martes, 28 de marzo de 2017

La Fuente parecía inagotable

 Cuando encontraron ese material, la emoción de todos fue indescriptible. Cambiarían nuestras vidas, las vidas de todo el planeta, afirmaban. Lo descubrieron exploradores en alguna región pérdida de África, en algún país que cambió de nombre a los pocos meses. Según cuenta la historia, repetida hasta el hartazgo, cuando se encontraron con ese material blanco, maleable, suave, irrompible, terso, liviano, resistente, ignifugo, creyeron estar sufriendo una especie de sueño colectivo. Era demasiado bueno para ser real. Cargaron unas muestras y los científicos comprobaron la veracidad del hallazgo. Incluso fueron más allá: se atrevieron a decir que las formas industriales como las conocíamos se habían terminado. Hubo una gran disputa para hacerse con la explotación de la mina africana; las grandes empresas comprendieron, con la rapidez habitual, que ostentar el monopolio del material era ostentar el futuro. La voracidad no era para menos. No había objeto que no pudiera fabricarse con él; desde juguetes para los niños hasta maquinaria pesada para la industria, pasando por autos, electrodomésticos o muebles para el hogar. Era, además, fácil de manufacturar. El gran sueño de todo empresario. Las corporaciones multinacionales se arrancaban los ojos y hasta había amenazas de guerra o de intervenciones militares. Pero la disputa duró poco. Comenzaron a descubrirse yacimientos por todo el planeta. En cada país del mundo, fueron encontrando enormes cantidades del material milagroso. En cada bosque, en cada selva, en cada montaña, pero también en cada pueblo, en cada barrio, en cada ciudad. Surgía de la tierra, como si fuera agua. Había para todos. Los ánimos se calmaron, no existía la necesidad de seguir peleando. La fuente parecía inagotable. Tanto se abarataban los costos, tan fácil de trasladar era, tan seguro era, tan bello era, que todo objeto comenzó a fabricarse con él. Casas enteras, con todo incluido, estaban compuestas por el material. Invadió la vida del planeta como casi ninguna otra cosa antes.
Desde hacía unos meses, Ana vivía en una habitación con esas características. La cama y el colchón, la mesita de luz y la lampara, la biblioteca y los libros, el suelo y las ventanas, estaban hechos con ese material. A ella no le gustaba la idea, aunque se había resignado. Algo en esa cosa le molestaba, algo no terminaba de cerrarle. Desde hacía unos meses, Ana sentía en ella un cambio, un cambio profundo pero imperceptible, y, de alguna forma, el material estaba involucrado. Siempre le decíamos que era cosa de ella, que se estaba persiguiendo, que deje lo que estuviera tomando. Tardaríamos bastante en darnos cuenta que tenía razón. Aunque ya en esa época, algunas investigaciones daban conclusiones terroríficas sobre la verdadera naturaleza del material.  


2 comentarios: