Abro
los ojos. Me rodea un humo blanco, delicado, y las luces de los faroles caen,
con su calor radiante, sobre mí, como si fuera una lluvia fulgurosa. Escucho
los primeros acordes que suenan y me paro del sillón rojo y el satén se despega
de mi cuerpo como si fuera una ventosa, la perrita salta y comienza a ladrar,
corre entre mis piernas, mientras yo me muevo, bailo con lentitud, me duelen
las rodillas, no puedo agitarme como antes, pero no es necesario, el secreto es
saber llevarlo, saber mover la cintura, la cadera apenas como un pequeño
quiebre, es algo sutil, como este humo que se mezcla con las luces, que me
atraviesa y atraviesa a los músicos, e inunda la pista y parece que el suelo
del escenario no está bajo nosotros, estamos flotando en el aire, veo mis pies
y pisan un abismo oscuro, interminable, pero no caigo, es imposible caer, nos
sostiene esta melodía, me muevo entre las sillas del comedor, estiro el mantel
y el trompetista realiza su solo, mientras bailo junto a él, a un ritmo suave,
tropical, cariñoso, me acerco al bajista, apoyo mi mano, mis uñas pintadas
sobre la camisa de seda azul, la sonrisa de él debajo del bigote, la mía un
poco juguetona, corro la mesa, la perra da vueltas alrededor de mí, agito un
poco la espalda, mis tetas se mueven apenas, como juncos que arrastra una
corriente tranquila, es ahora, entonces, el momento de entrar, de comenzar a
cantar, la perra se para en dos patas y las rodillas mías no tienen tanta
elasticidad y trato de esquivarla y el abismo oscuro debajo de mí se convierte,
de pronto, en un suelo de mosaicos blancos y fríos, relucientes, con alguna
mancha de barro o de comida, y allí quedo, arrodillada, la cabeza baja, la voz
de mi hija resuena en mi cabeza, como si fuera un platillo, Mamá, ¿estás bien?,
pregunta y levanto la cabeza y sonrío, mis dientes blancos, enormes, una fila
brillante de piezas perladas, cándidas, irresistibles, le respondo sí y ella se
queda ahí, preocupada se acerca y ayuda a levantarme, la observo un poco, noto
su falta de gracia, de encanto, de encharm, como se dice, una mujer fea,
desangelada, que tristeza haber parido una hija así, bueno, tal vez sea un poco
injusta, ella es buena y se preocupa y sé que me defiende cuando me critican,
cuando se burlan, cuando me tratan como si fuera un monstruo y se olvidan que
fui, que soy la Reina, la única Reina, y mi hija lo sabe, pero que duro para
ella saber que no va a heredar el trono, no por fea, sino por ser una mala
copia, una continuación berreta de algo irrepetible, de esto irrepetible que
soy, miro los cuadros en las paredes y recuerdo tantas noches y tantos momentos,
tantos personajes que hacían fila, que me pedían por favor conocerme y hoy
levanto un teléfono y sí, cómo estás, todo bien, me alegra escucharte, pero
nada más que felicitaciones, y Tony, que inútil Tony, lo veo allí con Sandro en
ese cuadro que mandó a enmarcar especialmente con una madera dorada, brillosa,
tan él esa combinación, y dónde estará ahora, espero que consiguiendo un evento
decente, no como aquella vez en Mendoza, que la mina nos paseó por todo el
municipio, por la cámara de diputados, se sacaban fotos, todo, y después nunca
cobramos, aunque capaz que sí, este Tony es medio rápido, capaz la mina se lo
culeó y fueron a medias con la guita y la boluda que no vio un peso, pero que
puso la voz, el cuerpo, la cara encima del escenario, fui yo, por dónde andará
Tony, le pregunto, pero mi hija me mira con esa cara de vaca asombrada que
tiene, es una decepción, y miren que la quiero, pero es eso raro de verla y ver
algo incompleto, a medio hacer, como si Dios se hubiera cansado de ella antes
de terminarla, pero qué decir, Él sabrá lo que habrá hecho y sabrá también
porqué me mantuvo acá y no me llevó consigo y me encomendó especialmente
criarla y cuidarla y quererla y es lo que hago, pero cuesta, cuesta creer que
algo va a tener el destino que una tuvo y sin embargo es, bueno no importa, yo
agradezco la infinita bondad y grandeza de Dios y del Espíritu Santo por
mantenerme con vida y con salud, a pesar de todas las cosas que hemos pasado,
me siento en el sillón, hace calor acá, hay que pintar, el techo esta
descascarado, manchas de humedad, a veces se filtra un poco de agua, si llueve
mucho, es tan agotador todo, Tony, dónde estará Tony, hay que cambiar la
heladera y hacer tantas cosas, me siento un poco agobiada, hace tanto que no
canto, que no salgo de esta casa, que es casi una celda, como si estuviera
presa de mis propios recuerdos, de mi vida de estrella, aislada de lo que soy,
esperando a que Dios venga a buscarme, rodeada de estos aparatos eléctricos, de
estos muebles, de esta pintura resquebrajada, de estos cuadros con personalidades,
de este silencio, de esta ausencia, el equipo de música roto, no puedo
escuchar, no puedo escucharme, pareciera que todo sale mal y entonces abro los
ojos y el humo blanco, delicado, me acaricia la piel, los faroles expanden la
luz y el calor sobre mi cuerpo y me paro y tengo aquel enterito a rayas blancas
y negras y bailo y los músico comienzan con esa melodía bamboleante, y me paseo
entre ellos, los rozo apenas con la yema de los dedos y espero el momento de
entrar, de empezar a cantar y siento a las palabras, a la entonación, subir por
mi estómago, por mi garganta, escapar de mi boca y soy yo, aquella que era,
aquella que vuelvo a ser la Reina, adorada, deseada, amada, que soy la Reina,
ahora y para siempre…