Por
motivos de publico desconocimiento, la empresa Atrapar al Señor Pato Inc. se ve
obligada a cerrar sus puertas temporalmente. Lamentablemente, ese consorcio de
periodistas extranjeros no deja de entrometerse en los asuntos privados de
nuestras financias corporativas. Al parecer, en este mundo moderno, tan moderno
que se dice, es visto como improbo, ilegal, corrupto, ser parte de un
conglomerado empresarial que da trabajo genuino y tiene cuentas en algunos de
los países más bellos del Caribe. Es que son lugares con un clima tan
agradable, tan hermosas playas y gente tan calida, que nuestros contadores se
ven indefectiblemente atraídos. Son verdaderos paraísos, diríamos. En todo
caso, esperamos que todas estas desavenencias fiscales se solucionen con
celeridad y podamos retomar nuestras actividades con relativa normalidad. No es
nuestra despedida.
El
personaje anda en bicicleta. Está bañado en babas del diablo; no sabe de dónde
salen tantas. Hay por todas partes. Recuerda cosas sueltas. Sabe, por caso, que
siempre tiene razón, pero nadie lo escucha. Hoy lo confirmó por dos. De un lado
y del otro del mostrador; no importa, no le dan bola. Hay dos caminos en la
vida: podés ser como el Rojo o podés ser como el Viejo. Distancia irónica,
diría Zizek. Le está enseñando a pensar a la gata, para que aprenda a razonar. No
es tan difícil; es más difícil con las personas. Eya estaría orgullosa si supiera
lo que avanzaron. “Pasa que estos se comen el verso de que son jefes”, le dice
el Flaco. La gata es más dócil para intentar razonar…soy el obstáculo a salvar, la excusa que suelen usar, para ocultar sus
decepciones…El personaje se entera de las jornadas de poesía que están dando
en su escuela, a la que asistió, la Media 12 de Gonnet; por un lado, se pone
contento, hay gente piola encabezando la movida y los pibes se engancharon. Pero
se siente raro verlo desde afuera. Vienen los poetas a enseñarnos poesía, que
estos pibes de barrio tengan contacto con la poesía y él (¿se podrá llamar a si
mismo escritor? Lo va a hacer, aunque suene un poco arrogante) él, decía, que
debe ser uno de los pocos (¿el único, tal vez?) escritor surgido de esa
escuela, lo mira de afuera. Se pregunta que habrá hecho para no estar ahí y
decirle a los pibes, todos podemos escribir…soy
lo que intentan esconder, el espejo en que no quieren ver, todas sus
frustraciones…Cuando vuelve en micro del centro, escucha a una madre hablar
con su hijo; al parecer, el pibe se llevó dos materias. Química y matemática,
cuando no. La madre le explicaba que el gabinete pedagógico estaba citando a
todos los pibes que se han llevado más de una materia. La madre le decía que
querían saber si le pasaba algo, por qué había ocurrido eso, etc; le
recomendaba al chico ser sincero y abierto, porque allí lo iban a ayudar. Me cuesta
imaginar un consejo peor. De sólo pensar la situación, la oficina, la cara del
funcionario encargado de la entrevista, se me frunce la boca del estómago. Para
colmo, me di vuelta y lo vi al nene. Un gordillo con una cara de bueno, que
mire, no se entiende por qué lo quieren carnear de esa forma. ¿Desde cuándo es
un grave delito llevarse química y matemática? No entiendo la verdad. Encima,
cuando madre e hijo bajan, escucha a una chica hablar sobre el passé compossé,
ay…y mi alegato parece algo extraño, nos
hace daño quien nos quiere, y no quien quiere hacernos daño…Esto se parece
bastante a un final, piensa el personaje, mientras desde el bote otea la orilla
desconocida. El futuro tiene algunas expectativas, algunos proyectos. Se verá. La
cercanía la tiene clara. Una sobredosis de Silvina.
Te
imagino así. Rodeada de amigas, de amigos, de novios. Siempre alegre, cordial,
predispuesta. Todos te aman, te quieren. Caes bien. Te ven como a una persona
normal, común. Una más, una de ellos. Alguien dijo que eras seria, sencilla,
que te arreglabas sola, que te sabías manejar. “Es responsable” dijeron. Pero
había algo que no funcionaba, algo que estaba siempre ahí, latente. Una mirada
oscura, un asco. Parecías una más pero no lo eras. No lo sos. Una sensación se
iba apoderando de tu cabeza, como una grieta, como una rajadura. Como
levantarse una mañana y sentir que algo cambió aunque nada haya cambiado. Algo
no funcionaba alrededor tuyo. Ya no eras normal. Nunca lo fuiste. ¿Fueron las
drogas? No, en todo caso las drogas despertaron algo que respiraba dentro tuyo,
algo que se incubaba. Algo vivo. Todos parecen muertos alrededor. Todos aceptan
lo que les ocurre. Hay que aprender a aceptar. El Universo nos vomitó. La
tragedia se lava de la piel de los demás. No de la tuya. A vos se te impregna,
se te pega, no te la podes sacar de encima. Te envuelve, te atraviesa. Y esa
tiniebla crece, se nutre, muta, se convierte en una certeza. Esta siempre ahí,
dispuesta a saltar, a morder. ¿Por qué las cosas funcionan así?¿por qué las
personas son así? Las palabras frívolas brotan a tu alrededor. Queres huir,
desaparecer, no ver a nadie. Una pecera aislada, que te proteja, que convierta
al afuera en algo lejano. Pero el afuera esta siempre cerca, dispuesto a
saltar, a morder, a lastimar.
Para
mí, siempre fue más difícil. Nunca fui normal. En el jardín, hablaba conmigo
mismo. Lo sigo haciendo. La gente escapaba de mí; aun lo hace. Nunca estuve
rodeado de amigos, de amigas, de novias. No me amaban, no me querían. No caía
bien. Me decían que tenía que ser una persona normal. Me convencieron de serlo.
De adaptarme, de ser parte. Duró poco. La máscara se me cayó casi enseguida. No
era normal. Había algo que me molestaba, algo que me desconcertaba. Fue más
difícil, sí, pero a la vez fue más fácil. En un momento lo acepté, lo abracé,
lo articulé. Puedo decir que es ese algo que está mal. Ese algo que vos no
podes descifrar. Ese algo que puede hacerte explotar los ojos si escuchas a
alguien decir que tiene que descongelar un pollo. Ese algo que te abraza el
pecho y te corta la respiración. Que te pone nerviosa, ansiosa. Que te
desespera. El ser humano no tiene sentido, la vida se nos escurre. Somos
patéticos y efímeros. Nos aferramos a la nada. No podes ser parte de la
sociedad. No podes aceptar esas reglas. Ninguna regla. Ni siquiera las de
cortesía. Te angustia la idea de una clase, de un cumulo de gente. Sos libre,
en tu cabeza lo sos. No estás atada a nada. No podes amoldarte, por más que
quieras. Te recomiendo que ni siquiera lo intentes.
Sin
embargo, seguís siendo responsable. Yo también. Siempre lo fuimos. Convive en
nosotros esa contradicción. Sabemos poner los pies en la tierra, vivir en la
realidad concreta. Al menos lo suficiente para sobrevivir. Hay lugares para
varias facetas en nuestras cabezas. Podemos caer bien, adaptarnos. Pero nunca
la fusión será total. Huiremos antes. Nos gusta desaparecer. Que la gente se
canse de buscarnos. La soledad hiere, pero más hieren las personas. A veces soy
monstruo, un monstruo horrido. Te he tratado mal, incluso. Soy un como un gato
herido, ataco para defenderme. Vos te escondes cuando estas herida.
No
queres ver a nadie. La gente te agobia. Siempre estas pensando en escapar. No
necesitas decírmelo. Lo veo en tus ojos, que son como los míos. Cambiar de
aires, conocer otros lugares, otra gente. Volver a nacer, como si tu pasado no
existiera. Queres perder a la gente, a todos los que conoces. Pero no vas a
poder. No hay forma de escapar. Sábelo. Y eso no significa no hacer cosas. Hace
todo lo que quieras. Pero ese algo te seguirá adonde vayas. Tu esqueleto no
puede salir corriendo, tu mente no puede dejar de pensar, tu carne no va a
estallar. Tu piel se corta, se hiere, se amorata. Sola. Estas al límite. Tu
máscara está a punto de fracturarse. No hay salida. No hay un paraíso perdido.
Todo es igual; fuimos escupidos por la misma máquina trituradora. En todos
lados es igual; el ser humano es siempre el mismo animal ventajero, frío,
insensible, angustiante. No busques el cielo en un baño público.
Cuando
pienso en la nuca de las personas, comprendo su fragilidad. Como si todo lo que
fueran terminara en el corte abrupto de su cráneo. La muerte anida en las
nucas. Es un poco tonto escribirlo pero es angustiante cuando lo pienso. Las
personas, personas con vida e historia, se convierten en fantasmas cenicientos.
Imagino que vos debes sufrir algún trauma parecido. Alguna imagen, alguna frase
inocente, que de repente despierta a la Hydra dormida. Un torrente de dientes
que no podemos detener. La futilidad muestra su peor rostro. Por eso a veces te
odio, pero en general te quiero. Estás enfrente de mí. Me tapó los ojos. No
quiero hablarte, no quiero escucharte. Me das asco. Sos demasiado parecida a
mí.
Frente a una puerta abierta, la niña
está de pie. Apenas se sostiene, aferrándose a un sillón de cuero granate; sus
ojos se van cerrando sin que ella lo pueda impedir. Baja sobre su pelo castaño
una niebla onírica que parece encerrarla. Detrás, una calle de tierra y pasto
no hace más que facilitar la atmosfera de siesta que se cierne sobre ella. La niña
abre los ojos de repente, como si algo debajo de sus parpados la hubiera
asustado. Su gato, gris y afelpado, se para junto a ella y le maúlla de una
manera suave. Ella le sonríe, como si entendiera que el pequeño animal no
quisiera más que protegerla; el felino sabe, por instinto, de las pesadillas de
su dueña y quiere imposibilitar toda oportunidad de dormitar de la niña.
Ella se sienta sobre el sillón y el gato
se acuesta a su lado. De a poco, ambos van sumergiéndose en un sueño profundo;
los ojos de la niña, y también los del gato, van cerrándose con pasmosa
parsimonia. Ella levanta la cabeza una vez, y después otra vez, para dificultar
la llegada de un descanso que ya es inevitable. El felino ronronea, cómodo,
olvidándose de mantener a la niña despierta; él también es presa de ese sueño
que invade la casa.
Todo es confusión alrededor de ella. Sus
padres son demasiado altos y ninguno de los dos tiene un rostro distinguible.
Una sombra con garras se mueve sobre ellos; la niña comienza a sentir un miedo
elemental. En ese momento, nota que está en medio de un bosque oscuro y helado;
el gato gris está junto a ella y parece igual de desorientado. Una voz fría y
metálica resuena entre los árboles secos y crujientes.
Un
perro apoltronado sobre una bolsa de arena. Se lo ve cansado. Ni fuerza para
ladrar parece tener. Se limita a mirar. El día pintaba caluroso, pero no lo
fue. Fue un hermoso día. Tranquilo. Sin demasiado para decir ni hacer. El personaje
se ve desprendido de casi todo y de casi todos. Silencio. Alguna fantasía cruza
su cabeza…ya estoy curado, anestesiado,
ya me he olvidado de ti…no es cierto tampoco, pero lo intenta…ya no te espero, ya no te llamo, ya no me
engaño…la nada atraviesa, es difícil escribir, a veces simplemente no hay
nada que decir…hoy te he borrado de mi
paciencia, hoy fui capaz…apenas un puñado de palabras y después una pura
incertidumbre. Quiere la verdad, pero la verdad nunca podrá ser pronunciada. La
mentira es necesaria, al fin lo comprende. Vivir con el silencio, con la
resignación. Con lo no dicho. La verdad no alcanza, la verdad duele. Es deber
callar y tragarse todo. Es callar o mentir. Elige callar. Callar eso que aun
dura, pero de a poco se apaga. El personaje sonríe, simplemente bromea. Un chiste,
otro, tal vez otro más. Lo que le duele se retuerce debajo de todos esos
chistes. Es hora de moverse, piensa, de hacer algo. Basta de todo esto. De este
caretaje que va vivir después de que muera la ciudad. El caretaje va a
sobrevivir al fin del mundo, como las cucarachas. La pared del patio esta
tapizada con pequeñas babosas, hablando de eso. Después de la lluvia, salieron
vaya a saberse de dónde; son pequeñas, sí, pero son decenas. Besan despacio,
con ardiente paciencia, la pintura de las paredes. El vecino insiste con AC/DC
y su rockerismo; su única excusa es que sea un adolescente. Va a pagar el
alquiler y hay una discusión en la inmobiliaria por un inquilino que habría
dejado el depto en malas condiciones. El personaje escucha divertido; terminó
de pagar los gastos de contrato. Ahora va a tener más dinero. Mucho no le
interesa. Comprende que no consume más que lo necesario, que está alejado de
esas cuestiones. Tal vez por eso las cosas le vayan así. Una sonrisa, hablá
sobre zapatillas, sobre ropa, superficialidades. La verdad no sirve, a nadie le
interesa. Mentir, hay que mentir a todos. Clasifica cartas con el Rojo y hablan
de fútbol; ninguno de los dos quiere esa tarea, pero son los únicos que la
hacen. El famoso deber, que le dicen. Mientras, el resto la pasa bien. Por algún
motivo, el personaje nunca siente estar en el lugar que desea estar. El deseo
es algo móvil, según dicen algunos. El oleaje pasa mientras, como si las horas
no existieran.
Manuel
bajó del colectivo y supo que las cosas cambian sin parecer que cambien. La cuadra
oscura y techada con árboles fue iluminándose de a poco; un farol descuajeringado
en la esquina comenzó a chispear. En segundos, la luz blanca manchó gran parte
del paisaje. Recordó cuantas veces había recorrido esas cuadras, a esas horas,
pero no sintió lo mismo. Se veía diferente y se preguntó si los demás lo verían
diferente. De vez en cuando, hablaba con Verónica, pero ya casi nunca; se dio
cuenta que no la quería, que ella no era más que el reflejo de un recuerdo, de
una ilusión opaca. Se preguntó por qué seguía aferrándose a cosas que ya no
existen. Llegó a la casa de Javier cerca de las once. Lo recibió rodeado por
sus dos perros.
-¿Cómo
andás, Manu?
El
saludo fue cálido, pero algo distante. Ninguno de los dos era muy afecto a las
demostraciones de cariño. Ambos entraron a la cocina. Allí estaban las hermanas
de Javier con sus respectivos novios. Él hizo un saludo general y fueron al
living. Comenzó la charla de ocasión. Más de un año sin saber nada del otro. Manuel
se preguntó cómo pueden decirse amigos, siendo tan lejanos. Tienen intereses
diferentes, vidas diferentes, ambiciones diferentes. Tal vez esto también sea
parte de una ilusión opaca. Llamaron a comer. Javier le insistía con servirle
un plato.
-Agradezco
tu hospitalidad- le respondió Manuel, un poco harto- pero ya comí.
Durante
la cena, los seis comenzaron un poco incomodos, pero luego se soltaron. Hablaron
de películas y Javier intentó narrar el origen de los Cuatro Fantásticos. Manuel lo ayudó, pero no lograron hacerlo. Después,
la charla derivó hacia los libros leídos en la secundaria, donde Javier
insistía con señalar lo bueno que era lo que leían, mientras Manuel lo
contradecía. Sólo estuvieron de acuerdo en un libro; El guardián entre el
centeno, de Salinger.
-A
mí también me gustó mucho ese libro- acotó Gabriela, una de las hermanas.
Después,
alguien propuso jugar al truco y todos estuvieron de acuerdo. A Manuel mucho no
le gustan los juegos, pero comprendió que está en un momento de su vida en que
necesita ser flexible. De todas formas, la pasaron bien, se divirtieron antes
de salir. Subieron al auto de Javier y este encendió la radio. Sonaba “Hacelo
por mí” de Attaque 77. Apagó la radio y puso un Cd de rock brasileño.
-¿Y
qué onda?- le preguntó a Manuel- ¿Te cayeron bien los novios de mis hermanas?
-Sí,
parecen buena gente.
-Sí,
sí, son piolas.
Manuel
se preguntó si era o no importante lo que él opinaba de los novios de sus
hermanas, mientras asintió a lo que decía su amigo. Fueron a El Copetín, donde
tocaba una banda de rock muy poco convocante, con sólo decir que había más
gente en el escenario que debajo. Allí, sentados en una mesa cerca de la
puerta, tomaron varias cervezas. En un momento, la banda comenzó a tocar “Saint
of me” de Rolling Stones. El cantante intentaba imitar algunos movimientos de
Jagger, imaginando tal vez que transmitía algo de sensualidad; realmente daba
un poco de lastima verlo mover las piernas como un pollo epiléptico. Manuel se
acercó a Javier y le dijo:
-La
moza está con nosotros.
Era
una chica morocha, de labios rojos y pelo extravagante. Tenía la costumbre de
acercarse a preguntar “si vas a tomar algo más”. En un momento, la susodicha se
acercó y les hizo la tan mentada pregunta. Manuel sonrió.
-Venís
tanto que nos convencés- le dijo.
-Perdonen,
chicos, pero me lo piden- le respondió ella, tocándole el hombro.
Cuando
se fue, lo miró a Javier.
-Te
dije que estaba con nosotros.
Cuando
la banda agotó los escasos recursos que tenía, corrieron las mesas, pusieron
cumbia y el bar se convirtió en boliche. Manuel fue al baño y se cruzó con un
otrora compañero de cine.
-Estamos
arriba- le comentó- por el cierre del Fesaalp. Venite, si queres.
Él
no pudo evitar reírse para sus adentros. Él está abajo, ellos arriba. Naturalmente,
no fue. Se quedó parado, con un vaso en la mano, entre los que bailaban abajo. Javier,
en tanto, intentaba ligar con alguna de las chicas; rebotó en todas. Manuel observaba
todo con distancia y algo asqueado. No podía entender, aun, como funcionaba ese
mundo.
-No
estamos hechos para esto- le comentó el hombre sapo, parado junto a él.
Manuel
le sonrió.
-Pensalo,
no somos para esto, para bailar, para poner cara de lindos. Esto es un mundo
vacío y superficial, carente de alma.
-No
somos para esto- repitió Manuel.
Quedaron
un segundo en silencio.
-Y
otra cosa, ¿no tenes un poco de merca?- le preguntó el hombre sapo.
Manuel
negó con la cabeza. Después, observó como Javier invitaba a bailar a la moza y también
rebotaba. Finalmente, se fueron de allí. Primero pasaron por El Pulpito a comer
un pancho. Manuel miraba a quienes trabajaban allí y se preguntó que fue de su
historia sobre el tipo que enloquecía fritando papas. Tragaron, no comieron ni
saborearon, la chatarra que les vendieron por alimento y partieron rumbo a La
Mulata, donde no duraron demasiado. Un bar casi vacío y poblado por tipos
duros, muy duros. Recalaron, entonces, en Bukowski. Allí los esperaba Martín. Cierto
rencor aun puebla sus miradas; se cruzaron en un momento y se saludaron con
cordialidad. Manuel tuvo ganas de llamarlo y decirle que ya fue, que todo se
olvidó, que los tres tienen casi treinta años, que no sean pendejos. Tuvo ganas,
pero no lo hizo. Después, lo mismo de siempre; Javier rebotando de aquí para
allá. “Todo lo que soy no existe aquí dentro” pensó Manuel “todo lo que soy,
esta encorsetado, agobiado, atado, acá dentro. No quiero venir a estos lugares,
a ver a esta gente y a creerme que soy lo que no soy. No quiero volver atrás”. Un
rato después, se fueron. Javier se quejó con el trapito que Bruera cerró todos
los cabarets.
-Tal
vez habría que verlo como una forma del combate contra la trata de personas- le
comentó Manuel, cuando subieron al auto.
Javier
largó una carcajada profunda, sonora, casi al límite de la cordura. Luego, lo
dejó en su casa. Manuel lo saludó con afectó y se bajó. Cuando entró a su casa,
se dirigió al baño y se miró al espejo. Como una epifanía, como un momento de
lucidez absoluta, comprendió que el pasado ya no existe ni volverá y que lo
mejor que puede hacer es proyectar su futuro. “No quiero ser el Florentino
Ariza de nadie” se dijo y se fue a dormir.
La
oficina está en el piso más alto de un edificio vidrioso. Es un edificio alto,
sí, pero no es el más alto. El dueño del canal lo sabe; sabe que su oficina no
es el punto más alto del cielo. Pero es el punto más alto de su cielo. Ahora,
habla por teléfono. Escucha la voz gruesa del otro lado del auricular. Dentro de
su empresa, él no escucha; todos lo escuchan a él. Lo escuchan con atención y
hasta con algo de espanto. Les exige a sus empleados que estén a atentos a
todos los detalles y que cumplan con premura y precisión sus exigencias. Le gusta
eso, le gusta verles el rostro temeroso, le gusta verles el labio temblar. Se diría,
incluso, que lo excita un poco eso. Ahora no habla. Ahora escucha. Quien habla
del otro lado del auricular lo tiene agarrado. La pauta oficial, por un lado;
no puede darse el lujo de perder una fuente importante de ingresos. Pero aun si
pudiera renunciar a eso, una serie de maniobras ilegales que realiza su empresa
para evadir impuestos lo puede derribar. El acoso mediático y la ausencia de
pauta serían fatales y tendría que terminar vendiendo. Y eso es algo que no se
le pasa por la cabeza. No después de haber logrado lo que logró. Un grupo de
medios amplio y consolidado, propiedades de toda clase, autos de alta gama, una
modelo de esposa adorno. Todo con lo que soñaba cuando llegó de aquel pequeño
pueblito de Mendoza. No, mejor así, no se gana nada discutiendo. Mejor dialogar,
charlar, ponerse de acuerdo. Hay suficiente torta para todos. Por eso escucha a
la voz gruesa del otro lado del auricular.
El
rubio conductor espera, sentado en un cómodo sillón negro. Sabe que, del otro
lado de la puerta, el dueño del canal está teniendo una conversación que puede
determinar su futuro. La entrevista que puede catapultarlo definitivamente al
Olimpo de los periodistas políticos, de los formadores de opinión más
conspicuos. Después de tanto remar, de recibir toda clase de menosprecios, de
ser marcado como un simple relator de futbol, de todos los perturbadores
rumores sobre su vida sexual. Ahora, llegó su momento. La secretaria le sonríe
detrás del escritorio. Le indica que puede pasar. El dueño del canal lo espera cómodamente
sentado. La ciudad, pequeña, se esparce detrás de él. El sol lo baña con rayos
de luz como agujas.
-Siéntese.
El
rubio conductor obedece.
-Bueno,
usted se imaginará los motivos por los que está acá- el dueño del canal lo
observa, distingue la expresión que tanto le gusta- el pedido del Joker de
aire.
El
rubio conductor asiente.
-¿Sabe
por qué el Joker nos eligió? Si uno ve sus videos en You Tube, prácticamente no
hace referencia a nuestro canal. Viendo eso, uno imaginaría que él preferiría estar
en otros canales, con otros periodistas más prestigiosos. No me mire así, usted
sabe perfectamente el lugar que ocupa dentro de la profesión. Pero, ¿sabe por
qué nos eligió? Porque sabe que nosotros lo vamos a escuchar.
El
rubio conductor sonríe.
-Imagínese
si el Joker hubiese llamado a esos otros periodistas. No lo hubieran sacado al
aire, no lo hubieran atendido siquiera. Pero en nosotros encontró un oído. Y esto
significa mucho para el canal. Para usted, obviamente, también. Pero todos
estamos muy emocionados con esta posibilidad. Significa expandir nuestra marca,
nuestra impronta, por todo el país, por toda Latinoamérica, tal vez. La posibilidad
de vender la señal a muchos lugares. Y también al Gobierno le interesa.
El
rubio conductor mira, expectante.
-Mire,
voy a ser claro y directo. Usted tal vez ya lo sepa, ya que tiene contacto con
altos funcionarios. Quieren detener al Joker en vivo. No se preocupe. Podrá hacer
la entrevista. Es más, será fundamental su participación. Usted, con sus
preguntas, deberá llevarlo a donde el Gobierno necesita. Deberá hacerlo
declarar de forma explosiva y violenta, deberá hacerlo caer en amenazas e
improperios. Y, ahí, la gendarmería entrará en acción.
El
rubio conductor observa el suelo.
-No
puedo hacerlo- le responde- no puedo engañar a un hombre de esa forma. He hecho
cosas terribles, pero no tengo estómago para tanto…
-No
se lo estoy pidiendo- lo interrumpe el dueño del canal- mire, a mí, en un
sentido ético, tal vez tampoco me agrade hacerlo. Pero no tenemos otra
alternativa. Esto es un pedido que viene de muy arriba.
El
rubio conductor se retuerce en su asiento. Comprende que no tiene otra opción
que aceptar.
-Bueno,
veo que ha entendido- el dueño del canal le alcanza el teléfono- llámelo e invítelo.
El
rubio conductor toma el teléfono y marca un número. Lo vio sólo una vez
anotado, pero lo sabe de memoria. El dueño del canal pone el aparato en
altavoz. Una voz conocida atiende.
-Buenas
tardes, lo llamo para la entrevista- comienza a explicar el rubio conductor-
¿le parece si este domingo, a las nueve y media, se acerca al canal para
realizarla?
La
voz queda en silencio. La estática es lo único que rompe la tensión.
-No
creo que sea conveniente. Si quieren la entrevista, se las doy. Pero tiene que
ser en streaming, transmitiendo simultáneamente en mi canal.
-¿En
streaming?- dice, desconcertado, el dueño del canal.
-Escucho
que no está solo- la voz suena burlona- esas son mis condiciones.
El
dueño del canal queda en silencio durante unos segundos. El rubio conductor lo
mira; él desea la entrevista como sea, pero sabe que las cosas no dependen de
sus deseos.
-En
un rato te volvemos a llamar- le dice.
Una
carcajada demencial, prolongada, devastadora se escucha desde el auricular,
antes de escucharse el clic.