martes, 24 de mayo de 2022

Cosas que pasaron hoy #16

 Fue el tercer miércoles de noviembre cuando un camión de mudanza se estacionó frente al local, abandonado durante años, y comenzó a descargar cajas. Levantaron la persiana y pasaron frente a mis ojos sillas, plantas, mesas, lámparas, bolsas, camas, colchones, entre varias otras cosas. No parecía haber nadie a cargo. Fueron los propios empleados del flete los que pusieron llave al candado y a la puerta para empezar la tarea. No se veía, al menos desde la ventana de mi casa, a nadie que fuera ordenando donde dejar cada objeto, cada caja, cada mueble. Parecía que los empleados reaccionaban de modo intuitivo o quizás habían sido adiestrados con anterioridad sobre lo que debían hacer. En poco menos de una hora, ya habían terminado y vuelto a bajar la persiana. El conductor del camión colocó el candado, se subió al vehículo y así terminó el movimiento de toda la mañana. Le comenté a mi esposa todo esto y no le pareció para nada llamativo. Al contrario, se alegró de ver que ese local antiguo y repleto de polvo se volviera utilizar para algo. A la tarde de ese mismo día, cuando salí a pasear al perro, noté que había colocado una marquesina sobre la persiana del local con un cartel que solo tenía cuatro letras en mayúsculas: ERVA. En la puerta, había un hombre de pelo largo y oscuro, vestido con una camisa blanca y chupines azules. Caminé unos metros con el perro sujetado a la correa mientras observaba la conducta del vecino nuevo. Transmitía un semblante tranquilo y una sonrisa muy quieta invadía su cara. Sus ojos, demasiado oscuros, tenían un leve brillo que parecía reconfortar a quien los mirara. Hice el recorrido habitual por la plaza y, cuando volví, el hombre ya no estaba. A través del ventanal del lugar, podía verse un espacio blanco, con varios helechos e iluminado con luces led, con una mesa de vidrio y varias sillas alrededor. Apenas visible desde la calle, detrás, de una de las plantas, había una puerta entreabierta que debía dar al fondo del local. Esa misma noche, cuando salí a sacar la basura, vi no menos de doscientas personas en la puerta del local. Se mezclaban hombres y mujeres con tragos en la mano y, por la ropa y el cuidado del pelo y los dientes, parecían todos de clase acomodada. La fiesta, por lo que escuché desde la pieza hasta dormirme, duró hasta bien entrada la madrugada. Tuve un sueño extraño en el que un animal deforme caminaba por las calles del barrio. Era una especie de cabra con pico y muy alto. Cada tanto, lanzaba un chillido agudo que podía asimilarse con un grito de terror. En un momento del sueño, sonaban sirenas y la policía trataba del atrapar al animal. Al otro día, cuando salí a la calle, el hombre estaba parado en la puerta del local, pero su pelo había cambiado de oscuro a canoso.

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