martes, 23 de agosto de 2016

Ocho

Saco tres caramelos Pico Dulce del canasto. Son una goma rosada masticable imposible de tragar. Me los regala una vieja que levanta quiniela. No sé qué hacer con ellos; nadie los quiere, se los doy a las chicas y me los arrojan por la cabeza. Me da pena tirarlos, por supuesto; las repisas de casa están llenas de monedas de veinticinco centavos y caramelos Pico Dulce. El personaje siente un revuelo hormonal, se acerca la primavera, piensa, pero está grande para eso. La Primavera ha muerto en su corazón, eso siente, se pone un poco emo, parece. Siente que no puede estar con alguien, que no debe, que no corresponde. Siente que no tiene paciencia con los demás; tranquilo, se tranquiliza, creo que no, más bien lo contrario, más bien se va a morir de una sobredosis de paciencia. Y la gata, encima, que no lo deja escribir. Hoy mataron a una pareja en 490 y 137, justo en mi zona. Justo esa calle. La periodista que cubre dice que hay un pozo cada dos metros. No hay un centímetro cuadrado que no tenga pozos en esa calle; es una de las pocas intransitables, los días de lluvia se convierte en un verdadero pantano. Hay pocas casas, la mayoría construidas recientemente. Todas dan el aspecto de estar deshabitadas. La 490, entre 133 y 138, es un afluente de pequeñas callejuelas-arroyo, imperceptibles, laberínticas, enredadas, que cuesta descifrar. El primer recuerdo que tengo de atravesar esa zona es una manada de chivos; eran varios cortando la calle. Uno en particular, enorme, barbudo, que portaba una gran cornamenta, me miraba, casi demoniaco. Siempre supuse que pertenecían a un tipo que arregla heladeras, pero jamás lo confirmé. Ahora, que hay un poco más de población, a los chivos ya ni se los ve. Casi en la esquina de 138, hay otro de los habitantes históricos. Una casa pequeña de quinteros bolivianos; es a medias cierto que son históricos, porque cuando empecé a ir había unos y ahora hay otros. Pero la dinámica del lugar es más o menos la misma. Hay un enorme galpón cuyo techo es un telón gigantesco de Mike Wazowski. En todo caso, una vez fui y me atendió una mujer que parecía de varios años. Hablaba un lenguaje incomprensible, eran como sonidos guturales, mezclados con palabras entrecortadas. Y no piensen que era un dialecto o algo por el estilo. Resultaba evidente que tenía un defecto en el habla. Pero lo raro no era eso, no, lo raro es que ella no realizaba ningún esfuerzo por hacerse entender. Hablaba como si se le entendiera. Para mi suerte, vino otro, con una cicatriz en la cara, que me indicó un camino sinuoso entre medio de los cultivos. Allí se encontraba, bajo el sol de febrero, mi hombre, un joven sonriente, morocho, delgado, que cargaba un fumigador en la espalda y rociaba algunas hojas. Se quitó el barbijo y me atendió. Enfrente de esta familia, había una casa, una especie de chalet, al que remodelaron varias veces, hasta que finalmente lo tiraron abajo. En una época, a alguien se le había dado por escribir carteles de madera y dejarlos sobre la tranquera; en letras negras y gruesas, rezaban cosas como “Acá no es” o “Guarda con el Flaco que está terrible”. Fue allí, entre esas dos casas, sobre la 490, casi llegando a 138, que esa zona cobró algún significado para mí. Recuerdo que fue para esta época, tal vez más ingresado septiembre, que ocurrió. Era un día soleado, pero con un intenso y frío viento. Eya me llamó y me dio la noticia; su sobrina ya no despertaría. Estaba casi llorando, quebrada. Me quedé ahí, sentado en la bici, escuchando el viento. Desde la casa abandonada, sonaba una canción de Cordera, casi como susurrando. Me gustaría decirles que era otra canción, pero era una de este tipo y no se las voy a endulzar; les he mentido con otras cosas, pero no puedo hacerlo con esto. Me vi fuera de mí, como si estuviera viendo la cámara. Estaba rodeado por la sombra de los árboles, por la luz que se movía con el capricho del viento, escuchando esa canción, sin poder llorar, paralizado ante la absurda fragilidad de todo lo que nos rodea. Siempre haciendo planes, siempre queriendo controlar todo, cuando el caos, como una ola furibunda, se dispone a borrarnos de un manotazo. Hoy mataron a una pareja en 490 y 137, justo en mi zona. Justo en esa calle. Y no pude olvidarme de esto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario