La mansión consta de cuarenta habitaciones y tres baños, un detalle arquitectónico que describe de forma bastante precisa el diseño de todo de este lugar, como si quienes la construyeron hubieran decidido que construir y que no, o en qué forma hacerlo, con un par de dados, dejando al azar la cantidad de habitaciones, el tamaño o el estilo. Por caso, la cocina ocupa casi toda la planta baja, exceptuando el salón de entrada a la mansión; mientras que, por otro lado, el comedor está en la oficina de Tío Rogelio, lo cual genera inconvenientes varios, aunque ninguno digno de mencionar. El único elemento bien constituido y perfectamente diseñado es la bóveda donde se acumulan los enormes e intimidantes tesoros de Rogelio; ubicada en el segundo subsuelo de la casa, su nivel de seguridad reduce casi a la nulidad la posibilidad de ser robada. Bien, lo cierto es que hay una enorme torre que se erige sobre el techo de la mansión, aunque no tiene ninguna habitación, ni mirador, ni entrada de aire. Simplemente es una enorme torre de ladrillos, aunque no maciza, porque dentro tiene una escalera caracol que conduce a ese espacio de vacio oscuro. Es una especie de lujo arquitectónico, de inútil e incompresible exceso. Tío Rogelio, de todas formas, picó un ladrillo hasta fabricarse un pequeño agujerito desde el cual puede espiar lo que sucede en la entrada de la mansión, dándole una utilidad a ese desperdicio de material. Desde allí, esperaba a sus sobrinos y pudo observar, con una razonable claridad, como estos forzaban la oxidada puerta e ingresaban a los terrenos de su propiedad.
Los tres sobrinos comenzaron a caminar sobre la senda de cemento partido, curadas algunas fisuras con brea pero la gran mayoría emanando mala hierba. Los enormes jardines estaban decorados por algunas estatuas de antiguos antepasados o por replicas de esculturas famosas que se combinaban con otras esculturas famosas; un ejemplo de eso era la Venus de Milo ecuestre. El límite del patio, del césped bien recortado y de las flores de colores sencillos, era un vasta arboleda que se extendía varias hectáreas a la redonda; era difícil precisar donde se encontraba el muro de rejas y hormigón que limitaba la arboleda privada de la mansión del bosque lóbrego y misterioso, incluso encantado, como se atrevían a aseverar muchos lugareños.
Lo concreto es que los tres sobrinos llegaron hasta la puerta y golpearon la madera desvencijada con toda la fuerza posible. Dentro, se escuchó el eco de los golpes retumbar por todo el salón. Luego de unos minutos, unos pasos lentos y cansados se escucharon avanzar hacia la puerta. Joseph abrió la puerta lentamente, sosteniendo una vela. Los observó con su habitual mirada taciturna; el viejo criado era un hombre de muy mal carácter, algo que resulta lógico si se piensa que él solo, con sus setenta y cinco años, era el encargado de realizar todos los trabajos domésticos que la casa requería desde hacia cincuenta y cinco años. Y cuando digo todo, es todo, desde cocinar hasta cortar el pasto, pasando por realizar trabajos de plomería e incluso ser el chofer de Tío Rogelio. Bien, los tres entraron, entonces, escoltando al viejo. El salón era pura oscuridad, a excepción de la vela que sostenía Joseph; apenas se podía vislumbrar la alfombra bordo que decoraba el suelo o los cuadros de los antepasados, cuyos ojos parecían moverse y quizás lo hacían, pero esos ojos vivos no significaba que los cuadros estuvieran vivos ni que alguien los estuviera espiando. Solo significaba que los ojos se movían. El viejo criado les dijo que esperaran allí mientras los anunciaba y ellos lo vieron alejarse a través de las escaleras, la única mancha de luz en la penumbrosa y helada mansión.
Continua...