Hoy,
o ayer mejor dicho, no sé si tuve un buen día o un día de mierda. Me pasó algo
muy curioso, pero para que se entienda tengo que retroceder un poco atrás en el
tiempo. Como por casualidad, o, mejor dicho, por casualidad, conocí a una chica
unos años más joven que yo y pegamos algo de onda. Ella se llamaba Fabiana y no
le gustaba que le dijeran Fabi, cosa que nunca entendí, porque sería como si a
mí me reventara que me digan Ale, cuando en realidad, por una cuestión de
economía del lenguaje, los nombres tienden a acortarse (excepto en nombres como
Ana, que algunas son llamadas Anita, o Clara a Clarita y así), de todas formas,
esto no es lo importante. La cosa es que solíamos caminar bajo el sol del
verano y contarnos nuestras vidas; ella me contó de su novio, de sus aspiraciones
de ser abogada, tal vez por mandato familiar, y cosas por el estilo, mientras
que yo le contaba de las boludeces que escribo, de mi novela y del
protagonista, Manuel, y otras vainas. Lo cierto es que ella un poco me gustaba
y un poco me calentaba, aunque no sé por qué, dado que era una flaca pálida y
sin mucha onda ni cuerpo, muy histérica, de humor cambiante, diría de cierta
inestabilidad emocional, por caso, de romper a llorar y salir corriendo. Yo en
esos casos la seguía, un poco para consolarla, un poco por curiosidad mórbida y
otro poco por las ganas de coger, que no son sonsas. Algunos amigos me hubieran
recomendado que me aleje de ella, pero cuando a uno se le mete algo en la
cabeza. Lo cierto es que, de forma forzada y poco convincente, entre llantos de
ella y chistes malos míos, nos fuimos conociendo. Ella me decía que le hubiera
gustado ser actriz, pero que tenía pocas tetas, aunque se observaba, sin
demasiado esfuerzo, que no era así, que, por el contrario, tenía unas lindas
tetas. Yo le contaba de programas malos que veía cuando era chico y ella se
sonreía, entre tierna y asqueada. Nos contamos, también, nuestros fracasos
amorosos y era como si nos conociéramos de toda la vida, lo cual era raro,
porque nos habíamos cruzado, como por casualidad, un rato antes. Pero rato no
es un tiempo específico, ese rato pudieron ser horas o pudieron ser meses,
meses en los que mi mente recortó solo esas horas, las horas que importaban,
las horas en las que estaba con ella. Bien, nada de esto tenía demasiado valor
en ese momento, casi que era indistinguible, por no decir que era
indistinguible, evitando la tibieza del “casi”. No importa, nosotros seguíamos contando
nuestros sueños, el mío de ser un escritor laureado, el de ella de ser la mejor
imitadora de Marilyn Monroe, lo cual me pareció peculiar, pero no la juzgué. Soportando
sus insultos, sus ninguneos, sus miradas frías y distantes, pero también su
ternura y su sencillez, su forma de hacerme creer que era la mejor manzana,
logré convencerla de ir a la cama, diciéndole que hacer el amor es como un
orgasmo del alma, o alguna berreteada por el estilo, a la cual ella respondió
con una mirada embelesada, que denotaba su escaso gusto poético o la calentura
extrema que ella también tenía. De todas formas, antes de hacerle un orgasmo al
alma, ella me confesó que tenía SIDA y que su novio era un putaniero que murió
de eso, lo cual a mí me importó una mierda, use forro y chau, pero bueno fue un
momento emotivo o algo así. Después de eso, le saqué algunas fotos y nos
despedimos. Le perdí el rastro durante un tiempo, hasta ayer, cuando al correo
llegó alguien preguntando por Manuel. Era una señora de unos cincuenta años,
que afirmaba que este tal Manuel era el último que había estado con su hija
Fabiana. Antes de que la echen a patadas, salí y pregunté si tenía una foto de
la hija. Me mostró una foto Kodak fechada en 1995 y, sí, era ella, la misma
Fabiana. La invité a salir un momento y le conté la confusión. Posiblemente,
como el personaje de mi novela se llama Manuel, hubo alguna clase de
malentendido. Le dije que yo era Alejandro y que, sí, había tenido algo con su
hija, mientras le guiñaba el ojo.
-Así
que sos vos- me dijo, con los ojos bordeados por las lágrimas.
-Sí,
soy yo- respondí.
-Ella
me dijo que quería tener otra oportunidad, otra oportunidad para tener un buen
día.
-Sí,
entiendo- aunque no entendía, así que busqué las fotos de Fabiana en el celular
y se las mostré -estas son las que le saqué después de, bueno, usted me
entiende.
La
mujer miró las fotos emocionada.
-Mi
hija era una cabeza dura.
-Sí,
es rara, ¿usted sabe que a veces le da por llorar y salir corriendo…
-Ella
siempre quiso tener un buen día- hizo una pausa dramática que a mí me incomodó-
siempre decía que sólo había tenido días de mierda.
-Sí,
igual no fue gran cosa lo que pasamos, onda caminamos y charlamos, fue bastante
monótono.
-Ella
iba a volver a tener un buen día.
-¿A
dónde iba a volver?
La
mujer sonrió con ternura. Me extendió otra foto, en la que yo estaba con
Fabiana, en un portarretrato
-Fabiana
murió de SIDA en el 95, estas son las únicas fotos que tengo de ella.
-¿Qué?
-Ella
sufrió mucho y quería tener un buen día.
-Pero
yo la vi hace un par de semanas. No entiendo…
-¿Qué
es lo que no entiende?
-Muchas
cosas, primero, ¿cómo pude coger con una mujer que murió hace 22 años?
-Ella
lo quería mucho a usted, me dijo que era un amigo, que era como si lo conociera
de toda la vida. Usted le devolvió la sonrisa.
-Mire,
recapitulemos un poco. Ella murió, pero antes de morir, viajó hacia el futuro, de
alguna forma, pasó un rato conmigo, se llevó una foto, volvió a su lecho de
muerte, le contó de mí y murió triste, y ahora usted ve su sonrisa. ¿Cómo se
explica eso?
-Ella
me dijo que el tiempo era todo el tiempo.
-Esa
mierda taoísta no explica un carajo lo que carajo pasó.
-Ella
no quería morir en un día mierda, esas fueron sus palabras.
-Eso
es lo de menos, estamos hablando de poder viajar a voluntad a través del tiempo
y del espacio.
-Ella
sólo quería tener un buen día.
Luego
me acarició la cara y se retiró emocionada. Yo me quedé ahí, mirando el cielo
soleado, sin poder entender cómo, ese día rancio y emocionalmente devastador
que habíamos vivido, podía ser un buen día. Que días de mierda debió haber
tenido esa chica, me dije y me reí.
Fua
ResponderEliminarDigo, fuaa
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