No
puedo mirar I-Sat. Mi vida es una película de I-Sat. El personaje ahí, la
mirada extraviada, esperando; apartado de su contexto, arrojado al mundo. Un pasado
difuso, un futuro indiscernible. Allí, parado, una acción cotidiana, la fila
del supermercado. Un bolso escupe un fajo de billetes, cae en las manos de una
señora atacada por una cama solar. La cajera le sonríe a una clienta. Del negro
a esta mortecina blancura. Recuerda (recuerdo) la mañana, esa mañana, poniendo
primero el pie derecho sobre el suelo, luego el izquierdo. Se agarró la cabeza
para que no se le caiga. “No vale la pena” se dijo “no hay motivo para hacer
esto”. La idea de faltar al trabajo relampagueó en su cabeza. Se sonrió, me
sonreí. Me levanté con toda la pesadez. Por momentos, siento que los dedos son
de plomo. No hay razón para hacerlo y lo estoy haciendo. No pretendo ganarle a
la depresión, eso es imposible; pretendo no perder por goleada. Vengo bien. Volvamos
al supermercado. El personaje ahí, parado, el primer plano, cámara en mano, el
foco puesto en él, algo pasa frente al lente, o se mueve a sus bordes. El director
quiere transmitir suciedad, inestabilidad, o algo así, quien sabe. Busco bolsas
y no hay; ahora te las venden. La excusa es para acostumbrar a la gente a
llevar su propia bolsa, generar conciencia ambiental o algo por el estilo. La cajera
me dice si quiero bolsas, cuarenta y cinco centavos cada una. Tengo que comprar
dos; una se rompe ni bien le pongo las cosas. Eran más fuertes cuando me las
regalaban; todo gracias al seudo ecologismo. Que fácil salvar el planeta, sólo
tenes que llevar tu bolsa. Pero igual tienen para vender, es decir, fabrican
bolsas de plástico de todos modos y no importa que sean verdes, son de plástico.
No importa. El personaje se va, con la bolsa rota, no va a comprar otra, quiere
cuidar el medio ambiente. Silencio, no hay diálogo. La ciudad está demasiado
callada hoy; será el cielo gris, agosto, el viento que silba o tal vez todos
estos lugares comunes. Se pregunta cómo será el final de la película, aunque
final nunca haya. Pero el corte abrupto se dará, como en las que pasan por
I-Sat, que ya nausea le causan. Lava los platos. Un vaso se escapa y encuentra
su trágico final chocando contra un plato. Ambos caen, hay vidrios por todos
lados. Me quedo parado un segundo. Observo el cuadro. Cuantas posibilidades simbólicas
se cruzan en este momento. Juntando pedacitos de uno, por todos lados. Paz, no
pierde la calma, no lo golean, está claro. Tal vez el vaso era miembro ISIS,
piensa. Y tengo esperanza de que todo mejore, igual que Macri. Y al igual que
Macri, mi esperanza se basa más en una fe que en una certeza.
Me alegra este regreso
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