miércoles, 7 de marzo de 2012

Sangre de Gallo


El perro ladraba con un esmero bastante inusual. Siempre estaba tirado a un costado de la casilla, moviéndose para que las moscas no se lo lleven. Él casi ni podía distinguir el ladrido del perro: sabía que era su perro el que ladraba porque lo veía ladrar. El perro ladraba hacia arriba, mirando la copa de un árbol que se situaba justo enfrente de la casilla. Movido por la curiosidad, se acercó a ver que era eso que alteraba la habitual tranquilidad de su perro. Lo hizo con mucha cautela, procurando no realizar ningún movimiento brusco. Cuando se encontró debajo del árbol, notó que algo colgaba de él. Era un objeto indefinido que pendía de una cuerda atada  a la rama más alta. El perro continuaba ladrando y, cuando él se dio vuelta para gritarle que se calle, pudo ver como una cortina se movía en una de las ventanas de la casa de su vecina. “Es cosa de ella” pensó.

Continuará...

Las Aventuras de Lucrecio, el Cangrejo, y Ana Ochoa, la Anchoa


Lucrecio, el cangrejo, y Ana Ochoa, la anchoa, pasan sus tardes buscando piedras con forma de piedra. Esta tarea es mucho más compleja de lo que podría parecer a simple vista; es por eso que suelen tener largas discusiones sobre cual piedra deben guardar y cual deben descartar. Hace un par de días se dio el siguiente intercambio.
-Mira esta piedra- dijo Lucrecio, el cangrejo.
-No sirve- respondió Ana Ochoa, la anchoa.
-¿Por qué?
-Tiene forma de pelota
-Sí, ¿y?
-Vos la ves y decís “es una piedra con forma de pelota”
-Aja
-Cuando deberías decir “es una piedra”
-Anda a la puta que te parió, para mi tiene forma de piedra.
Finalmente, esa piedra fue descartada.
Lucrecio y Ana tienen una prolija colección de doscientas piedras, clasificadas por nombre, color y fecha de su hallazgo.