lunes, 22 de agosto de 2016

Siete

Evitamos el cliché del domingo. El personaje y yo, digo. Porque, mire sí habrá días para entristecerse, y la gente se entristece el domingo. Se dominguea, dicen. El personaje se para al borde del precipicio y observa el agua. Ve a su vida como un río torrentoso, el agua se desborda, las orillas desaparecen, la marea crece; la corriente impetuosa se lleva todo lo que no está aferrado, seguro, adherido a la tierra por el peso trágico de los años. El personaje se divierte con la situación; ve con gracia como se pierden en los oscuros remolinos de los días personas, objetos, situaciones, por las que no vale la pena ni moverse. El domingo no es triste, se dice, cualquier día es triste, es una cuestión de gusto, de cuando uno quiera entristecerse, el lunes puede serlo, pero el personaje elije el martes, el martes es el día más triste. No he soñado mucho últimamente; o sí, pero son sueños confusos, histéricos, plagados de imágenes indeterminadas. Sueños pastiche, serían. Me gustaría soñar algo interesante para escribir; el último sueño que, recuerdo, me llamó la atención fue sobre Baldomero, un vampiro boliviano que tomaba sangre de vaca y se paseaba a plena luz del día. ¿Tu chica sigue vendiendo Avon?, me pregunta el Flaco, ¿chica? ¿yo tenía una chica?, pensé, creo que sí tuve, pero ahora no tengo, aunque la mía, si es que Eya era de alguien, vendía Natura. Todo en un instante. Sí, digo, en realidad no, no sé. No sé si tengo chica, si vende Natura o Avon, o qué. Le voy a preguntar, pero creo que ya no. Que ya no vende, aunque como no tengo chica tampoco, ni sé. No importa. Me dice el nombre del perfume. Ya ni sé. Otra vez despierto cerca de las nueve, con esas palabras. La voz de la Pibita hoy no se escucha. Capaz que por eso no sueño, porque todo alrededor parece tener una inconsistencia onírica. Casi no sé si son mis ojos los que ven, ¿cómo podría saberlo? El personaje dice que escribe, lo hace en una libretita pequeña, con un lápiz rojo, bien de película indie. Escribe lo siguiente (lo sabemos porque, mientras escribe, se escucha su voz en off, vio) “Decidí ignorarte y pensé que me iba a costar, que iba a sufrir haciéndolo; creí que iba a caer en la tentación de hablarte, que no lo resistiría. Pero no, nada de eso ocurrió. Al contrario, comencé a disfrutarlo. Ignorarte se convirtió en un enorme placer; esperaba tu llegada sólo para fingir tu ausencia. Urdía en mi cabeza oscuras y sutiles formas de no hablarte. Incluso tus faltas llegaban a desesperarme; el goce que representaba ningunearte se veía, en esas ocasiones, pospuesto o cancelado. Tu presencia era necesaria para que pueda ignorarte. Pronto, comprendí que el placer de negarte consumía mis horas; te seguía a donde ibas, frecuentaba los lugares que vos frecuentabas solamente para no hablarte, no saludarte, no mirarte, estaba ahí, a tu lado, nada más que para fingir que no existías”. Cierra la libretita y observa los últimos rayos de sol que entran por la puerta, ahí donde el cielo se anaranja para volverse violeta. Hoy es un día tan triste como hermoso, hay que decirlo.

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