Anoche
apareció un cuerpo en la clínica abandonada. Fue alrededor de las tres que
escuché a los patrulleros. Salí a la calle y me encontré con el vecino. Es en
la Santa Lucía, me dijo. Era un edificio a mitad de cuadra con las ventanas
tapiadas y la puerta encadenada. Fue una clínica especializada en oftalmología
en otra época. A pesar de la mudanza, la gente del barrio habla de ella como si
todavía funcionara. Muchas veces se prometió derrumbarla y levantar edificios o
locales para comercios, pero la Santa Lucía permanece firme en el paisaje de la
cuadra. Esa noche, alguien que pasó escuchó un grito dentro de ella. Trató de
romper el candado, pero ni siquiera pudo rasguñarlo. Adentro, el quejido, que
parecía de un hombre, se hacía cada vez más agudo y espantoso. La policía llegó
poco después del llamado. Los gritos se habían apagado y, luego de tirar abajo
la puerta, recorrieron el edificio a oscuras. Los haces de las linternas se
chocaron con un cadáver. Era un hombre de mediana edad. No se supo mucho de su
estado. La poca información llegaba entrecortada. Según los diarios, no
presentaba lesiones. Según algún vecino curioso, su rostro estaba desfigurado. Hubo
gente de la policía científica trabajando todo el día. Se fueron recién a la
mañana siguiente y pusieron unas fajas amarillas sobre la puerta de la clínica.
Quedó en el aire un vaho espeso mezcla de carne podrida y cloaca. Todavía nadie
puede explicar qué hacía ese hombre adentro de la Santa Lucía.
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