viernes, 16 de diciembre de 2016

David Lynch ha muerto I

Karen contó las monedas en la caja registradora por cuarta vez en la noche. Los días de semana se hacía interminable el turno. A veces, aprovechaba para leer alguna cosa; mayormente de la facultad, aunque en otras ocasiones se llevaba algo que le gustara. Solía tener tanto tiempo libre, que podría haber leído la Biblioteca Nacional; pero después de un rato, la vista se le cansaba y dejaba los libros de lado. En la estación de servicio, había una tele y varias mesas; algunos insomnes, vagos o noctámbulos las usaban para matar el tiempo. Había, también, un chico que oficiaba de guardia de seguridad y otro de playero, aunque sus jurisdicciones eran diferentes. Pero todas estas descripciones son vanas; sirven, quizás, para situarnos en un escenario, en un clima. La estación de servicio, ubicada en un barrio tranquilo, era un barco luminoso encallado en una marea oscura, visitado de pasada por algunos transeúntes fantasmas, que buscaban cigarrillos, alguna bebida, combustible o un café. Lo importante no es eso. Lo importante es Karen, la chica morocha y flaquita, de ojos dulces, que espera con una sonrisa de porcelana detrás del mostrador para cobrar; la chica que sueña todas las noches con que sea la última de trabajar allí, que sueña con recibirse y poder ejercer su profesión; la chica que soporta estoica los coqueteos y palos de todos los tipos calentones que pasan por allí, respondiendo siempre con simpatía, pero también con firmeza. Eso es lo importante de este párrafo, no la estación de servicio. La mirada agotada de Karen, mientras busca algún canal de televisión donde pasen música decente y no solo imitadores de Arjona y Pittbull; o su hastío al escuchar los audios de WhatsApp que le mandan su novio o sus amigas, ni que hablar cuando ve las actualizaciones de Facebook o Instagram. Todas las noches siente que su cabeza puede colapsar, pero se dice que no, que aguante, que ya se va a recibir, que escapará de allí de alguna forma. Y tapa, se narcotiza, mira la tele, lee alguna fotocopia, cuenta las monedas, chequea el celular. O habla con Ezequiel, el adolescente gordo y granoso, de piel impactantemente blanca, que cae todas las noches con alguna historia rara.
“…desde esa noche te extraño en mi habitación/ creo que puedo caer en una adicción/ contigo…”
-¿Pero que es esta mierda?- dijo Karen, y cambió de canal.
Ezequiel le sonrió. Seguro en un rato le saca charla. Allá viene el chico lindo, pensó, mientras veía entrar a un joven morocho con un jopo raro. Ella sonrió con su mejor cara. Él se acercó al mostrador, algo tímido.

-Quería comprar cigarrillos- le dijo Bruno, con voz suave.

1 comentario:

  1. Hola editores de señor pato: me gustaría ofrecer mi colaboración en este blog, porque siento y veo y leo que los escritores se estan repitiendo. Tienen una poeta muy hermosa, pero lo que les pasa a los personajes pareciera que es siempre lo mismo. A menos que lo analicemos de manera más trágica y saquemos la conclusión de que todo en la vida se repite y somos unos idiotas que sufrimos al pedo, total nos vamos a morir.
    Pero en fin, me gusta este blog, espero una respuesta favorable. Saludos intergalacticos. Desde la estratosfera que nos van a sacar segun Zizek D:

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