Ayer nos tuvimos que ir caminando a la cena. El chófer dijo que él no recibía pago por llevarnos, sólo por traernos de La Plata. Uno gritó Somos carteros y arrancó la peregrinación. Fue una cena contundente, bordeando lo pantagruelico. A la vuelta, lloviznaba y nos amucharon a todos y todas en un micro. Me fui a dormir, pero la mayoría siguió de caravana. Hoy a la mañana, comenzó la asamblea en sí propia. Hubo un inicio con bombos, trompetas y un desayuno. Hicimos flamear unas banderas, cantamos el himno y luego se inició con la orden del día. Se mocionó la aprobación de balances y luego se dio lugar a la charla sobre la (siempre) preocupante situación de la empresa. En el cuarto intermedio, comimos y después me fui a mirar el mar, pero fue un ratito porque no estoy contemplativo últimamente y además se te llenan las zapatillas de arena. El gran drama de la costa argentina, el enemigo silencioso, el paciente invasor: la arena. La charla prosiguió a la tarde en los mismos términos. Nos liberaron cinco y media y nos regalaron alfajores. Cada uno es responsable de su destino hasta la cena. Me vine a un bar a tomar un café y mirar el partido. Estoy un poco saturado de la gente del correo y prefiero mezclarme con los lugareños, absorber algo de color local, contemplar la pintura de un pueblo opaco y que es incapaz de albergar alguna clase de energía vital. La gente parece afable.
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