El
sol brilla, como si no quisiera. Sus hilos, amarillos y relucientes, invaden
sus cabellos renegridos. Con los dedos, se tapa los ojos. Las manchas
titilantes, huidizas, le devuelven rostros desfigurados, caras partidas. La gata
observa hacia el techo. Mira y no hay nada. La gata sufre alucinaciones. Tal
vez no vea, tal vez la gata escuche. Tal vez haya una voz perdida en el
durlock. Una alimaña húmeda y resbaladiza le quema el bajo corazón; se
retuerce, muerde, lastima, lacera. Busca un papel olvidado en su campera, pero
no lo encuentra. A cambio, pequeños pedacitos de vida se le van cayendo de los
bolsillos; aquel beso, aquel viaje, aquella noche, aquella tarde, aquella
mañana, aquella alegría, aquella tristeza. Se le escurren como arena, se le mezclan,
algunos se parten, otros se rajan, otros quedan cubiertos por el polvillo gris
de la vereda. Los intenta juntar, como quien junta trocitos de vidrio del suelo,
con delicadeza y lentitud, procurando no cortarse la yema de los dedos. Ella se
para al borde del precipicio y observa el agua. Ve su vida como si fuera un río
torrentoso. El cauce se desborda, las orillas desaparecen, la marea crece; la
corriente impetuosa se lleva todo lo que no está aferrado, seguro, adherido a
la tierra por el peso trágico de los años. Se divierte con la situación. En los
oscuros remolinos de los días, se pierden personas, objetos, situaciones, por
las que no vale la pena ni moverse. Una gracia de pájaro blanco se le dibuja en
la boca. No sabe si son sus ojos los que ven. Observa los últimos rayos de sol
que entran por la puerta, ahí donde el cielo se anaranja para volverse violeta.
Hoy es un día tan triste como hermoso, se obliga a admitirlo. Esa cosa en el
pecho continua llameante, como una piedra filosa, como una flor venenosa, como
un pez ardiente que se revuelve sobre sus escamas; una sustancia viscosa,
indefinible, que por momentos es una resignación calma, que por momentos es una
desesperación profunda. El día suena peor que ayer. El viento golpea implacable;
así imagina golpear toda la tarde. El sol observa, indiferente, ajeno al
vendaval. El oleaje pasa mientras, como si las horas no existieran.
"Ella se para al borde del precipicio y observa el agua. " me siento un poco así, es bueno saber que un otro escribe y siente lo mismo que las masas. Me gustó el pastiche, y la nueva idea del autor. La música siempre tan elegida a la perfección.
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