Hoy
me desperté un rato más tarde porque fue un día diferente. Es que como tocó
pasar la jornada de trabajo adentro. El motivo: empezar a capacitarme para ser
ventanillero. No sé si quiero serlo, pero es bueno sumar alguna herramienta
sobre todo por la situación actual de la empresa. Pasar toda la mañana
encerrado, viendo como la gente va y viene, escuchando voces, ruidos, plata, números,
papeles, encerrado en un cuadrado de durlock, vidrio y madera, no es lo mío. Más
que nada porque estoy acostumbrado a estar en la calle, andar como un pájaro
entre los árboles, sin ataduras, siendo mi propio jefe, responsable de mi
trabajo, sin estar pendiente de otros tiempos y otras necesidades a la hora de
hacer mi tarea. Entiendo que para muchos lo habitual sea tener un jefe encima y
no poder organizar a su propio ritmo el trabajo, pero para alguien que hace más
de trece años se maneja haciendo un poco lo que quiere es difícil. Hubo alguna
sorpresa entre mis compañeros porque no esperaban verme ahí y de hecho no se lo
conté a nadie, ni siquiera a Carlos. Alguno me dijo que estaba buscando viejos
recuerdos, en referencia a una situación ocurrida hace unos años y que
involucró a una mujer y de la cual NO voy a hablar ahora y tal vez nunca. Cosas
que hice hoy: imponer encomiendas, despachar cartas documento, entregar
tarjetas, subir cosas al sistema, pagar planes sociales, comer dos porciones de
pizza. Por lo que tengo entendido, fue un día bastante tranquilo y relajado. Salí
con la cabeza quemada y recién ahora pude despejarme un poco. Carlos me pidió que
le reseñé su novela para subirlo a la página de su editorial. Voy a ser
implacable. Ahora tenemos la despedida de un compañero que se va a vivir a
España porque la única salida de este país despoblado es Ezeiza. Vamos a comer
y tomar como si no existiera un mañana para descubrir mañana que si lo hubo. René
está pidiendo comida, pero todavía no es la hora.
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