viernes, 17 de marzo de 2017

Una columna de humo azul te observa

Corre la cortina, apenas. Observa la silueta de las casas y de los edificios. Observa los trazos negros que forman los cables; algunos más gruesos que otros, dibujan formas geométricas sobre la neblina ocre que se desprende de los focos. Los árboles oscurecidos son mecidos por un suave viento. Ve un recorte del afuera, una pequeña viñeta a través del pliego de su cortina. Es el mismo paisaje de siempre, el mismo que se repite por todos los rincones de la ciudad. El mismo que sus ojos reconocen cansados, el mismo que tantas veces se ha descrito. Observa la luna con algo de hastío. Antes una electricidad le recorría los nervios al verla, como si fuera un ojo blanco que interrogaba, que obligaba a pensar, a moverse. Ahora, es algo más que recubre el cielo, un farol vacuo que cuelga de las estrellas. Sin embargo, corrió la cortina por un motivo concreto. Algo ocurre allí afuera. Algo acecha su tranquilidad. Un humo espeso se dibuja sobre los techos, terrazas y tejados de la viñeta. Es fácil concluir que hay un incendio en la refinería. En los últimos meses, sobre todo después de la Ordenanza, suele haber incendios en la refinería. La primera vez pudo generar algún murmullo, alguna preocupación; ahora, es parte habitual del paisaje. No, no es eso. Es otra cosa. Algo horrible. No puede salir a la vereda. Sale al patio y recorre la parcela verde. Utiliza la medianera para alcanzar el techo. Se trepa con algo de dificultad. La luz apenas llega allí arriba. El suelo por donde pisa es una laguna oscura y quebradiza. Intenta pisar donde están los remaches, aunque en la mayoría de los casos adivina. Ve el cuadro del incendio con mayor claridad. Es una columna azul que viborea, late, flamea, se mezcla con las nubes, borra la silueta refulgente de la luna. Entre el humo y los edificios, se alcanza a observar un resplandor anaranjado, que titila como si pariera cada voluta azul que surge de él. Se sienta sobre la carga y mira la tranquilidad que reina en el techo. Algunas piedras decoran las chapas vecinas. Se escucha un graznido bestial, a unas cuadras de distancia. Dos o tres gatos saltan, asustados, de un paredón a otro. Oye, también, el agua revuelta de la zona inundada; a pesar de la distancia, las palabras de la marea llegan hasta allí. No se sorprende. Es el mismo paisaje de todas las noches, la misma decoración acartonada. Cierra los ojos y ve una lluvia fulgurante roja, verde y azul. Se imagina viéndose. Se imagina en el tejado de la casa de alto, contigua a la suya. Se imagina allí, parada, silenciosa, besada por el frío, escupida por la lluvia, desnudada por el sol, lamida por el viento, adherida a la chapa, como si fuera una vela derritiéndose sobre la mesa. Se imagina viéndose. Se imagina que se ve sentada sobre la carga. Se imagina que se ve con los ojos cerrados. Se imagina que se ve como una antena satelital más, como una planta extraña que creció entre la membrana, como un animal salvaje y nocturno que reposa, como una mujer observada por la luna y el humo azul. Se imagina que se ve y se imagina que cierra los ojos al verse. Se imagina que aquella ve, ahora, la lluvia roja, verde y azul. Y que se imagina a ella viéndose a ella. Y se confunde y se asusta. Y abre los ojos. Y allí esta, imperturbable, la columna de humo azul. Observa a su izquierda. Allí esta ella observándose a ella. Intenta abrir los ojos, otra vez.

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