“Pareciera
que no aprendo más”. El hombre, tan delgado como siempre, observa el cielo
desde la terraza de su edificio. El sol se esconde en una marea naranja y
violeta. “Todo lo que había construido, desapareció de un plumazo, de un soplo,
como si nunca hubiera existido”. Apenas escucha el ruido de los autos, su
cerebro está enredado en un mar de pensamientos. Se pregunta cuándo va a
aprender, cuando va a dejar de cometer esa clase de errores. Una entrevista,
una sola entrevista alcanzó. Las fuerzas policiales ingresaron al canal y lo
detuvieron; lo mantuvieron demorado en una comisaria durante toda la noche. Lo golpearon
para obligarlo a dejar su activismo en contra del Gobierno; allanaron su casa y
destrozaron todas sus cosas. Le bloquearon su canal en You Tube y le prohíben crear
otro. Dar la cara, ese fue el error. La oscuridad le daba poder, lo hacía
peligroso. Al darse a conocer, se convirtió en un hombre común. Se dejó ganar
por la tentación de las luces de la televisión. Creyó que el Gran Medio era un
juego más, algo de lo que podría salir ileso. No olfateó la trampa, se dejó
obnubilar. Pensó que él los manejaba a ellos, pero siempre fue al revés. Ahora pasa
gran parte de los días en la terraza. Siente un enorme vacío cada vez que ve
las habitaciones vacías, de las cuales tuve que tirar todo lo destruido. Sentado
contra una pared, observa como el cielo se oscurece. Chequea alguna actualización
en el celular. Ya casi no tiene batería. Ve un título que le llama la atención.
El vicio lo puede, aunque ya no lo entusiasma. A nadie parece importarle tanta
ineficiencia. Hasta la oposición más radicalizada lo tildó de “Terrorista”, o
calificó sus acciones de excesivas. Esto va a seguir así, porque todos manejan
y reproducen el mismo sistema de valores y relaciones, se dice el hombre, si para
vencer al Pro, hay que ser como el Pro, estamos fritos, ahora, nunca entendimos
que la soberbia con la que nos manejamos es la que nos llevó a esto, a veces,
el kirchnerismo representa la misma soberbia y el mismo conchetaje que el Pro,
pero recubierto de una cáscara nacional y popular. Esto es un desastre,
concluye el hombre, y va a empeorar. Hace rato que no se ríe; a veces, se
sonríe con resignación ante alguna noticia, pero no más que eso. Vuelve a la
pantalla del celular. La luz empieza a titilar, la batería está en un rojo
furioso. El hombre suspira. Relee el título que le llamó la atención.
Marcos Peña afirma
que el Gobierno no se dedicó a hablar mal de la gestión anterior.
Hay
un video, lo abre. Sí, dice eso. No puede ser, no puede ser. El hombre siente
que algo se le revuelve en las entrañas. No pueden tener tanta impunidad, no
puede ser. Vuelve a mirar el video.
-Ustedes
no le dijeron a la sociedad de la herencia que recibieron, porque era
desastrosa- arranca Majul, con pelota dominada- no se la dijeron, porque yo he
hablado con funcionarios del Gobierno, por dos razones, una porque tenían miedo
de que la inicial ola de optimismo se convirtiera en pesimismo, y la segunda,
porque se suponía que el Mundo no les iba a prestar, pero que no se lo dijeron,
no se lo dijeron, claramente.
-Si
mirás el discurso del primero de marzo, en el informe El estado del Estado,
claramente lo dijimos- Marcos Peña completa la jugada- lo que no hicimos, que
es una costumbre histórica de nuestro país, es dedicarnos a hablar mal del
Gobierno anterior, nos dedicamos a trabajar, y el énfasis está puesto ahí,
claramente.
No
lo puedo creer, se dice el hombre. En estos dos meses, han terminado de matar a
la verdad. La verdad no sirve, no existe. La cuestión es sostener un discurso
más allá de toda demostración concreta. Ni siquiera puede sostener la
coherencia. No, no hablaron mal del Gobierno anterior, sólo presentaron un
informe de 223 páginas especificando todo lo malo que hizo el Gobierno
anterior. Pero si sería eso nomás, lo dejaría pasar. El relato de este Gobierno
se basa absolutamente en criticar lo hecho antes; no hay un solo argumento que
pueda sostener ningún funcionario, adherente, periodista corporativo para
defender las medidas del Pro que no contenga señalamientos a los desmanejos de épocas
anteriores. Es insólito. El hombre se para y se acerca al parapeto de la
terraza. Observa cómo termina de morir la tarde; observa el vuelo coordinado de
las golondrinas. Algo le sube desde el estómago a la garganta. Lanza una
carcajada sonora, demencial, una carcajada que acumula meses de reproches y frustración.
Comprende que no puede pelear consigo mismo, con quien es. Si en treinta y ocho
segundos le dieron tanta magia, las cosas que debe estar perdiéndose. El celular
no tiene carga. No puede parar de reírse. De alguna forma, va a volver. Debe volver.
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