domingo, 21 de agosto de 2016

Seis

La gata adoptó su personalidad. A veces, pareciera que sobra. Viene y maúlla; quiere comer, bueno, le doy. Al rato, otra vez viene y otra vez maúlla; quiere un poco de mimo, se me sube encima. Ahora mismo, me golpea la cabeza con su mano izquierda; la miró, me mira, quiere atención. Viene y maúlla; quiere salir, que le abra el pasillo o el patio. Al rato, viene y maúlla de nuevo; quiere acostarse. Todo el tiempo así. Exige, insiste, llora. Muchas veces no sé qué quiere. O tengo que dejar de hacer cosas para prestarle atención. Ella se pone encima de toda prioridad. A la tarde, cuando llego, quiere comida, pero no le alcanza con que le llene el plato, no, quiere que la acaricie un poco mientras come, si no lo hago, maúlla. A la madrugada, me golpea con el pie para que me despierte; a la noche, quiere acostarse debajo de la frazada, pero un rato, después se pone encima de los pies. Tiene demasiadas mañas y me preocupo demasiado por satisfacérselas. Y ahí viene, otra vez la patita en la cara, ¿qué quiere ahora? Me está por golpear y la miro. Se queda congelada. Sigo. Otra vez quiere golpearme, otra vez la miro, otra vez se congela. Me río. Está ahí, gorda y gris, esperando algo. Maúlla levemente, a veces pareciera que me habla, que me contesta. Es bastante respondona, si así fuera. Se me acuesta encima. No puedo seguir escribiendo. Tal vez sea culpa mía que haya adoptado su personalidad. 

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