroscar cuidadosamente, y uno por uno, todos los cabellos de su cabellera. Cada pelo es, además, una terminal eléctrica que produce una pequeña descarga; cuando piensa en algo o alguien, un pequeño estallido azul se provoca en alguna parte de su pelo. Entonces, los alambres crecen un milímetro. Así, debe pensar y pensar en todas las personas y las cosas parejamente, para que su cabello crezca parejamente. Pero no siempre puede hacerlo. A veces, se enamora y el costado izquierdo de su cabeza se alarga desmesuradamente; en otras, se obsesiona con comprar tal o cual objeto y el flequillo se estira hasta taparle los ojos. Cuando esto ocurre, debe tomar una pinza y cortar metódicamente el resto de alambre; aunque, a veces, se hastía y lo deja así como está. Para lavarlo, también es todo un ritual; uno por uno, los engrasa y los pule hasta que el cobre brilla, como el sol en el atardecer de verano. A la noche, antes de dormir, desenrosca todos los cabellos y los guarda en un estante, preparado especialmente para eso. No podría dormir con todos esos alambres enroscados en su cabeza. Sin embargo, todo ese sacrificio es invisible, cuando por la calle se ve esa enorme estrella roja, altiva, que flota como indiferente por encima de su cabeza.  

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Veintiocho.

El día suena peor que ayer. Antes de salir, me paro frente a la puerta blanca. Intento tranquilizarme, darme ánimos. Vamos, que no te quiebren. Respiro. El viento golpea implacable; así imagina golpear toda la tarde. Torcido, otra vez. La bici rota, otra vez. Un perro sale al cruce. El personaje se baja y lo encara, dispuesto a trenzarse en lucha. El perro retrocede; con sus ojos, parece decirle “tranquilo, ameo, no quiero problemas, sólo estoy acá, ladrando un poco, oliendo el culo de otros perros”. El personaje siente el sudor caerle por el pelo negro; a pesar del frío, está empapado. Continua. Es el día del cartero. Nadie le dice Feliz Día. No importa, no tiene importancia. El Flaco le pregunta si está bien. Sí, responde, aunque no lo esté. Se pregunta si la tristeza se le delatará en los ojos. Está harto. Pero en un momento deja de pensar. Queda el vacío, la mente en blanco. Ya no hay por qué preocuparse. Todo se ha dicho y hecho. Por más que camine con la cabeza gacha, o que su mirada esté apagada. La oscuridad se aleja de pronto. Su cabeza le juega algunas malas pasadas, pero siempre lo salva. Es ese gol de Morata sobre la hora, ese cabezazo certero que devuelve la respiración. El viento golpea a favor por la tarde. El sol acompaña, tan cálido como indiferente. La mañana parece tan lejana, ahora. Piensa demasiado, pero son pensamientos sin salida. Especulaciones, fantasías. Es pérdida de tiempo y energía. Observa la noticia del rugby expulsado de San Cirano. Es gracioso. Porque la expulsión deja en evidencia una forma de entender y observar a las clases bajas por parte de las altas. El flaco que fue e hizo lo que hizo, no es más que un tallo que creció demasiado alto, que se alejó demasiado de la planta que lo cobijaba. Pero la planta de donde surgió sigue allí, tan robusta y reverdecida como siempre. Es una cuestión de formas, nomás. De intentar demostrar que ellos no son así, que toleran, que respetan, que son solidarios. Pero no. Eso está ahí, nadando en la oscuridad, esperando el momento para salir. Lo no dicho, lo que no puede decirse. Lo latente. Día del cartero, entonces. No voy a abundar sobre detalles técnicos que retraten el oficio, ni ensayaré palabras de ocasión sobre la importancia de la profesión, nada de eso. Simplemente decir que, en la calle, uno debe forjar un criterio propio y tomar decisiones que, muchas veces, contradicen a la fría letra del reglamento. La Fundación El Libro sacó un concurso de cuentos. Piden un libro de cuentos. No tengo nada. Cierra el 31 de octubre. Bien, según las bases, debería escribir algo así como 150 páginas en un mes y medio. Apenas puedo escribir treinta renglones para acá. No me veo.

martes, 13 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Veintisiete.

La gata me despierta. Me lame el ojo. 7 y 20. Hace varios días que la repetición del despertador no suena; no sé si la apago sin darme cuenta o no suena. Me despierta la gata en esas ocasiones. Frío, mucho viento. Pierdo los días, que el sol careta le pone metas a los suicidas. La bici se rompe. Hoy es martes 13. No soy supersticioso, pero hoy es martes, eso sí. El personaje está harto. Harto. De todas y cada una de las situaciones que lo rodean. No hay una partícula del Universo que no le provoque odio. No sabe que le pasa, por qué le pasa. Desde que se despertó, lo intuye. Hoy es un mal día. Se para en medio de un camino arbolado. Un último resabio de bosque, un oasis hecho por pinos, perdido en el barrio. Observa las ramas secas y torcidas. El Diablo parece habitar en ellas. Le gustaría escribir sobre eso, sobre el Diablo en las ramas. Pero no puede. Está agotado, la cabeza le pesa. Sufre cada cosa que le ocurre; se percibe cansado, sin fuerzas, sin reflejos. Hoy cada golpe es casi de KO. Perdió el espíritu, la voluntad. Tiene ganas de morirse, sin vueltas. Le duele el estómago. Ojalá que sea cólera, ojalá que me muera, se dice. Pide irse antes de la oficina. Está harto, lo invade la sensación de estar al borde. De decir o hacer cualquier cosa. Mejor cuidarse, se dice. Vuelve resignado, la cabeza apoyada contra el vidrio. Hoy no sólo lo derrotaron. Hoy lo golearon. Hoy fue una defensa inerme ante delanteros imparables. Le entraron de a uno y por todos lados. Pide la hora, pero al día todavía le falta demasiado. Quiere tomarse un sedante y dormir hasta mañana. Volver a foja cero. Eya le habla y le comenta sobre su sesión; la siente contenta, se alegra. Él también le dice una idea, pero Eya no le presta atención. Se va a sentir mal cuando se dé cuenta. A él no le importa, está feliz por Eya, porque esté mejor, por todo. El personaje quiere escribir, sabía con que empezar. “Si un papel la besa, la tinta fresca se esparce; al dibujo se le forma un acné azul”. No puede. Quería hacer otras cosas, dejar de lado esta etapa autorreferencial y depresiva. No puede, en días como estos no puede. Es una rata que le muerde el estómago. La gata lo espera. Se acuesta conmigo, es loca pero leal. Como todas las locas, se dice. En la tele, el Barsa. Messi tampoco falla. Tres goles, asistencias, un deleite. Por un rato, le cambia la cara. Messi es mejor que Cristiano, porque Messi tiene alma. Messi y la gata, todo lo que le queda. Sabe que, en un rato, Eya le preguntará cuál era esa idea que dejó pasar de largo. Era una inquietud, nomás. Seguro Eya tiene algo para responder a eso. Si nunca has pensado que el don de la conciencia, que Dios otorgó al hombre, no es un don sino un castigo. 

lunes, 12 de septiembre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Veintiséis.

La pantalla gigante sólo devuelve una sonrisa enorme y deformada. La mesa, delante de ella, es encabezada por el Rubio Conductor; a su derecha e izquierda se esparcen periodistas, especialistas y opinadores de toda clase. La música de relleno ha sido suprimida; todos mantienen un gesto adusto, preocupado. La cámara se acerca, con un dulce movimiento, al Rubio Conductor. El hombre, que ya supera los cuarenta, hace una mueca rara con la nariz. Todavía hay algún resto de lo que tomó en el camarín.
-Buenas noches, queridos amigos, hoy tenemos varios temas de actualidad para ir tocando en la mesa, con los diversos invitados. Pero me interesaría, fundamentalmente, hablar de este personaje que ustedes ven a mis espaldas. El Joker. Se ha armado un revuelo en los últimos días, en la última semana y algo, alrededor del personaje, que me gustaría tratar de enfocar en aspectos más profundos del tema. Sabemos que hay quienes lo idolatran, hay quienes lo consideran un terrorista, hay quienes lo ven como algo inofensivo. Sé que en la mesa están todas estas posturas y por eso me gustaría arrancar charlando sobre eso. Hoy tenemos en el gabinete a filósofos, especialistas en seguridad, especialistas en redes sociales, aparte de nuestro plantel habitual, así que va a estar bien interesante la cosa. Hoy están con nosotros, como invitados, el Filósofo, el Especialista en Seguridad, el Especialista en Redes Sociales; como parte de nuestro staff permanente están el Director de la Revista, el Periodista del Establishment y el Periodista de los Servicios. Bien, quería comenzar con vos, que sos el intelectual, el tipo que por ahí mira un poco más allá, te veo que tenes lápiz y papel preparados, ¿usás eso siempre?
-Depende, a veces uso lapicera- responde el Filósofo, altivo- depende, los que escribimos mucho, solemos tener muchos tipos de lápices y lapiceras.
-Bien, te quería preguntar- insiste el Rubio Conductor- el tema de hoy pasa por este particular personaje, el Joker, que apareció como una bomba en You Tube, con no sé cuántos millones de visitas…
-Un millón y medio- acota el Periodista de los Servicios.
-Un millón y medio de visitas, una barbaridad, con muchos seguidores jóvenes, que le responden, que lo han tomado como referente. La pregunta es que representa este personaje, cuál su alcance, cuál es su peligrosidad real, cuál es la influencia de las redes sociales en nuestra vida, también, ¿se puede desestabilizar a un gobierno democrático con videos en You Tube? Hace unos años esto hubiera sonado inverosímil, pero ahora no sé…bueno, son todas preguntas, inquietudes, puntas que tiro en la mesa para que debatamos. Quería empezar con vos por eso, para que nos des…
-Disculpame- interrumpe el Periodista de los Servicios- pero antes déjame decir que, para mí, para mí, no sé qué pensara el resto, para mí este personaje ya debería estar preso. Para mí, eh, debería estar preso.
Silencio en la mesa. Algunos se miran con una mezcla de sorna e incomodidad. El Filósofo se acomoda en su silla. Recuerda a su padre en momentos como este; al viejo no le hubiera gustado verlo ahí sentado, junto a todos esos lobistas y operadores mediáticos. Que se joda, piensa él; al fin y al cabo, sostiene una vida más tranquila y más holgada económicamente de la que su progenitor jamás le hubiese proporcionado. De todas formas, recuerda el alivio que significó su muerte; la mirada severa no corroe tanto desde la tumba. El Rubio Conductor lo mira, cediéndole la palabra.
-Bueno, primero déjenme aclarar que no existe ninguna clase de preocupación por parte del Gobierno con este tipo de personajes. Lo ven como parte de cierto populismo residual y fanático, un oportunista en el mejor de los casos. Les puedo asegurar que todos los funcionarios están tratando de pensar como llevar a cabo todas las transformaciones que necesita la Argentina, tratando de mejorar la vida de todos. No les interesa lo que pueda decir este o cualquier loco por las redes sociales.
-Un poco debería estar preocupado- comenta el Director de la Revista, un hombre que supo publicar tapas que sobrepasaban el mal gusto y ahora intenta parecer un periodista probo e independiente- deberían estar un poco preocupados porque este personaje no sólo suma fanáticos virtuales sino, también, grupos que se están organizando para desestabilizar y generar caos. No digo que debería sobreactuar, pero de ahí a no preocuparse, me parece imprudente.
-Es un terrorista- espeta el Especialista en Seguridad.
Todos lo miran. Un silencio espeso invade la mesa. El hombre bordea los sesenta años; su rostro iluminado por un botox cansado, refleja cierta carencia de humanidad. Alguna imagen borrosa del fin de semana le da vueltas por la cabeza; recuerda algún enano y varios juguetes, entre otras cosas.
-Es un terrorista- repite- miren, en cualquier sociedad civilizada, este sujeto no tendría ningún asidero, en cualquier país serio, estaría preso ya. El Gobierno no puede darse el lujo de tener a alguien dando vueltas, sea quien sea, agitando la insurrección, horadando la imagen presidencial. Hay muchos jóvenes confundidos que lo siguen porque no tienen noción, porque la juventud suele tener cierta dosis de rebeldía, pero no están capacitados para discernir lo peligroso de este sujeto. La década anterior dejó esto, un montón de chicos sin ninguna clase de valores. Han perdido la cultura del trabajo, el respeto por las autoridades, el valor de la familia y siguen a estos instigadores. Hay que solucionar la crisis educativa, tiene que volver la c…
-Bueno, bueno- lo interrumpe el Rubio Conductor- me gustaría también escuchar al Especialista en Redes Sociales, que todavía no habló, que nos mira con algo de timidez, quería preguntarte por este fenómeno de los youtubers, de estos personajes que surgen de la internet, en qué lugar se podría ubicar al Joker en este, en este fenómeno.
-Bien, es un personaje extraño. Esta es una época donde el avance de la tecnología permite que todo aquel que tenga acceso a una cámara, una Pc y, ni siquiera, con un celular, puede realizar estos videos. Se nota el estilo amateur, casero de los videos del Joker, realmente hay que elogiar el ritmo y el impacto que ha logrado con muy escasos recursos. En cuanto a otro de los temas que estaban debatiendo en la mesa, hay que recordar que en muchos países árabes hubo revueltas e incluso se echaron a gobiernos, con movimientos iniciados en redes sociales. Hoy por hoy, las redes tienen una enorme influencia en la vida diaria, en la vida política de las sociedades, por lo cual el Gobierno debe estar, aunque sea atento a esta situación.
-Bien, bancame que ya estoy con vos- dice el Rubio Conductor, apretando, con ternura, el brazo del Periodista de los Servicios- porque tenemos una llamada en línea. ¿puede ser que del otro lado este el Joker?
Una carcajada ominosa y demencial se escucha, interferida por el ruido de los pulsos telefónicos. Los integrantes de la mesa sienten que un escalofrió le recorre el cuerpo. La carcajada no se detiene. Se acomodan en las sillas, miran hacia fuera del estudio, reprimen las ganas de levantarse y correr. El miedo los invade. La otredad está ahí, cercana, al alcance de una palabra. La carcajada se corta abruptamente.
-Sí, soy yo, el Joker original, el verdadero, el único- una voz aguda y eléctrica suena en el aire- escúchenme, si quieren saber de mí, me gustaría que me inviten a su programa y hablen conmigo, antes de continuar con esa retahíla de idioteces que están reproduciendo.
El Rubio Conductor se queda petrificado. Sabe que es el evento periodístico de la semana, del mes, tal vez del año. El Joker en su programa. Un certificado que puede recibirlo de periodista, que puede darle el prestigio y el lugar que le niegan sus propios colegas. Responde, rápido de reflejos.
-Sí, sí, seguro, quédate por privado y arregla con nuestros productores. Va a ser un placer.
-Listo, gracias.
La mesa queda en silencio, todos se miran entre sí. El Rubio Conductor esboza una enorme sonrisa de satisfacción. Los demás están entre asustados y sorprendidos.
-Bien, vamos a ir a una pausa para acomodarnos y enseguida volvemos.

La cámara se eleva por sobre sus cabezas, como un pájaro de metal que se aleja. Las luces del estudio bajan. Un asistente de producción acerca un espejo y una lapicera a todo aquel que lo pida.