Corre
la cortina, apenas. Observa la silueta de las casas y de los edificios. Observa
los trazos negros que forman los cables; algunos más gruesos que otros, dibujan
formas geométricas sobre la neblina ocre que se desprende de los focos. Los
árboles oscurecidos son mecidos por un suave viento. Ve un recorte del afuera,
una pequeña viñeta a través del pliego de su cortina. Es el mismo paisaje de
siempre, el mismo que se repite por todos los rincones de la ciudad. El mismo
que sus ojos reconocen cansados, el mismo que tantas veces se ha descrito.
Observa la luna con algo de hastío. Antes una electricidad le recorría los
nervios al verla, como si fuera un ojo blanco que interrogaba, que obligaba a
pensar, a moverse. Ahora, es algo más que recubre el cielo, un farol vacuo que
cuelga de las estrellas. Sin embargo, corrió la cortina por un motivo concreto.
Algo ocurre allí afuera. Algo acecha su tranquilidad. Un humo espeso se dibuja
sobre los techos, terrazas y tejados de la viñeta. Es fácil concluir que hay un
incendio en la refinería. En los últimos meses, sobre todo después de la
Ordenanza, suele haber incendios en la refinería. La primera vez pudo generar
algún murmullo, alguna preocupación; ahora, es parte habitual del paisaje. No,
no es eso. Es otra cosa. Algo horrible. No puede salir a la vereda. Sale al
patio y recorre la parcela verde. Utiliza la medianera para alcanzar el techo.
Se trepa con algo de dificultad. La luz apenas llega allí arriba. El suelo por
donde pisa es una laguna oscura y quebradiza. Intenta pisar donde están los
remaches, aunque en la mayoría de los casos adivina. Ve el cuadro del incendio
con mayor claridad. Es una columna azul que viborea, late, flamea, se mezcla
con las nubes, borra la silueta refulgente de la luna. Entre el humo y los
edificios, se alcanza a observar un resplandor anaranjado, que titila como si
pariera cada voluta azul que surge de él. Se sienta sobre la carga y mira la
tranquilidad que reina en el techo. Algunas piedras decoran las chapas vecinas.
Se escucha un graznido bestial, a unas cuadras de distancia. Dos o tres gatos
saltan, asustados, de un paredón a otro. Oye, también, el agua revuelta de la
zona inundada; a pesar de la distancia, las palabras de la marea llegan hasta
allí. No se sorprende. Es el mismo paisaje de todas las noches, la misma
decoración acartonada. Cierra los ojos y ve una lluvia fulgurante roja, verde y
azul. Se imagina viéndose. Se imagina en el tejado de la casa de alto, contigua
a la suya. Se imagina allí, parada, silenciosa, besada por el frío, escupida
por la lluvia, desnudada por el sol, lamida por el viento, adherida a la chapa,
como si fuera una vela derritiéndose sobre la mesa. Se imagina viéndose. Se
imagina que se ve sentada sobre la carga. Se imagina que se ve con los ojos
cerrados. Se imagina que se ve como una antena satelital más, como una planta
extraña que creció entre la membrana, como un animal salvaje y nocturno que
reposa, como una mujer observada por la luna y el humo azul. Se imagina que se
ve y se imagina que cierra los ojos al verse. Se imagina que aquella ve, ahora,
la lluvia roja, verde y azul. Y que se imagina a ella viéndose a ella. Y se
confunde y se asusta. Y abre los ojos. Y allí esta, imperturbable, la columna de
humo azul. Observa a su izquierda. Allí esta ella observándose a ella. Intenta
abrir los ojos, otra vez.
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