viernes, 9 de diciembre de 2016

Un pequeño pedazo de ideología

Pegaron volantes de una pizzería en la puerta de casa. Con cinta scotch, colocaron tres a la altura de la cintura y otros tres casi en la parte superior de la reja; supongo que para cubrir todo el rango de estaturas que podría haber en la casa. Entro a un negocio y espero a que me atiendan; detrás de mí, ingresa una mujer muy anciana, que camina apoyada en un bastón. Se mueve, busca, se para junto a mí. Cuando la chica me va a despachar, la señora se mete. Asegura que yo entré después. Lo afirma con severidad, me mira a los ojos, con firmeza y decisión, como si yo fuera una vil alimaña que intenta colársele a una anciana.
-Estaba él- dice la chica y sonríe.
Podría empezar a despotricar contra los viejos, como hago habitualmente, pero no, entiendo a la señora, me pongo en su lugar. Si, al fin y al cabo, pareciera que yo no existiera. Y tal vez es cierto, tal vez estoy desapareciendo de a poco. No la culpo a la pobre señora, si siempre fui un poco invisible. Pero basta de autocompasión. Es hora de salir, dar una vuelta, vivir la vida, con la gente joven, etc. Un amigo me pasa una latita de Red Bull. La observo. Dice que contiene cafeína y taurina. Red Bull te da aaaaaalas, pienso y luego se lo digo. Ese pequeño objeto, una bebida energizante, un pedazo de metal moldeado, es una ínfima muestra iconográfica de algo más grande.
-Esta bueno, te levanta y es más rico que el Speed- me dice.

Lo pruebo y debo admitir que tiene razón. Pero Red Bull es un gigante corporativo. Es una empresa que está arraigada en miles de países y que instala su marca a través de una osada campaña publicitaria. Red Bull GmbH ha comprado clubes de futbol en Austria, Alemania, Estados Unidos, Ghana y Brasil; tiene escuderías de Formula 1, de Nascar y de Stock Car; posee equipos de Hockey sobre hielo y estadios colosales en diferentes puntos de Europa. De la mano de sus millones, ha puesto en duda la identidad de clubes históricos y también ha puesto en debate cual es verdadero espíritu competitivo del deporte. Pero Red Bull gana y eso la hace indiscutible. Ahora, tengo en mis manos esa pequeña lata con dos toros rojos a punto de chocar entre sí; es parte de un enorme conglomerado de poder económico e influencias. Su contenido o la función específica de la bebida no resultan importantes, no son más que una excusa; la empresa representa ideales concretos, relacionados a la eficiencia, el alto rendimiento, la superación individual y colectiva, la derrota de nuestros adversarios, débiles por no consumir lo que nosotros, por no ser lo que nosotros. Esto es algo de lo que representa esta lata. Es un pedazo de ideología lo que cargo entre mis dedos. Levanto los ojos y veo la ciudad. Es igual que casi todos los días. Nadie se preocupa por estas cosas. Red Bull es una empresa austriaca. Malditos austriacos. Vamos a Liverpool, el aniversario de la muerte de Lennon. Parece una buena forma de homenajearlo. Hay posters, gigantografías, toda clase de elementos relacionados a The Beatles. Pero no pasan su música. Está bien, supongo que es una buena decisión. Malditos austriacos.

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