El
verde se esparce, invasivo, casi hasta la raíz. Allí, como finos cables
oscuros, el pelo se pierde en la piel blanca. Pero, para ver eso, la mano debe
ayudar al ojo. A simple vista, a lo lejos o a lo cerca, con un golpe de iris o
deteniendo la mirada, nomás se ve una abundante cabellera verde, inflada, viva,
firme y volátil, como un copo de algodón de azúcar esmeralda. Cada uno de los
habitantes, fulgurosos, de ese cabello, como filamentos pegados, conforman un
primer signo distinguible de su fisionomía. Luego, como si fuera pintada por la
misma mano, la piel blanca, mortecina, agrietada, descascarada como una pared
húmeda. El color original es imposible de distinguir; en algún momento se creía
que era un maquillaje, pero cada vez más sospechan que así es su verdadera
piel. “La prueba más evidente, más clara, más concreta, más contundente, del
fracaso absoluto de la escuela privada en la Argentina es el Presidente y todo
su gabinete de ministros”. La remera violeta, brillante, que viste con cierto
orgullo, que carga su cuerpo delgado y fibroso; los guantes, del mismo color,
decoran unas manos huesudas, esqueléticas; el vaquero, llano, común, tal vez el
único detalle que no se destaque. “El Presidente nunca sabe nada, nunca está
enterado de nada, siempre está en Bavia o, mejor dicho, en Chapadmalal”. Sus
labios rojos, partidos, secos, cansados de tanto estirarse, de tanto reír, de
tanto sangrar. Las encías se expanden enormes, rosas como una bola de chicle de
frutilla, descomunales, dolientes como cada día que pasa; entre la comisura de
los dientes, pequeños hilos carmesí caen sobre el amarillo sarroso de cada
pieza, que cuelgan como frutillas albinas. Abre la boca como un abismo. La
lengua descansa dentro, late apenas. El sonido sale del fondo de la garganta,
profundo, demencial. Es una risa. Es su risa. Una carcajada cínica, burlona, al
borde de la humanidad. “Todas las decisiones que se toman apuntan, de una forma
u otra, a destruir las cadenas solidarias dentro de la sociedad”. Sabe que eso
no es gracioso. Es preocupante. Pero no puede evitar reírse. Alcanza a observar
un fondo irónico en la cuestión. “En la Argentina, si robás una gallina, te
linchan, pero si robás 18 millones de dólares, te hacen Presidente”.
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