martes, 30 de agosto de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Quince.

Fui a comprar galletitas; en el kiosco, tienen una foto enorme de una boca podrida, según parece para prevenir el cáncer. Camino, pienso. Con Eya, todo está bien; no se si bien, pero la cosa mejora, estamos acomodándonos. De a poco. La gata está sana. Mi familia también. Puedo escribir, estoy más despejado, más tranquilo. El otro día ganó Gimnasia. No digo que podría ser feliz, pero tampoco veo los motivos de este malestar. Sin embargo, hay una pústula que molesta, que fastidia. La Pibita. No querría hablar de esto, no es tan importante, pero por alguna razón, me inquieta. Dudo en seguir. Estaba todo bien con ella, se los aseguro. Charlábamos, había buena onda. Éramos amigos, o al menos podíamos serlo. Pero se cortó. Cómo y por qué, no lo entiendo. No sé si dije o hice algo malo, no lo sé. Juro y perjuro que jamás intenté nada. Tengo un cartel que dice “Friendzoname” tatuado en la frente. No quiero otra cosa, menos ahora, en esta etapa. Quisiera preguntarle qué le pasa, pero esquiva la mirada; últimamente no me dice ni Buen Día. Debo admitir, eso sí, que a veces, cuando estoy ahí, me sonríe, pero sin decir nada. Actúa como si yo no existiera; no entiendo cómo se enfrío todo así. Tal vez inició una tórrida aventura con algún otro miembro de la oficina y yo sería un estorbo para eso. No veo por qué, no es un motivo para comportarse así. Tal vez el novio le dijo algo de mí. Tampoco me parece excusa, no soy tan importante. Creerá que me la quiero levantar. La convenzo de lo contrario en cinco minutos. O creerá que yo estoy enojado con ella y esto es un malentendido. Realmente, descartando las opciones obvias, la situación es incomprensible y está manchando a los otros compañeros de trabajo, que intentan aconsejarme sin que yo se los pida. Hoy, por caso, la Pibita bajó y no dijo ni Buen Día, obvio. Así que yo lo interpelé al Flaco, Buen Día, Flaco, ¿cómo andas?, le dije, y empezamos a decirnos Buen Día entre todos, para dejar en evidencia su falta. Nada, apenas se sonrió, pero nada. Cuando se fue, el Flaco me miró y me dijo, Ale, lo único que te pido es que no la perdones, vos la perdonas mucho. ¿Qué carajos me quiso decir con eso? Yo me hice él que entendía, pero la verdad es que no entendí una mierda que quiso decirme. ¿Se supone que me le tire encima? ¿Que me mande sin preguntar, así como viene? No, no, no me parece conveniente, no es lo que quiero. Sin embargo, el Flaco tiene un gran ojo para darse cuenta de esas situaciones. ¿Está viendo algo que a mí se me escapa? ¿lo que es obvio para todos? ¿O estoy rodeado de pervertidos? Las cartas parecen echadas. Atrás parece que no puedo volver, hacia adelante no me convence. Y ella que no me da ni un segundo, como para poder sacarme la duda. Preferiría que me mande a la mierda, que me odie, que me escupa (literalmente) la cara; pero esta duda me está matando. No saber qué le pasa. No puedo preguntarle, porque me diría que nada, aunque se evidencie lo contrario. Mañana voy a ir y decirle cómo está. La voy a semblantear. Porque el resto marcha, pero esto es como un pequeño grano con pus, que se hace cada vez más grande y molesto.

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