Manuel
bajó del colectivo y supo que las cosas cambian sin parecer que cambien. La cuadra
oscura y techada con árboles fue iluminándose de a poco; un farol descuajeringado
en la esquina comenzó a chispear. En segundos, la luz blanca manchó gran parte
del paisaje. Recordó cuantas veces había recorrido esas cuadras, a esas horas,
pero no sintió lo mismo. Se veía diferente y se preguntó si los demás lo verían
diferente. De vez en cuando, hablaba con Verónica, pero ya casi nunca; se dio
cuenta que no la quería, que ella no era más que el reflejo de un recuerdo, de
una ilusión opaca. Se preguntó por qué seguía aferrándose a cosas que ya no
existen. Llegó a la casa de Javier cerca de las once. Lo recibió rodeado por
sus dos perros.
-¿Cómo
andás, Manu?
El
saludo fue cálido, pero algo distante. Ninguno de los dos era muy afecto a las
demostraciones de cariño. Ambos entraron a la cocina. Allí estaban las hermanas
de Javier con sus respectivos novios. Él hizo un saludo general y fueron al
living. Comenzó la charla de ocasión. Más de un año sin saber nada del otro. Manuel
se preguntó cómo pueden decirse amigos, siendo tan lejanos. Tienen intereses
diferentes, vidas diferentes, ambiciones diferentes. Tal vez esto también sea
parte de una ilusión opaca. Llamaron a comer. Javier le insistía con servirle
un plato.
-Agradezco
tu hospitalidad- le respondió Manuel, un poco harto- pero ya comí.
Durante
la cena, los seis comenzaron un poco incomodos, pero luego se soltaron. Hablaron
de películas y Javier intentó narrar el origen de los Cuatro Fantásticos. Manuel lo ayudó, pero no lograron hacerlo. Después,
la charla derivó hacia los libros leídos en la secundaria, donde Javier
insistía con señalar lo bueno que era lo que leían, mientras Manuel lo
contradecía. Sólo estuvieron de acuerdo en un libro; El guardián entre el
centeno, de Salinger.
-A
mí también me gustó mucho ese libro- acotó Gabriela, una de las hermanas.
Después,
alguien propuso jugar al truco y todos estuvieron de acuerdo. A Manuel mucho no
le gustan los juegos, pero comprendió que está en un momento de su vida en que
necesita ser flexible. De todas formas, la pasaron bien, se divirtieron antes
de salir. Subieron al auto de Javier y este encendió la radio. Sonaba “Hacelo
por mí” de Attaque 77. Apagó la radio y puso un Cd de rock brasileño.
-¿Y
qué onda?- le preguntó a Manuel- ¿Te cayeron bien los novios de mis hermanas?
-Sí,
parecen buena gente.
-Sí,
sí, son piolas.
Manuel
se preguntó si era o no importante lo que él opinaba de los novios de sus
hermanas, mientras asintió a lo que decía su amigo. Fueron a El Copetín, donde
tocaba una banda de rock muy poco convocante, con sólo decir que había más
gente en el escenario que debajo. Allí, sentados en una mesa cerca de la
puerta, tomaron varias cervezas. En un momento, la banda comenzó a tocar “Saint
of me” de Rolling Stones. El cantante intentaba imitar algunos movimientos de
Jagger, imaginando tal vez que transmitía algo de sensualidad; realmente daba
un poco de lastima verlo mover las piernas como un pollo epiléptico. Manuel se
acercó a Javier y le dijo:
-La
moza está con nosotros.
Era
una chica morocha, de labios rojos y pelo extravagante. Tenía la costumbre de
acercarse a preguntar “si vas a tomar algo más”. En un momento, la susodicha se
acercó y les hizo la tan mentada pregunta. Manuel sonrió.
-Venís
tanto que nos convencés- le dijo.
-Perdonen,
chicos, pero me lo piden- le respondió ella, tocándole el hombro.
Cuando
se fue, lo miró a Javier.
-Te
dije que estaba con nosotros.
Cuando
la banda agotó los escasos recursos que tenía, corrieron las mesas, pusieron
cumbia y el bar se convirtió en boliche. Manuel fue al baño y se cruzó con un
otrora compañero de cine.
-Estamos
arriba- le comentó- por el cierre del Fesaalp. Venite, si queres.
Él
no pudo evitar reírse para sus adentros. Él está abajo, ellos arriba. Naturalmente,
no fue. Se quedó parado, con un vaso en la mano, entre los que bailaban abajo. Javier,
en tanto, intentaba ligar con alguna de las chicas; rebotó en todas. Manuel observaba
todo con distancia y algo asqueado. No podía entender, aun, como funcionaba ese
mundo.
-No
estamos hechos para esto- le comentó el hombre sapo, parado junto a él.
Manuel
le sonrió.
-Pensalo,
no somos para esto, para bailar, para poner cara de lindos. Esto es un mundo
vacío y superficial, carente de alma.
-No
somos para esto- repitió Manuel.
Quedaron
un segundo en silencio.
-Y
otra cosa, ¿no tenes un poco de merca?- le preguntó el hombre sapo.
Manuel
negó con la cabeza. Después, observó como Javier invitaba a bailar a la moza y también
rebotaba. Finalmente, se fueron de allí. Primero pasaron por El Pulpito a comer
un pancho. Manuel miraba a quienes trabajaban allí y se preguntó que fue de su
historia sobre el tipo que enloquecía fritando papas. Tragaron, no comieron ni
saborearon, la chatarra que les vendieron por alimento y partieron rumbo a La
Mulata, donde no duraron demasiado. Un bar casi vacío y poblado por tipos
duros, muy duros. Recalaron, entonces, en Bukowski. Allí los esperaba Martín. Cierto
rencor aun puebla sus miradas; se cruzaron en un momento y se saludaron con
cordialidad. Manuel tuvo ganas de llamarlo y decirle que ya fue, que todo se
olvidó, que los tres tienen casi treinta años, que no sean pendejos. Tuvo ganas,
pero no lo hizo. Después, lo mismo de siempre; Javier rebotando de aquí para
allá. “Todo lo que soy no existe aquí dentro” pensó Manuel “todo lo que soy,
esta encorsetado, agobiado, atado, acá dentro. No quiero venir a estos lugares,
a ver a esta gente y a creerme que soy lo que no soy. No quiero volver atrás”. Un
rato después, se fueron. Javier se quejó con el trapito que Bruera cerró todos
los cabarets.
-Tal
vez habría que verlo como una forma del combate contra la trata de personas- le
comentó Manuel, cuando subieron al auto.
Javier
largó una carcajada profunda, sonora, casi al límite de la cordura. Luego, lo
dejó en su casa. Manuel lo saludó con afectó y se bajó. Cuando entró a su casa,
se dirigió al baño y se miró al espejo. Como una epifanía, como un momento de
lucidez absoluta, comprendió que el pasado ya no existe ni volverá y que lo
mejor que puede hacer es proyectar su futuro. “No quiero ser el Florentino
Ariza de nadie” se dijo y se fue a dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario