sábado, 1 de octubre de 2016

Apuntes sobre la destrucción de un Microcosmos: Cuarenta y cinco.

La oficina está en el piso más alto de un edificio vidrioso. Es un edificio alto, sí, pero no es el más alto. El dueño del canal lo sabe; sabe que su oficina no es el punto más alto del cielo. Pero es el punto más alto de su cielo. Ahora, habla por teléfono. Escucha la voz gruesa del otro lado del auricular. Dentro de su empresa, él no escucha; todos lo escuchan a él. Lo escuchan con atención y hasta con algo de espanto. Les exige a sus empleados que estén a atentos a todos los detalles y que cumplan con premura y precisión sus exigencias. Le gusta eso, le gusta verles el rostro temeroso, le gusta verles el labio temblar. Se diría, incluso, que lo excita un poco eso. Ahora no habla. Ahora escucha. Quien habla del otro lado del auricular lo tiene agarrado. La pauta oficial, por un lado; no puede darse el lujo de perder una fuente importante de ingresos. Pero aun si pudiera renunciar a eso, una serie de maniobras ilegales que realiza su empresa para evadir impuestos lo puede derribar. El acoso mediático y la ausencia de pauta serían fatales y tendría que terminar vendiendo. Y eso es algo que no se le pasa por la cabeza. No después de haber logrado lo que logró. Un grupo de medios amplio y consolidado, propiedades de toda clase, autos de alta gama, una modelo de esposa adorno. Todo con lo que soñaba cuando llegó de aquel pequeño pueblito de Mendoza. No, mejor así, no se gana nada discutiendo. Mejor dialogar, charlar, ponerse de acuerdo. Hay suficiente torta para todos. Por eso escucha a la voz gruesa del otro lado del auricular.
El rubio conductor espera, sentado en un cómodo sillón negro. Sabe que, del otro lado de la puerta, el dueño del canal está teniendo una conversación que puede determinar su futuro. La entrevista que puede catapultarlo definitivamente al Olimpo de los periodistas políticos, de los formadores de opinión más conspicuos. Después de tanto remar, de recibir toda clase de menosprecios, de ser marcado como un simple relator de futbol, de todos los perturbadores rumores sobre su vida sexual. Ahora, llegó su momento. La secretaria le sonríe detrás del escritorio. Le indica que puede pasar. El dueño del canal lo espera cómodamente sentado. La ciudad, pequeña, se esparce detrás de él. El sol lo baña con rayos de luz como agujas.
-Siéntese.
El rubio conductor obedece.
-Bueno, usted se imaginará los motivos por los que está acá- el dueño del canal lo observa, distingue la expresión que tanto le gusta- el pedido del Joker de aire.
El rubio conductor asiente.
-¿Sabe por qué el Joker nos eligió? Si uno ve sus videos en You Tube, prácticamente no hace referencia a nuestro canal. Viendo eso, uno imaginaría que él preferiría estar en otros canales, con otros periodistas más prestigiosos. No me mire así, usted sabe perfectamente el lugar que ocupa dentro de la profesión. Pero, ¿sabe por qué nos eligió? Porque sabe que nosotros lo vamos a escuchar.
El rubio conductor sonríe.
-Imagínese si el Joker hubiese llamado a esos otros periodistas. No lo hubieran sacado al aire, no lo hubieran atendido siquiera. Pero en nosotros encontró un oído. Y esto significa mucho para el canal. Para usted, obviamente, también. Pero todos estamos muy emocionados con esta posibilidad. Significa expandir nuestra marca, nuestra impronta, por todo el país, por toda Latinoamérica, tal vez. La posibilidad de vender la señal a muchos lugares. Y también al Gobierno le interesa.
El rubio conductor mira, expectante.
-Mire, voy a ser claro y directo. Usted tal vez ya lo sepa, ya que tiene contacto con altos funcionarios. Quieren detener al Joker en vivo. No se preocupe. Podrá hacer la entrevista. Es más, será fundamental su participación. Usted, con sus preguntas, deberá llevarlo a donde el Gobierno necesita. Deberá hacerlo declarar de forma explosiva y violenta, deberá hacerlo caer en amenazas e improperios. Y, ahí, la gendarmería entrará en acción.
El rubio conductor observa el suelo.
-No puedo hacerlo- le responde- no puedo engañar a un hombre de esa forma. He hecho cosas terribles, pero no tengo estómago para tanto…
-No se lo estoy pidiendo- lo interrumpe el dueño del canal- mire, a mí, en un sentido ético, tal vez tampoco me agrade hacerlo. Pero no tenemos otra alternativa. Esto es un pedido que viene de muy arriba.
El rubio conductor se retuerce en su asiento. Comprende que no tiene otra opción que aceptar.
-Bueno, veo que ha entendido- el dueño del canal le alcanza el teléfono- llámelo e invítelo.
El rubio conductor toma el teléfono y marca un número. Lo vio sólo una vez anotado, pero lo sabe de memoria. El dueño del canal pone el aparato en altavoz. Una voz conocida atiende.
-Buenas tardes, lo llamo para la entrevista- comienza a explicar el rubio conductor- ¿le parece si este domingo, a las nueve y media, se acerca al canal para realizarla?
La voz queda en silencio. La estática es lo único que rompe la tensión.
-No creo que sea conveniente. Si quieren la entrevista, se las doy. Pero tiene que ser en streaming, transmitiendo simultáneamente en mi canal.
-¿En streaming?- dice, desconcertado, el dueño del canal.
-Escucho que no está solo- la voz suena burlona- esas son mis condiciones.
El dueño del canal queda en silencio durante unos segundos. El rubio conductor lo mira; él desea la entrevista como sea, pero sabe que las cosas no dependen de sus deseos.
-En un rato te volvemos a llamar- le dice.

Una carcajada demencial, prolongada, devastadora se escucha desde el auricular, antes de escucharse el clic.

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