lunes, 1 de abril de 2013

Los Dioses del Mar Capítulo 5


Hugo cerró con llave la vieja puerta de madera de su casa y respiró el aire de la vereda. Comprendió, sabiamente, que el aire de la vereda era igual que el aire de su casa. Luego observó un pasacalle que unía una vereda con otra y que estaba justo enfrente de su casa; el cartel rezaba: “Fernanda O.: deja de petear al barrio todo”. Dos preguntas atravesaron la cabeza de Hugo al leer el cartel; una era “¿Quién será Fernanda O?”. Imaginaba que podía llegar a ser la vecina de enfrente, una gordita bastante apetecible, si se me permite el termino, o tal vez era la chica de vida estrafalaria que vivía junto a su casa, una flaca esquelética y bastante desagradable, por cierto. Era conveniente ir averiguando quien podía ser la tal Fernanda porque él era, aun, la figurita faltante en el álbum de esa chica. La otra cuestión que llamaba la atención de Hugo era la palabra “todo”; le llamó la atención primero porque no era cierto, al menos estrictamente hablando no lo era, y segundo porque era innecesaria esa palabra en el cartel. Su ausencia hubiese hecho al mensaje igual de efectivo; imaginó que quien lo confeccionó era una persona con cierto espíritu poético. Olvidó estas especulaciones cuando vio, como todos los días, al auto verde que estaba estacionado en diagonal a su casa. El auto no pertenecía a nadie del barrio: simplemente apareció estacionado ahí y ahí se mantuvo durante los últimos dos meses. Obviamente toda clase de sospechas se tejían en la cuadra alrededor de los orígenes, dueños y destinos de ese vehículo, aunque ninguna que valga la pena mencionarse. Lo cierto es que Hugo no había salido a la calle para ver el pasacalle o el auto verde si no para sacar algo de plata del cajero electrónico que estaba a unas cuadras de su casa, unas veinte cuadras más o menos. No era el que estaba más cerca en realidad, pero el que estaba más cerca nunca tenía plata o sí la tenía no podía ser extraída, lo que para el caso es lo mismo. Es decir, ese cajero existía solo para ocupar el vacío. La cosa es que Hugo encaró para el cajero en cuestión y, cuando llegó, había una fila compuesta por una persona, una joven con aspecto de hastío y desesperación. La joven miró hacia dentro del cajero con angustia y luego lo miró a Hugo con un extraño aire de resignación; entonces, como si le pasara algún tipo de posta, la joven se alejó del cajero casi corriendo, dejando a Hugo como el único integrante de la fila. Miró hacia dentro del cajero, a través del vidrio opaco, y pudo distinguir una enorme figura que intentaba maniobrar la maquina, aparentemente sin ningún éxito. En intervalos regulares de tiempo, se escuchaba el pitido de las teclas y el zumbido que indicaba la impresión de un ticket. Hugo escuchó esa secuencia no menos de seis veces y suponía que se había repetido varias más antes de que él llegara. Intentaba imaginar qué clase de ser era el que trataba de manipular el cajero con tan poco éxito. Si bien él comprendía que el cajero puede tener algunas dificultades para el inexperto o para el inútil, tampoco era ninguna ciencia oculta ni nada por el estilo. Hugo observaba con perplejidad a la enorme figura que se erguía detrás del vidrio; conjeturaba a una persona con aspecto simiesco, alguien que, tal vez, podría considerarse un eslabón perdido entre el mono y el hombre. Quien lo diría: el hallazgo científico más importante de la historia peleaba con un cajero automático frente a sus narices y él nada podía hacer. Era una verdadera pena que, justo, haya salido sin su red y sin su rifle con dardos tranquilizantes; cualquier museo del mundo pagaría fortunas por un ejemplar así. En ese momento, escuchó a la puerta del cajero abrirse y pudo ver al hombre de frente. Medía por lo menos dos metros y vestía una musculosa que dejaba ver un abundante y oscuro vello corporal. Su rostro parecía más el de un simio que el de un hombre. “Una lástima” pensó Hugo “si tuviera un aspecto más humano, tal vez sí”. Luego ingresó al cajero para retirar algo de dinero, con el cual le compraría un regalo a su novia, Diana, quien lo había llamado esa tarde para reclamárselo.

Continua...

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