sábado, 3 de diciembre de 2016

¿Cuándo viste un conejo con anteojos?

Desde la ventana, apenas abierta, se escapa la frase. Hablaban de otra cosa, pero sin saber el contexto, es rara, muy rara. “¿Cuándo viste un conejo con anteojos?” dice la voz de un hombre. Nadie se ríe, por lo que supongo que no era una analogía sarcástica. Se ve que conversaban sobre un tema serio. Antes del partido de ayer, recordaban algunas ocurrencias de borrachos. “El tipo éste te decía que cazaba liebres con la mano; decía que él ponía un ladrillo con pimienta arriba y, como la liebre es curiosa, se acerca a oler, al hacerlo, estornuda, al estornudar, se la da la cabeza contra el ladrillo y al darse la cabeza contra el ladrillo, se muere. Entonces, ahí vas y la agarras con la mano. También decía que pescaba sin caña; tiraba aceitunas negras con carozo al río y, cuando el pez asomaba la cabeza para escupir el carozo, lo agarraba”. Del partido en sí, mejor no hablar. No recuerdo jugar tan mal en mi vida y, aclaro, no soy bueno. Pero no es el talento de lo que hablo. Hablo de tener cierta idea de qué hacer dentro de la cancha. Un desastre. Clemente, me gritaban. En el entretiempo, el Paisa pasó al arco y yo fui a jugar; me dice, entonces, Ale, tenes los mismos guantes que el otro arquero, Sí, le respondí, pero los míos vinieron fallados, me parece. Creo que me voy a retirar del fútbol. Realmente, estar parado, ver que viene la pelota y no saber qué hacer. No, eso no. Parecía que nunca hubiera jugado. La duda es fatal; voy o vengo, salgo o me quedo. La duda, tan útil en actividades intelectuales, es fatal dentro de la cancha. El jugador debe arrojarse al partido, no reflexionar, actuar, leer la situación, tomar una decisión y ejecutarla. Si ese designio no se cumple, el resultado puede ser de catástrofe. Como el de ayer. Después, nos embriagamos, nos emborrachamos, nos mamamos. Póngale el nombre que quieran. Con Palermo tibia, para colmo. Según el Flaco, te transformas en lobo después de tomar un vaso. Y más o menos, te digo. De todos modos, el espíritu del equipo estaba por el suelo. Tal vez esto no sea para mí, tal vez me estoy engañando. Tal vez pienso demasiado en idioteces. Hoy, aun bajoneado, me levanté. La gata se paró al lado de la puerta con atención; entendí que debía abrirle. Cuando lo hice, ella dio un salto hacia fuera y escuché un graznido. Me asomé y la vi agachada, en actitud de ataque; se dio media vuelta y vino caminando hacia mí con un gorrión en la boca. Un gorrioncito, era un pichón. Jugueteó un rato y después se lo comió. Lo primero que devoró fue su cabecita, luego le abrió el pecho y se dejó ver una mancha roja entre las plumas grisáceas. Una vez terminada la faena, se acostó al sol, con mirada altanera, como si fuera un puma. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario