Hoy
me desperté pasadas las siete y hacía frío. Tuve que salir con campera. Otra vez,
el 418 pasó cuando estaba cruzando la plaza y lo perdí. Tomé el 195. Cuando llegué
a la oficina, estaban todos a los gritos y enojados. El motivo era alguna clase
de descuido sin importancia y que ya se había solucionado, pero igual fue una
buena excusa para intercambiar improperios. Al rato, uno se puso a contar que
la hija de la sobrina, de apenas un año y medio, se quedaba dormida en lugares.
La llevaron al hospital y quedó internada en observación. Un médico, o al menos
eso entendí, le dijo a la madre que la niña sufría depresión. Un diagnostico un
poco extraño para una criatura tan pequeña. Hay un antecedente en la familia:
la otra hija estuvo varios meses sin hablar después de ver como el padre
apuñaló a la madre delante de ella y el hermanito, pero, en todo caso, había un
justificativo para la conducta inusual. Salí a la calle y me encontré con el
frío. También me crucé con una compañera de taller que estaba paseando al
perro. Me preguntó por qué no me sumo a las reuniones y dije que estoy en una. Después
fui hasta atrás del frigorífico a llevar una carta. Cuando se pasa por el
matadero, hay un olor a bosta y sangre muy particular, sólo vinculable a ese
lugar. Para llegar, hay una calle poceada rodeada de campo. A veces, los
pastizales se mueven, aunque no haya viento. Está lleno de cuises que no se
esconden a la vista humana. Se sienten fuertes y seguros de su victoria. Cuidado,
cuises, nunca hay que sentirse seguro de la victoria. Atrás del frigorífico,
muy atrás, hay un hogar para chicos con discapacidad abandonados. Los pibes
corren por un patio con huertas y gallinas. Había dos cabras pastando. Algún día,
hablaré con más detalle. Es la representación más cercana de olvidados de Dios
que conozco. Volví a la oficina y
preguntaban por el Sugus, un compañero de oficina morocho al que apodan así por
la otrora mascota (políticamente incorrecta) de los caramelos. Acaban de leer
el peor uso de paréntesis de la historia de la escritura, aplausos. Hoy hay
fulbito y hubo quejas por la nueva canchita. Es cierto que es pequeña e
irregular y que cambiamos porque la anterior era al aire libre y los –cito textual-
viejos maricones esos tenían frío. La semana que viene quizás volvemos a
cambiar a una por Tolosa que es un pasillo al fondo, preguntar por Tito. Quiero
contar que vivo con una persona publica a quien mantendré en el anonimato y me
referiré a ella como Carlos. Aclaro esto porque esa persona leyó uno de estos
escritos y me dijo que eran aburridos y que era necesario agregar acción,
ovnis, tiros, insultos y minas en bolas. Le expliqué que la idea era la
escritura por la escritura misma, no acumular efectismos y giros dramáticos. Me
respondió que eso era un bodrio y que a nadie le interesaba. No importa,
seguiré, esto es de largo aliento.
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