Desde
la ventana, apenas abierta, se escapa la frase. Hablaban de otra cosa, pero sin
saber el contexto, es rara, muy rara. “¿Cuándo viste un conejo con anteojos?”
dice la voz de un hombre. Nadie se ríe, por lo que supongo que no era una analogía
sarcástica. Se ve que conversaban sobre un tema serio. Antes del partido de
ayer, recordaban algunas ocurrencias de borrachos. “El tipo éste te decía que
cazaba liebres con la mano; decía que él ponía un ladrillo con pimienta arriba
y, como la liebre es curiosa, se acerca a oler, al hacerlo, estornuda, al
estornudar, se la da la cabeza contra el ladrillo y al darse la cabeza contra
el ladrillo, se muere. Entonces, ahí vas y la agarras con la mano. También decía
que pescaba sin caña; tiraba aceitunas negras con carozo al río y, cuando el
pez asomaba la cabeza para escupir el carozo, lo agarraba”. Del partido en sí,
mejor no hablar. No recuerdo jugar tan mal en mi vida y, aclaro, no soy bueno. Pero
no es el talento de lo que hablo. Hablo de tener cierta idea de qué hacer
dentro de la cancha. Un desastre. Clemente, me gritaban. En el entretiempo, el
Paisa pasó al arco y yo fui a jugar; me dice, entonces, Ale, tenes los mismos
guantes que el otro arquero, Sí, le respondí, pero los míos vinieron fallados,
me parece. Creo que me voy a retirar del fútbol. Realmente, estar parado, ver
que viene la pelota y no saber qué hacer. No, eso no. Parecía que nunca hubiera
jugado. La duda es fatal; voy o vengo, salgo o me quedo. La duda, tan útil en
actividades intelectuales, es fatal dentro de la cancha. El jugador debe
arrojarse al partido, no reflexionar, actuar, leer la situación, tomar una decisión
y ejecutarla. Si ese designio no se cumple, el resultado puede ser de catástrofe.
Como el de ayer. Después, nos embriagamos, nos emborrachamos, nos mamamos. Póngale
el nombre que quieran. Con Palermo tibia, para colmo. Según el Flaco, te
transformas en lobo después de tomar un vaso. Y más o menos, te digo. De todos
modos, el espíritu del equipo estaba por el suelo. Tal vez esto no sea para mí,
tal vez me estoy engañando. Tal vez pienso demasiado en idioteces. Hoy, aun
bajoneado, me levanté. La gata se paró al lado de la puerta con atención; entendí
que debía abrirle. Cuando lo hice, ella dio un salto hacia fuera y escuché un
graznido. Me asomé y la vi agachada, en actitud de ataque; se dio media vuelta
y vino caminando hacia mí con un gorrión en la boca. Un gorrioncito, era un pichón.
Jugueteó un rato y después se lo comió. Lo primero que devoró fue su cabecita, luego
le abrió el pecho y se dejó ver una mancha roja entre las plumas grisáceas. Una
vez terminada la faena, se acostó al sol, con mirada altanera, como si fuera un
puma.
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