Elegir
un nuevo perfume de suavizante es una decisión de vida. ¿Aguantaré diez lavados
con este verde de limón o algo así? ¿me conviene seguir con el azul o me
arriesgo? ¿y este rosita de qué es? ¿será arriesgar demasiado elegir el rosita?
Hay varias marcas y cada una tiene su línea; me pregunto por qué el exceso. ¿No
serían más fáciles nuestras vidas si sólo hubiera una marca de suavizante,
envasada en una botella gris? ¿por qué debemos desperdiciar tantos minutos de
nuestro tiempo, de un tiempo que no retornará, eligiendo qué marca y qué línea de
esa marca de suavizante queremos que forme parte de nosotros, de nuestra vida,
de nuestra intimidad, de nuestra familia? ¿Si queremos que la cara de
Chauvechito, Querubin o cualquier otra abominación publicitaria, nos sonría
desde el estante, bajo pileta o donde sea que guardemos el mencionado producto?
Es como condicionaremos nuestra mirada a la hora de lavar la ropa, debido a que
buscaremos el color y forma de determinada botella cuando lo hagamos. Pero no
es el suavizante nada más. Es todo. Todos los productos nos meten, sin
preguntarnos, en esas dicotomías; terminamos perdiendo, tal vez, meses de
nuestras vidas decidiendo qué marca de papel higiénico usar. No quiero, de
todas formas, que ésta predica anticonsumo se transforme en una justificación filosófica
de las practicas económicas del macrismo, aunque no deja de llamarme la
atención como algunos extremos se tocan. Bueno, no importa. No sé dónde estaba,
intento escribir y me entreduermo. Trato de no dejarme ganar por la situación. Es
casi imposible, obvio. Me pregunto si la histeria será un causal de muerte. Es decir,
si el resultado de una autopsia puede ser ese, “Hombre muerto por histeria, a
este joven lo han histeriqueado hasta matarlo, le han quitado toda energía del
cuerpo”. Antes de gritarme MISOGINO, como veo se preparan en la fila 3, aclaro
que soy un buen muchacho y lo único que quiero es que me sean frontal. ¿es tan difícil
lo que pido? Pero, bueno, supongo que soy medio extraterrestre. A Eya le está
yendo mejor, dentro de todo; a veces llora, pero no como antes. La tormenta se
ha aplacado. Pero hay que esperar, como siempre hay que esperar. Hay que
esperar para todo. Para nacer, para morirse, para pagar las cuentas, para
entrar a un recital, para todo. Espero, eso sí, que no haya vida después de la
muerte, porque morirse para seguir viviendo sería algo catastrófico, la
pesadilla de un suicida. El mundo es hostil y la gente frívola, superficial,
dice Eya. Puede ser. Hoy cumplo siete años como cartero del reparto 3, como
cartero de Gorina. Hay poco para hacer. Observo cómo se juntan las telarañas en
la parte superior de la batea. ¿Tenes segundo nombre, Ale? le pregunta alguien,
No, no, sólo Alejandro, responde, Bueno, ahora te vas a llamar Alejandro
Manuel. El personaje sonríe. Justo ese nombre, piensa. Como el avión de
Chapecoense; la empresa se llamaba LaMía y estaba escrito con letras gigantes. Hay
nombres que están marcados.
Perdón
el desorden. Esperemos ir reacomodando las cosas con el correr de los días. Pero
debo publicar esto, porque estoy sufriendo terribles presiones.