Hoy
se me descongelaron los dedos de los pies cerca del mediodía. Es la parte del
cuerpo más difícil de calentar. Al menos en la bicicleta. Uso medias gruesas,
de toalla. Sí, soy un hombre de setenta años atrapado en un cuerpo joven
adulto. Las manos, por el contrario, toman temperatura enseguida. El movimiento
constante hace que se olvide el frío con rapidez. Hay que aguantar un poco la
brisa fresca cuando se arranca la jornada. Pero, en un rato, ya se olvida. Incluso,
los guantes se tornan innecesarios. Hacen que se pierda sensibilidad para
manipular el papel y las manos transpiran demasiado. Pero los dedos de los pies
no hay forma de calentarlos. Se convierten en una roca de humedad fría. Se pueden
mover para que no se entumezcan, pero el esfuerzo es fútil. Cada vez que uno
detiene la marcha, el dolor aparece. La única manera es que salga el sol y la exposición
vaya devolviéndolos a su estada habitual. Los días nublados, lluviosos, suelen
ser los peores. Hoy fui a un domicilio a llevar un documento y había una nena
vomitando. Es que la mareaste recién, decía la chica. La nena me daba la
espalda y largaba una sustancia aguachenta que se esparcía por el cemento del
patio. Lo hizo tres veces. Llevála adetntro, indicó una voz, acostála y dale un
balde. Una mujer me recibió el documento. Es todo agua lo que largó, le
comentaba a un muchacho, le debió caer mal el té. Me pidió disculpas y le dije
que no pasaba nada. Me sorprendió un poco la tranquilidad ante una nena que no
paraba de vomitar.
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